Miró al soslayo

Una buena parte de españoles, salvo víctimas de la ESO, recordarán con facilidad el final del soneto cervantino que da título a esta columna, y que describe la feliz decepción tras lo que se adivinaba como una gran bronca: una gran expectación que parece desvanecerse en el aire. ¿Eso es lo que ha pasado en el Comité ejecutivo del PP? Los primeros ecos del conclave, habitualmente silencioso, allí donde al parecer se debe hablar y nadie habla, registran, por el contrario, una situación de espadas en alto, una Aguirre ausente para que se pueda hablar con libertad del vómito, y un temeroso Cobo que se reafirma en la perversidad de la presidenta, y corre solicito a refugiarse en la lealtad al líder máximo. Todo un espectáculo frente al que, sin embargo, habría que rebajar el tono de las plañideras.

Muchos adoptan ante las rencillas políticas el mismo tono pusilánime que pudiera tener un marciano asustadizo ante la viril entrada de un defensa a un delantero, en un partido enconado, pero la verdad es que, sin gresca cara al público, no hay otra política que la totalitaria. Lo que aquí ocurre es que hay muchos políticos que pretenden que el partido lo ganen los árbitros, que nadie diga nada, y que todos vayamos a votar disciplinadamente y en silencio. Rajoy parece propugnar alguna variante de esta política sin conflicto ni argumentos, tal vez porque suponga que tales minucias, ¡precisamente estas! pudieren apartarle de la Moncloa. Muchos españoles, acostumbrados, únicamente, a aplaudir a los unos o a los otros, no parecen soportar fácilmente según qué discrepancias, pero deberían ir aprendiendo a hacerlo, pues es la única garantía de que no pierdan del todo el control de sus asuntos.

Me parece que las diferencias entre Aguirre y Gallardón son, por lo demás, perfectamente serias. Eso es lo que creen, por cierto, la inmensa mayoría de los militantes del PP de Madrid, unos ingenuos que creen que algo tendrían que decir en esto. Pero en el PP se ha producido un fenómeno curioso y es que, ante la pérdida, perfectamente real, de poder nacional frente a las taifas regionales, algunos piensan que la solución está en ningunear a la organización madrileña; pareciera como si los dirigentes nacionales del PP, se hubiesen convertido a esa estúpida idea de los nacionalistas según la cual, no hay separatistas sino separadores; llevados de esa asombrosa presunción, algunos genoveses pretenden algo así como que Madrid (no, al parecer, el amantísimo ayuntamiento) sea el culpable único de la mala imagen del PP, y que conviene, por tanto, que en Madrid no haya otro partido que el que encarne la dirección nacional; así que, por procedimientos tan oscuros como torpes, esa dirección pretende mangonear Madrid a través de un personaje que no fue capaz de sacar un porcentaje digno de los votos en un congreso bastante más abierto, todo hay que decirlo, que el de Valencia. Madrid no ha pedido un estatuto homologable a nada, ni quiere embajadas, pero es una Comunidad que se merece un respeto que algunos no profesan, y en la que gana las elecciones un partido perfectamente coherente y organizado.

Hablamos pues, de problemas políticos perfectamente reales, como puede comprobar cualquiera que examine mínimamente las políticas del ayuntamiento, con más déficit que ZP, y las de la Comunidad. Pero el PP nacional parece lleno de gente a la que la política de verdad les da risa, de tan cercana que ven la toma de la Moncloa. Rajoy no debería caer en el error de minimizar esas diferencias políticas, y debiera tener alguna opinión sobre ellas, para que los demás pudiéramos hacernos una idea de lo que pretende. Si se trata de refugiar en la disciplina, en la prohibición y en pelillos a la mar, se equivocara, de nuevo, y de medio a medio, un desliz que no logrará tapar con otro buen discurso.

Por detrás de todo esto, está, sin duda, la persistencia en el seno del PP de un viejísimo enfrentamiento, con los matices que se quiera, entre populistas-gastones, que son de derecha más que nada por cuna, y liberales austeros, que pretenden una cosa un poco absurda para los primeros, a saber, que la política se base en ideas. Se trata de diferencias que tal vez pudiesen enriquecer un proyecto, pero que no debieran ocultarse bajo la alfombra.

Además de política, en los partidos deben imperar las buenas maneras y el respeto a las normas; supongo que Rajoy no dejará pasar el exabrupto del visir gallardoniano; Esperanza Aguirre ha dado ejemplo de sobrada buena disposición en todo este asunto, pero sería excesivo pedirle ataraxia frente a una minimización del salivazo de Cobo. Hay señoritos que creen poderlo todo, y es hora de que se enteren de que también ellos tienen que respetar ciertas reglas. No vale decir esto es lo que hay, porque es algo que no debiera consentirse de ningún modo. El valentón cervantino salió indemne porque los sonetos son cortos, pero la historia es larga y pondrá a cada uno en su sitio.

Publicado en El Confidencial]

El miedo de Cobo

Hay gente que dice que la política es aburrida, pero yo tengo un antídoto contra esa dolencia. La solución es Cobo, el de los vómitos, un hombre, al parecer, muy valiente que ha tenido el cuajo de reconocer que pasa miedo, “por él y por sus hijos”. No me digan que no es desternillante que un tipo que se pasea rodeado de una cohorte de seguratas, y que no se ha apeado del coche oficial desde hace lustros, nos diga que se asusta de las cosas que le pasan. Cuando leí las declaraciones pensé que pudiera referirse al riesgo que corre cuando los madrileños le quieren agasajar debidamente como responsable de un gasto fastuoso, perfectamente conforme a los planes de ZP y de Salgado, pero pelín distinto a las recetas de Rato, Pizarro y Montoro; pero no, no iban por ahí los tiros, porque al parecer se refería a una supuesta organización siniestra que él y su señorito montaron cuando estaban en la Comunidad, haciendo amigos, como siempre, justo un poco antes de ampliar las becas sindicales para conseguir que Aguirre tenga siempre quién la aplauda.

Este Cobo es una mina: imagino que Rajoy le hará, como mínimo, portavoz nacional porque hay que ver la audiencia que ha conseguido diciendo un par de tonterías. El razonamiento está al alcance de cualquiera: si con dos chorradas ha logrado más portadas y minutos que el líder máximo, imaginen lo que será cuando pregone las ventajas del partido, con la gracia que tiene.

El concejal vomitón

El segundo de a bordo de Gallardón, que suele usar de delegados para casi todo, se ha despachado con unas amables y educadas declaraciones sobre las perversas intenciones de doña Esperanza Aguirre al propósito de no se qué agravio a don Rodrigo Rato, o así, que se ha entendido el insulto, pero no tanto el motivo.

Todos los madrileños sabemos muy bien lo delicado que es el señor Cobo, sobre todo con su señorito, de manera que si le han entrado vómitos debe estar pasándolo muy mal. Lo que no se entiende tanto es la música de fondo, porque no me negarán que es curioso que para despolitizar lo de Caja Madrid, que es el motivo de los retortijones de Cobo, esto es, de su señorito el alcalde, se hayan de sacar las dagas y los escupitajos. Tal vez sea para defender a Rajoy, al que nadie ha atacado, de momento. ¡Pobre Rajoy! Se podría decir de él, pero al revés, lo que dijo el novelista prohibido en Sevilla: “¡la de patadas que le van a dar a Franco en nuestro culo!” Pues eso, ¡la de defensores que tiene Rajoy sin que nadie se lo haya pedido!

Total, que entre los embrollos valencianos, las amenazas nada veladas de los socialistas, y de los del PP, en el ejemplar caso Gürtel, y los mareos del vicealcalde, la política se está poniendo de verdad atractiva para la gente decente. Como pudiera decir Anson: “miles de idealistas de todas las edades piden el ingreso en el PP”. Seguramente cuenta con ellos Cobo para que Gallardón gane el próximo congreso del partido, en Madrid o donde fuere. Ahora que la basura está barata puede ser su momento.