El libro de Alejo

He estado en la presentación del nuevo libro de Alejo Vidal Quadras, cuya adquisición y lectura recomiendo vivamente a todos los optimistas. Tenía interés en saludar al autor y en celebrar lo que dice, pero he de confesar que también tenía ganas de reír, y a fe que lo he conseguido. Alejo es un tipo realmente divertido, irónico, sumamente ingenioso, una auténtica rareza en el panorama político, y, tras el rito de las presentaciones, su intervención ha sido realmente jocosa y atractiva. Hablaré de alguna de las cosas que dice, pero ahora quiero subrayar que Alejo piensa por su cuenta y piensa bien, consigue ser respetuoso y mordaz a un tiempo, cosa que parece imposible hasta conocerle, es, en suma, uno de los pocos españoles que podría dar una charla digna de TED. Es penoso que un hombre tan clarividente esté en una especie de vía muerta de la política, sobre todo teniendo en cuenta la nube de mediocres que hace brillante carrera, pero así son las cosas, y Alejo ha sabido dar siempre, además, muestra de paciencia, de resistencia y de una rara ecuanimidad, señas todas del patriotismo crítico de un catalán, hasta la médula, y de un español admirable y cabal.

La nobleza de la política

Siempre he estado de acuerdo con Edmund Burke al pensar que la política es el más noble de los oficios humanos. Es obvio de que, como siempre que se habla de virtudes, hablamos de una posibilidad, de un óptimo que puede darse o no. De hecho, la imagen que tenemos habitualmente de la política se aparta bastante de la idealización y nos recuerda, con frecuencia, a un lodazal, pero la democracia se defiende, entre otras cosas, proclamando la nobleza esencial e ideal de las funciones políticas.
He pensado mucho en este tema mientras veía, y me sumaba, las muestras de alborozo de tantísima gente por un triunfo deportivo tan resonante como el del Mundial de fútbol en Sudáfrica. ¿Cómo es posible que tantas personas capaces de llorar de emoción ante un ejemplo de abnegación, de calidad, de compañerismo, de alegría, de unidad, y de mil cosas más, como el que ha dado el equipo de España, no sepan premiar con su elección a los políticos mejores y más nobles? Creo que la respuesta hay que buscarla en los reglamentos, en la letra pequeña, en la parcialidad de los árbitros.
Nuestra democracia es aún muy joven y ha desarrollado un sistema de representación y de partidos que constituye una caricatura de la democracia; nuestros políticos, en lugar de jugar un fútbol alegre, con clase y camaradería, se dedican a echar balones fuera y a buscar la tibia del contrario. Esto tendría que cambiar, pero requerirá probablemente tanta paciencia como la que hemos tenido los aficionados con la selección a lo largo de años escasamente brillantes, apenas épicos. La fuerza que ha de cambiarlo es el pueblo, empujando con sus críticas, participando más en los partidos, siendo más exigente con las cosas que los políticos nos dicen y con las que nos ocultan. Es una batalla larga, pero, al final, venceremos. No hay que olvidar nunca que los problemas de la democracia se curan con más democracia: en eso se parece también al fútbol.
Como decía Burke, “El pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una ilusión”, de manera que los ideales de la democracia se fundan mejor tras el desengaño, y eso lleva su tiempo, igual que conseguir la preciada Copa que muchos creyeron fuese imposible.