La tormenta perfecta

En 1986, con motivo del desastre del Challenger, Richard P. Feynman, seguramente el físico más eminente de la segunda mitad del siglo XX, que era, además un prodigioso ingeniero, hizo un informe sobre las causas de la catástrofe. El dictamen fue inmisericorde con los errores cometidos y terminaba con una reflexión que ha sido citada con frecuencia: “si se quiere tener éxito hay que atender a la realidad por encima de las relaciones públicas, porque la naturaleza no puede ser burlada”. El asunto, un fallo que conmovió al mundo, no era meramente tecnológico, porque los errores derivaban, de una u otra manera, de los politiqueos y las operaciones de imagen. Sé de sobra que la política es una materia menos exacta que la tecnología, pero lo que nos recuerda el pensamiento de Feynman es los peligros del autoengaño. Me viene mucho a la cabeza el consejo de Feynman cuando considero la situación histórica en la que se encuentra la sociedad española y la clase de cataplasmas que se nos propone aplicar. Creo que nuestro riesgo es adentrarnos en la tormenta perfecta si seguimos insensatamente el consejo de los que dicen que lo pasaremos mal por un tiempo pero no hay ningún peligro de naufragio y que debemos comportarnos como si no pasase nada.Estamos ante la conjunción de una triple crisis, una coincidencia terriblemente desdichada pero que de nada sirve negar. En primer lugar una crisis constitucional que se pone de manifiesto por la implosión del Estado de las Autonomías, un monstruo inestable e insaciable que hace inviable cualquier política sensata y que ha puesto sobradamente de manifiesto el fracaso de los repetidos intentos, de la derecha y de la izquierda, para conseguir una mínima lealtad de los nacionalismos. Además de ese fracaso el sistema ha impulsado la propia desarticulación de los partidos nacionales que es bastante evidente, en especial en el PP. Estamos, en segundo lugar, ante una gravísima crisis de los partidos centrales del sistema, tanto del PP como del PSOE, seguramente más evidente en el PP, pero no menos grave en la izquierda. Una buena parte de los dirigentes de los partidos se comporta como si fueran los propietarios del poder y se dedican a disputárselo a dentelladas, olvidándose de cualquier consideración moral, de cualquier patriotismo y del respeto a los electores, de cuya voluntad se consideran dueños. Ellos lo saben todo, lo hablan todo y lo deciden todo, mientras el público se dedica a pagar impuestos y a salir adelante como puede. El Parlamento está casi muerto y el presidente pretende sustituirlo por un debate ante unos ciudadanos anónimos que, de cualquier modo, le han dejado muy en evidencia. Las administraciones públicas aumentan su personal (en Extremadura más del 30% trabaja para la Junta, por ejemplo) para mayor lucimiento de los gerifaltes y se dedican a mejorar el mobiliario, a inaugurar embajadas o a crearse sus propios servicios de seguridad, supongo que para protegerse de la ira popular cuando la cuerda se rompa de tanto tensarse.Por último una crisis económica y de empleo espectacular que el gobierno trata sin éxito de ocultar detrás de una realidad internacional también bastante acongojante. Los españoles podrían pensar que nuestro actual nivel de vida está garantizado por alguna especie de milagro, pero se equivocarían. El hecho es que hemos abandonado de manera aparentemente brusca el camino de la prosperidad y que todo se nos aparece negro y espantoso, sobre todo cuando consideramos en qué manos estamos. Nuestra economía está rota, nuestras instituciones no funcionan ni a medio gas, la Justicia no sirve para nada (sirve de tan poco que los políticos tienden a refugiarse en ella para disimular sus calaveradas y sus líos), nuestras grandes empresas se desinflan y los grandes periódicos se convierten en boletines de facción pretendiendo que se dedican al periodismo de investigación. Me parece evidente que buena parte de la clase política se dedica a disimular la gravedad de la situación, en buena medida fruto de su incompetencia y de su falta de interés en los problemas reales, y que cuando algunos políticos ponen el dedo en la llaga, como ha hecho, por ejemplo, Manuel Pizarro, desaparecen extrañamente del primer plano. El sistema necesita un retoque muy a fondo, una especie de refundación, que solo podrá hacerse previo acuerdo de los dos grandes partidos, pero, de momento, parecen más interesados en la trifulca que en nuestro porvenir. En mi opinión ese acuerdo es casi impensable con Zapatero en el poder y debería ser posible tras una victoria del PP que ahora no parece ni siquiera imaginable. El PP parece entretenido en debilitar sus bastiones, aunque la responsabilidad de unos sea mayor que la de otros,y está completamente ausente de las esperanzas de salvación de los atribulados españoles que el lunes mostraron no creer ni una palabra al inquilino de la Moncloa.En esta situación hay que preguntarse con cierta angustia: ¿hay alguien ahí?
[Publicado en El Confidencial]

Economía y política

Nadie duda de las relaciones entre la economía y la política, pero son realmente muy pocos los creen  que la cosa vaya a funcionar de tal manera que, al final, dé la victoria a Rajoy. El PP parece poseído por esa extraña esperanza sustentada en una doble actitud: apoyar al Gobierno en las grandes cuestiones y esperar que la que está por caer derribe a Zapatero. Este sacrificio en el altar de la lealtad a los intereses de España, exigiría, como mínimo, dos cosas, a saber: una certeza sobre lo que el Gobierno realmente intenta y una cierta convicción de que el Gobierno no se va a mover de donde dice que está. Dos presunciones sobre este Gobierno que implican una confianza desmedida en la condición humana, en general, y suponen  un auténtico disparate referidas al señor Rodríguez Zapatero, en particular, puesto que sus ideas sobre la lógica y la coherencia son de sobra conocidas por todo el mundo (menos, al parecer, por los analistas del PP).

La discreción de la oposición parece apoyarse en el miedo al qué dirán, en el para que no digan,  como si estuviese perfectamente claro que el Gobierno y sus aliados (ni escasos ni mudos) fuesen a decir siempre aquello que más se ajuste a la realidad, aunque estuviese lamentablemente reñido con sus intereses. Nos encontramos, entonces, con que la oposición parece preferir que se la califique por sus silencios y sus aquiescencias a que se la califique por su capacidad de pensar algo distinto. En este punto, los analistas del PP dirían, supongo, que la economía no está para bromas y que el sentido de la responsabilidad les impulsa a apoyar a los españoles aunque de ese apoyo se beneficie ZP.

Lo curioso del caso es que si de algo podría presumir el PP es de haber enderezado la economía que Aznar heredó en estado lastimoso de las inanes manos de Solbes, hasta el punto de que hubo que pedir dinero a los Bancos para afrontar las primeras obligaciones del Gobierno. La diferencia está en que Aznar, en muy pocos días, tuvo un plan, se atrevió a presentarlo, con pelos y señales, no vaciló en ejecutarlo (aunque implicase una congelación del sueldo de los funcionarios, cosa que no puede hacerse sin tocar madera) y, además, le salió bien.

El PP no está haciendo nada al respecto, entretenido como está  en aprobar en el Congreso estatutos que molestan a los que le votan, en perfeccionar (como en Navarra) sus alianzas regionales, o en artimañas financieras que permitan traspasar ordenadamente una  herencia política tan brillante para dejarla en manos de algún personaje que, como Gallardón, sea bien visto por el sistema, y evitar de raíz que alguien con ideas propias y energía suficiente tenga la tentación de hacer política en serio, lo que podría poner en peligro la estabilidad de esta Kakania mansurrona, crédula e ignorante a la que los encargados de imagen le han hecho creer que es culta, libre y posmoderna.

Lo curioso de esta ausencia de alternativa a la errática y mistérica política económica de ZP (siempre a golpe de indefinición, decreto y secreto) es que no le faltan al PP mimbres para ofrecer ese programa y para hacerlo de manera brillante y consistente. Le faltan otras cosas, una de ellas muy principal, pero no gentes capaces de formular una alternativa económica sólida y creíble, y algunas de esas ideas se atisban a través de las comparecencias de Cristóbal Montoro o las esporádicas y brillantes apariciones de Manuel Pizarro, otro insensato que piensa por su cuenta y hasta lo dice.

Se cuenta que Bill Clinton, en campaña,  tenía siempre delante un cartel que decía: “es la economía, estúpido”. Ahora, ese consejo estaría fuera de lugar, tanto en los Estados Unidos como en nuestra patria. El consejo debería ser el complementario: “la política, estúpido”, aunque esa política tenga mucho de economía, de convencer a la gente de que serán ellos trabajando duro, los que puedan arreglar estas cosas, en lugar de alimentar la necia esperanza de pensar que Zapatero esté haciendo otra cosa que repartir subvenciones entre quienes le apoyan, que consolidar la base de su victoria. Es legítimo, por supuesto, que haga eso y es muy inteligente, desde su punto de vista, hacerlo con habilidad  y fomentando esos buenos sentimientos que tanto gustan al respetable. Pero es absolutamente desastroso que la oposición no tenga capacidad para explicar que a ella no le va nada en eso y que, al conjunto de los españoles tampoco les conviene que Andalucía o Cataluña multipliquen sus inversiones públicas mientras otras regiones, señaladamente Madrid, sufren un tratamiento de “provincias traidoras”.

El desastre del PP es verlo entregado a convertirse en su caricatura, en una federación de pequeños partidos que imiten a los nacionalistas, mientras el proyecto común desfallece y se reduce a una pura nostalgia, a un pasado sin futuro y condenado a la inexistencia, porque la historia del ayer se ha escrito siempre desde las páginas del mañana.

[Publicado en elconfidencial.com]