Prejuicios perdurables

No hay nada menos efímero que los prejuicios; en realidad, si se cuidan un poquito, pueden llegar a ser eternos, además de conservar una enorme fertilidad. Digo esto a propósito de un comentario, reiterativo como corresponde, de Joaquín Rodríguez en su blog Los futuros del libro, que suele ser un ejemplo heroico de fidelidad a los intereses de esa tradición que confunde el papel con el texto y la impresión con la edición, todo un oficio. Fíjense lo que dice: “Casi ninguno de los libros electrónicos que se comercializan ahora mismo en el mercado […] mejora, a mi juicio, las propiedades y capacidades del libro en papel tradicional”. Lo más curioso de esta afirmación es que, por su forma, parece prometer el descubrimiento de esos libros que se ocultan tras el casi, porque, de no haberlos, hubiera debido atreverse a decir ninguno, que es, seguramente lo que piensa. Pero no, JR no quiere pasar por dogmático y se parapeta en un casique desprecia la capacidad lectora de sus adictos.

La cosa no acaba ahí: resulta que no solo hay mejoras, sino que los libros electrónicos tienen, además, un grave defecto que JR no tiene otro remedio que revelar, a fuer de sincero. Pero hay otro casi: el defecto es tan grave que se pone en boca del “hijo de un reputado colega” (que se vea que no es cosa de ser viejuno, como dirían los de Muchachada Nui), a saber (contengan el aliento): “el libro electrónico […] es un objeto” y sirve solo “para los que ya están habituados a leer en soportes tradicionales, porque no añade ni un ápice de valor adicional, a excepción, claro, de su capacidad de almacenamiento”. O sea, que los que no están habituados a leer deben seguir comprando los libros de siempre.

Hay que reconocer que el hijo del reputado colega de JR ha dado en el clavo. Ahí tenemos la gran diferencia con los libros normales; para empezar, eso de ser un objeto siempre ha estado mal visto por la mayoría moral progre; pero, además, como es obvio, los libros normales son los únicos que valen para los que no están habituados a leer, porque sirven, no es necesario insistir en ello, para decorar encimeras y para que los merluzos se hagan fotos delante de ellos, función en la que hay que reconocer que son imbatibles.

Una vez que se han desvelado los dos grandes defectos metafísicos de estos libros anormales, ya no hay razón para disimular; ya se puede enhebrar el conjunto tradicional de tópicos y defectos: no son táctiles, buscan mal, son lentos, no poseen conexiones, no sirven para anotar, no dan color, tan esencial para una lectura culta, etc. Esta enumeración es un catálogo de malas intenciones, algo así como si se describiera una biblioteca diciendo que no hay música, que no se pueden tomar cubatas, que está prohibido bailar y que además no se pueden realizar acampadas.

Lo peor, sin embargo, está por llegar y aquí JR se desmelena. Dice nuestro peculiar profeta libresco que los textos no son redimensionables y que por ello suelen (¿dependiendo del azar?) ser ilegibles e inmanejables. Como no podía ser de otra manera, JR se indigna: “un menosprecio ultrajante a cinco siglos de artes gráficas que ningún editor debería aceptar y que ningún lector debería consentir”. Esto de vejar a la tradición le parece muy mal a cualquier progre.

Como es Navidad, y cada uno escoge las tradiciones que le peten, no voy a seguir, aunque JR recomiende no comprar y esperar a que la tecnología vaya superando las pegas que a él se le ocurran. Me temo que eso no pasará nunca, de manera que sus infinitos seguidores se lo pueden tomar con calma.

[publicado en Culturas digitales]

¿Arrancan los e-readers?

Son abundantes los testimonios de que estas Navidades pueden ser el inicio de un cierto nivel de masificación de los e-reader en España. Puede ser. Yo que ya soy usuario veterano, tengo que decir dos cosas al respecto: una, como me recordaba esta mañana, Ana Nistal, no conozco a nadie que haya hecho la experiencia de uso de une-reader (con tecnología de tinta electrónica) y no haya quedado encantado; dos, que no creo que el precio, que ya está más bajo, sea ningún obstáculo; los obstáculos están en la boina, en el cierre de la mollera. Son los editores, la mayoría, los periodistas que no entienden nada (que son muchos) y los que hablan de memoria (catedráticos y gente así) los que impiden que la gente se ventile el cráneo. El otro día cenando con un grupo de amigos, un catedrático con fama de bueno entre los suyos, me empezó a decir esa chorrada tan divertida de que las pantallas no se leen y cosas así; le paré en seco y, aunque ya le tenía localizado como un merluzo importante, le he puesto en la lista de los memos irremediables. La única disculpa es que tiene más años que yo, pero eso autoriza a tener peor intención y un cierto desánimo, no da bula para las simplezas.

Algunos que se gastan mucho dinero en cualquier bobada, como un televisor más grande que el salón, se quejan del precio de los e-reader. Lo que ocurre es que leer les parece muy aburrido y así andan de pobreza de argumentos. Es verdad que faltan todavía catálogos interesantes y que, en español, apenas se pueden leer ediciones fiables y casi nada reciente, pero todo se andará, estas Navidades o cuando sea, pero se andará. Las cosas tardan en llegar porque aquí somos un poco tardos, pero la función exponencial empieza a asomarse.

La canción del verano

No me tomen muy en serio, pero me temo que este verano se ha quedado sin canción. Tampoco sé si es la primera vez, pero me parece que el género ha fenecido. No es que hayamos mejorado mucho nuestro nivel musical, lo que serviría para explicar el caso; no, lo que ha pasado es que ya nadie escucha los 40 principales, si es que siguen existiendo, ni compra discos, ni escucha música por la FM. Ahora es el I Pod, Spotify y otras cosas así. La música se oye de otra manera y, por tanto, se crea y se distribuye de otros modos. La gente, sin embargo, no deja de escuchar música; me parece que, de hecho, se escucha más música que nunca. Es muy corriente ver personas usando uno de los múltiples reproductores de MP3.

Ahora está empezando a pasar con la lectura lo que ha ocurrido con la música y la gran cuestión es si se van a repetir los mismos errores que han cometido las editoras musicales, o se van a evitar algunos muy obvios. En este ámbito, se anuncia que a finales de año se producirá en España la eclosión de los dispositivos de lectura basados en la tecnología de tinta electrónica. Yo ya hace dos años que gozo de uno de ellos, y me parece el aparato más útil y rentable que me haya comprado nunca, tal vez salvo el PC con que escribo. Sony acaba de anunciar que sacará un e-reader más barato y es fácil que lo distribuya en España, donde El Corte Inglés ha puesto a la venta un e-reader de fabricación propia. Se trata de aparatos que permiten leer sin ninguna de las molestias que producen las pantallas de ordenador (el texto no titila, y se ve sobre un fondo opaco, exactamente como ocurre con la lectura en papel), que además son extraordinariamente ligeros y pueden ser cargaos y descargados de miles de libros diferentes. Nadie sabe cuál va a ser el final de toda esta historia, pero yo apostaría por unos efectos aún más contundentes que los que se han experimentado en el mundo de la música. Los best-sellers y los clásicos tendrán que adaptarse, porque aquí también se a acaba la canción del verano.

La Iliada e internet

Permítaseme contar una anécdota personal para ilustrar un caso que me parece muy general. En esta mañana en la que escribo, he tenido la necesidad de comprobar un dato en la Iliada y, como es lógico, y puesto que no soy especialista en textos griegos, la red me ha brindado numerosas oportunidades de hacerlo. Luego, he sentido el deseo de leer de nuevo este texto realmente primordial y, aunque tengo una estupenda edición española de la Biblioteca clásica Gredos, con traducción de Eduardo Crespo Güemes, cuando he ido a echarle el ojo encima me he encontrado con que la tipografía es de un tamaño muy pequeña y, aunque, a Dios gracias, gozo todavía de una vista razonablemente buena, la lectura se me hacía penosa. Por otra parte, pensaba leer este texto homérico a ratos, por puro placer, y el volumen de Grados no es precisamente de un tamaño aconsejable para llevarlo encima. Me puse a buscar entonces ediciones digitales, para poder leerlas en mi e-reader de tinta de imprenta, lo que me permitiría, entre otras cosas, escoger el tamaño de letra, y aquí fue el acabose. No es que no las haya, las hay a docenas, pero no he encontrado ninguna, me refiero al español, que me ofrezca unas mínimas garantías. ¿Cómo es que nadie hace esto? ¿Cómo es que no hay ya en la red ediciones fiables, en buenas condiciones y a precios realmente atractivos?

Supongo que es consecuencia de la forma que adoptan los procesos de evolución hasta que llegan a un punto de equilibrio. Cuando yo era niño, en mi aldea asturiana no había coches, ni carreteras por las que pudieran ir. Luego, poco a poco, empezaron a llegar unos y otras. Ahora es posible, incluso, que haya exceso de ambos, pero ya se puede ir casi a cualquier parte.

En la red, las cosas con Homero, y con tantos más, llevan un cierto retraso, pero seguro que todo se andará.

[Publicado en adiosgutenberg.com]