Bildu en el poder


Estos días se han podido contemplar con todo detalle las razones que debieron haber bastado para que Bildu no participase en las elecciones. Sus más de mil concejales, testaferros de ETA para el Supremo, se ciscaron en la Constitución, en la ley y en el dolor de las víctimas glorificando a los asesinos, amenazando a la prensa y a quien no se pliegan a sus designios, intimidando a los concejales que no son de su cuerda.
Este espectáculo ridículo y vergonzoso es fruto de la cobardía unos jueces del Tribunal Constitucional que prefirieron seguir las consignas de Zapatero y de Rubalcaba en lugar de defender valientemente, como era su obligación, la plena constitucionalidad de la sentencia del Supremo que excluía de la convocatoria a los secuaces de los terroristas. Bildu ha demostrado en el día de ayer que no quiere  participar en la democracia, que, como sus mentores de la capucha, la serpiente y el hacha, lo que quiere es imponer la dictadura del terror mediante medios aparentemente menos violentos que los de los pistoleros, pero igual de intolerantes, igual de anti-democráticos, igual de incompatibles con la libertad política de todos. Los gritos a favor de la secesión, la postergación de la bandera nacional, que la Constitución ordena que esté presente en todos los Ayuntamientos, y las pancartas a favor de quienes cumplen condenas por crímenes horrendos han supuesto una burla sangrienta para todos, pero, en especial, para esos miles de víctimas que han pagado con su sangre y su dolor, la vesania de estos canallas. Las víctimas han soportado con un civismo admirable la violencia que se ha ejercido contra ellas, con la esperanza de que la ley y la democracia supieran defenderles, pero ya se ve que ha habido quienes han preferido el entendimiento con los etarras.
La deslealtad del Gobierno y de los jueces del Tribunal Constitucional que han sido fieles a las consignas recibidas por Pascual Sala, un felipista en la corte de Zapatero, son los causantes directos de este espectáculo que debiéramos habernos evitado. Pero ha habido también partidos, como el PNV, que, con el hipócrita recurso de condenar la alianza entre el PP y el PSOE como un mal absoluto, han facilitado el acceso de Bildu a algunas alcaldías, como la de San Sebastián, en las que los filo-terroristas no habían alcanzado un número suficiente de votos.
Gracias a la estúpida astucia que se le supone a algunos, y a la cobardía general, los herederos de Batasuna han conseguido alcanzar la hegemonía municipal en el País Vasco. Es seguro que el PSOE y el PNV se han confundido en sus cálculos, pero lo más grave es que han vuelto a dar una prueba evidente de lo poco que les importa la democracia cuando sus exigencias se oponen a su ambición de poder, lo único que les importa. Ayer domingo ha sido un día triste en la hermosa tierra vasca. La cobardía, la traición y la mentira han vuelto a imponerse sobre el verdadero deseo de paz, de libertad y de convivencia. No tardaremos en ver las consecuencias de todo esto. Los de Bildu no van a conformarse con lo mucho que ya tienen, porque lo quieren todo. La democracia va a ser, de nuevo, puesta a prueba en el País Vasco. Confiaremos en que en la Moncloa haya un político más exigente y fiel a España, y que los tribunales no escriban a otro dictado que el de los mandatos que realmente les obligan, la defensa de la Constitución, de la libertad y la dignidad de todos y de la unidad de España, patria común de todos los españoles, diga Bildu lo que diga.

Resistencia a la mentira y a la rendición

Las víctimas del terrorismo representan en la historia de la democracia española un movimiento insólito. Aquí, donde hasta las revoluciones se han pretendido hacer desde arriba, las asociaciones de víctimas, nacidas desde abajo, y tras haber sido escogidas en un macabro sorteo por el sadismo de ETA, han asentado los cimientos de un formidable impulso ciudadano dispuesto a resistir a todo trance las debilidades y las mentiras de un gobierno deseoso de lograr algún apaño con los criminales, y ocupado únicamente en el cálculo del hipotético interés político que el PSOE podría obtener con el miserable proceso de paz que ha sido la criatura política preferida de Zapatero. Zapatero ha estado y está embarcado en sucias negociaciones y maniobras con ETA desde antes de su llegada al Gobierno. Es posible, por cierto, que la supuesta certeza de Zapatero acerca de la autoría del 11-M se deba a la fiabilidad que le merecían las personas con las que en ese mismo momento estaba de compadreo, lo que le permitió la desfachatez de explotar miserablemente en su favor, el mayor atentado de la historia de Europa, una conducta que mostró bien claramente  su catadura moral, su apuesta por alcanzar el poder a cualquier precio y sin límite moral alguno.
Las víctimas han conseguido, sin embargo, frenar a Zapatero, han logrado sacudir la conciencia adormecida de muchos españoles, y han salido ayer de nuevo a la calle para decir con toda claridad que ETA no puede estar en las instituciones democráticas, que los asesinos no pueden convertirse en concejales sin pasar antes por la cárcel, para cumplir sus condenas, porque, de lo contrario, ETA habría ganado, y el sacrifico de miles de víctimas habría sido inútil para  nosotros, convertido en un simple trámite para la feliz consecución de los fines de los asesinos.
La manifestación del sábado por la tarde pone de manifiesto que cada vez son más los españoles dispuestos a resistir las mentiras del gobierno, sus caramelos envenenados, sus palabras de bella apariencia pero de siniestra intención. Las asociaciones de víctimas, y millones de ciudadanos con ellas, quieren que el PSOE y sus dirigentes se unan decididamente a este rechazo de la ETA, aunque solo sea por solidaridad con sus víctimas, con los muchos militantes del PSOE que han sufrido en sus carnes y en su alma el zarpazo del terrorismo etarra.  No se puede seguir negociando nada, ni practicando ninguna clase de atajos con quienes no quieren otra cosa que imponernos sus exigencias, que humillarnos y doblegarnos.  El PSOE, ahora que está a tiempo, debería deshacerse de una buena vez de Zapatero y de Rubalcaba, que son los últimos responsables de una política indigna y, lo que es peor, completamente inútil, porque es necio creer que quienes se han acostumbrado a imponer su voluntad a golpe de pistola vayan a abandonar sus pretensiones simplemente por no ser mayoritarias.
Este Gobierno que se empecina en la mentira y en el error, prefiere la compañía y el aplauso de los criminales al calor y la piedad con las víctimas. La manifestación de ayer es un grito de dignidad, de valor, de rebeldía, un grito que deberán oír también esos jueces que tan sensibles dicen mostrarse a las circunstancias, al número de los que pretenden cualquier cosa. Pues bien, las asociaciones de víctimas sólo exigen que se cumpla la ley, y que se respete la democracia, que el Estado sepa mantener con dignidad su papel de poder que reclama para sí el monopolio de la violencia legítima, y que sea consciente de su obligación de mantener, por encima de todo y por difícil que resultare, la dignidad de las instituciones, la vigencia de la Constitución y el respeto y el cariño que merecen las víctimas del terrorismo.
Lo paradójico de esta situación es que un gobierno declinante y, en el fondo con graves carencias de legitimidad,  acabe por ceder en cosas que sería muy fácil defender, que cualquier gobierno del mundo sabría mantener con serenidad y con firmeza. ETA ha perdido su batalla, y no se puede consentir que lo logrado a base de la heroica resistencia de las fuerzas de seguridad, que ayer se unieron emotivamente al resto de  las víctimas, y por la dignidad y la constancia de las asociaciones, que no siempre han gozado del pleno apoyo de fuerzas políticas, lo acabe ganando ETA por la vanidad de unos políticos en retirada, pero deseosos de apuntarse alguna medalla, que sería, en todo caso, un baldón. No queremos ningún Príncipe de la Paz, queremos una serena y definitiva victoria de la democracia, sin celebraciones, pero sin concesiones que nos avergüencen, como las que este gobierno indigno ha ido ofreciendo a los malhechores. No queremos a ETA en las instituciones, ni a disfraces de la banda en las elecciones. No queremos un gobierno amigo de los asesinos y de sus peones, sino a un gobierno valiente que, de una vez por todas, defienda, sin desmayo ni disimulos, la libertad, la democracia y la dignidad de todos.

El terrorismo disfrazado de acción cívica

La derrota política de ETA en todos los terrenos, no ha resultado equivalente, por desgracia, a una completa desaparición de los sectores sociales del País Vasco que han venido dando amparo y cobertura a los crímenes etarras, a los fines que éstos han proclamado, y, aunque con menor intensidad, a los medios criminales de que se han servido. Grandes sectores de la sociedad vasca han sido pasmosamente insensibles, al dolor de las víctimas, a la injusticia de las acciones, al terror de los procedimientos que ha empleado ETA.
Cuando la violencia parece acercarse a su final se debería procurar que esos sectores no se crezcan en sus demandas, como sin duda lo habrían hecho, de haber obtenido alguna clase de victoria. Su actuación trata, precisamente, de simular el éxito que no han logrado, pero si las fuerzas democráticas se dejan engañar, sería posible que acabasen consiguiendo alguna de las cosas que pretendieron arrancar violentamente. El Estado está obligado, en este punto, a ser ejemplar, a demostrar que la violencia no puede obtener premio alguno, a sostener con toda firmeza que las condenas emitidas por tribunales independientes y con plenitud de garantías procesales se deben cumplir, y a no consentir que sectores próximos a los aparatos políticos de ETA hagan pasar como actividad política ordinaria lo que no sería sino una nueva forma de delinquir, el enaltecimiento del terrorismo.
Para el próximo sábado está convocada, como ya sucedió el año pasado, una manifestación de apoyo a los presos de ETA, una manifestación que, en pura lógica política, debería ser declarada ilegal por los tribunales, como lo fue hace un año, aunque diversas fuerzas cercanas a los terroristas consiguieran finalmente que se celebrase haciendo uso de variopintas argucias. Una serie de asociaciones cívicas como Voces contra el Terrorismo, la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), y Dignidad y Justicia se han dirigido ya al juez de guardia para obtener la suspensión legal de la marcha prevista.
La habilidad de los sectores cercanos a ETA para encontrar resquicios que les permitan burlarse de la democracia tiene, con todo, un aspecto positivo, a saber, que hace patente cómo la democracia cuida las formas, pero tiene también consecuencias muy dolorosas, como lo son, sin duda, que los partidarios de los asesinos puedan pisotear al aire libre el dolor y el recuerdo de las víctimas que los terroristas han sacrificado de la manera más insensible y cruel. Hay que poner fin a esta clase de martingalas que pueden llegar a crear algo más grave que la confusión y el escarnio, a abrir una puerta falsa pero efectiva a los objetivos políticos de los terroristas. No se trata ya de que haya una sanción social contra quienes muestran tan escasa capacidad de distinguir entre víctimas y verdugos, sino de que existan instrumentos legales que permitan evitar estas parodias, que traten de impedir que los secuaces de los etarras manipulen a la opinión y progresen en su propaganda implicando a figuras que deberían saber mantenerse al margen, como esos jugadores de la Real Sociedad que se han unido a los convocantes. Los totalitarios nunca han tenido respeto ninguno ni por la libertad ni por la autonomía y la independencia de las instituciones, y no van a cambiar ahora. Pero, puesto que les conocemos bien, tendríamos que imaginar formas de evitar que sigan celebrando en la calle actos que solo merecen la repulsa y el dolor de todas las personas de bien.