Son abundantes los testimonios de que estas Navidades pueden ser el inicio de un cierto nivel de masificación de los e-reader en España. Puede ser. Yo que ya soy usuario veterano, tengo que decir dos cosas al respecto: una, como me recordaba esta mañana, Ana Nistal, no conozco a nadie que haya hecho la experiencia de uso de une-reader (con tecnología de tinta electrónica) y no haya quedado encantado; dos, que no creo que el precio, que ya está más bajo, sea ningún obstáculo; los obstáculos están en la boina, en el cierre de la mollera. Son los editores, la mayoría, los periodistas que no entienden nada (que son muchos) y los que hablan de memoria (catedráticos y gente así) los que impiden que la gente se ventile el cráneo. El otro día cenando con un grupo de amigos, un catedrático con fama de bueno entre los suyos, me empezó a decir esa chorrada tan divertida de que las pantallas no se leen y cosas así; le paré en seco y, aunque ya le tenía localizado como un merluzo importante, le he puesto en la lista de los memos irremediables. La única disculpa es que tiene más años que yo, pero eso autoriza a tener peor intención y un cierto desánimo, no da bula para las simplezas.
Algunos que se gastan mucho dinero en cualquier bobada, como un televisor más grande que el salón, se quejan del precio de los e-reader. Lo que ocurre es que leer les parece muy aburrido y así andan de pobreza de argumentos. Es verdad que faltan todavía catálogos interesantes y que, en español, apenas se pueden leer ediciones fiables y casi nada reciente, pero todo se andará, estas Navidades o cuando sea, pero se andará. Las cosas tardan en llegar porque aquí somos un poco tardos, pero la función exponencial empieza a asomarse.