Categoría: ateismo
Pensar en Dios
Las navidades se han vuelto problemáticas, no cabe duda. Han sido objeto de toda clase de ataques, aunque los más terroríficos me parecen los del egoísmo de esas gentes, tan abundantes, para los que la vida significa hacer sus planes, y que nadie les moleste. Todos tenemos algo de eso, sin duda, yo desde luego. Pese a eso, a mí, las navidades siempre me han encantado porque me recuerdan lo mejor de la vida, de una realidad misteriosa pero no absurda y que solo se puede vivir bien con esperanza, algo que siempre es compatible con pasarlo mal. Los chicos listos, y las chicas, nos solemos olvidar de eso porque pensamos que la vida es una especie de espectáculo para que los demás aplaudan, y en navidad no hay manera.
También me molesta el excesivo empeño de algunos en purificar el sentido religioso de las fiestas, cuando esa intención se convierte en un motivo para reñir a los frívolos y a los tibios. Eso ya lo ha hecho San Juan, y bastante bien, por cierto, de manera que no hay que ponerse demasiado escatológico con la pequeña alegría del personal que es capaz de sentirla. Yo, por si se me olvida, procuro ver siempre ¡Qué bello es vivir! para acordarme de que el amor de Dios a los hombres se traduce siempre en deseo de paz y de alegría y en el impulso de su bondad, su generosidad y su esperanza.
Me he puesto a escribir esto porque he visto que Factual, el periódico de Espada, al que me he apuntado equivocadamente, pero sigo con cierto interés, promociona, entre otros, una lista de diez libros para dejar de creer en Dios. Me hace gracia que sean necesarios tantos, cuando mucha de la gente que no cree en Dios, que ni se le pasa por la imaginación, no ha leído ni un prospecto. Esto me recuerda a una de las cosas de Wittgenstein cuando parodiaba la verificación recomendando leer un periódico y salir a la calle para comprar otro de la misma edición y asegurarse de que dice lo mismo. No sé si lo cogen, pero para mí que creer en Dios tiene relativamente poco que ver con los libros, y por eso me resulta curioso que haya gente que espere más de los libros que del amor de Dios.
Nuevos dioses
Arcadi Espada, además de un magnífico analista de la vida política, es un ocurrente debelador del nacionalismo y de muchas de las creencias más corrientes de cierto progresismo, de lo que el llama, con bastante acierto y sorna, socialdemocracia. Son temas en los que, gracias a la calidad de su escritura, a la acuidad de sus análisis y a su fina ironía, le sigo siempre con fervor y, muy a menudo, con íntimo regocijo.
Como si fuera poca la tarea que asume, Arcadi, de vez en cuando, decide hacer una descubierta metafísica (pues de metafísica se trata, aunque muchos finjan no saberlo) y ahí, al conocer por oficio la mayoría de sus fuentes originales, no puedo seguirle sin desencanto al ver cómo el agudo analista se convierte en muy otra cosa. Arcadi es un ateo militante, es decir un ateo a la moda, cosa a la que tiene perfecto derecho y que está muy en su punto. Aunque yo creo en Dios, no disiento de Arcadi en lo que él no cree, sino, precisamente, en lo que cree no creer, en lo que cree saber, algo que confunde, sin desmayo y con descuido, con una forma precisa de ciencia.
Una de las fuentes más habituales de inspiración del Arcadi metafísico es John Brockman, el editor de Edge, un despabilado agente literario (una especie de Punset, para entendernos) que ha conseguido convertir en noticia frecuente al grupo de sabios que pastorea. Desde 1998 les hace a principio de año una pregunta de apariencia trascendente y, sobre la base de sus respuestas, se organiza una estupenda campaña de promoción a la que nada hay que objetar. Las respuestas son, en ocasiones, de gran interés, otras se quedan en brillantes vaguedades mimetizadas tras el prestigio general del montaje. Este año, la pregunta se refiere a los cambios decisivos qué hay que esperar del desarrollo de
Si ahora hago este comentario a su post es porque, más allá de las sugerencias futurológicas, me he maliciado (aunque, a Dios gracias, muchas malicias suelen ser infundadas) la inagotable presencia de Arcadi detrás de la campaña que, a imitación de los ingleses seguidores de Richard Dawkins, una de las joyas de
¿Tiene esta preocupación por las supuestas angustias de los desdichados creyentes algo que ver con las proyecciones que entusiasman a Arcadi? A la manera de Chesterton habría que reconocer que cuando no se cree en Dios se tiende a creer en cualquier cosa y, la verdad, es que resulta lamentable que algunas de las cosas escogidas pretendan hacerse pasar por ciencia. Sin embargo, la ciencia no debiera confundirse con ninguna creencia. La ciencia se basa en ciertas creencias, no cabe duda, pero no es una de ellas. El verdadero carácter de la ciencia tiene mucho más que ver con la incredulidad que con la confianza en lo que se nos cuenta, con las ganas de creer. La ciencia enseña a poner en cuestión las creencias, la experiencia rutinaria, los tópicos, lo que siempre se ha dicho sobre algo. La ciencia no puede crecer sin escepticismo y sin desconfianza en lo que se da por sabido; en cierto modo es lo contrario de una religión; Richard P. Feynmann definía la ciencia precisamente en atención a esta actitud de desconfianza hacia lo que se dice: “eso es la ciencia: el resultado del descubrimiento de que vale la pena volver a comprobar por nueva experiencia directa y no confiar necesariamente en la experiencia del pasado. Así lo veo. Esta es mi mejor definición”.
Nada resulta más contrario a la buena ciencia que los malos dogmas, es decir los dogmas que se instalan en un terreno que debería quedar abierto a
Muchas de las propuestas de Edge apuntan en direcciones fascinantes, otras repiten ya tópicos que solo se pueden atender debido a la escasez de lecturas al respecto. Hay una especie de denominador común en muchas de ellas que responde bastante bien a una mentalidad predominante, la idea de que la evolución nos ha conducido a tomar el control de forma directa y deliberada sobre la evolución de muchas especies, incluida
Los ateos de ahora andan empeñados en imponer sus creencias como ciencia, un rasgo que los identifica como auténticos autoritarios, como enemigos de la libertad más radical que es la libertad de conciencia. Afirman que creer en Dios es el gran error y que su misión es liberarnos a los que no lo vemos claro de tamaña ignorancia. Se trata de una larga campaña en la que no se juega casi nunca de manera muy limpia, en la que se atribuye a las religiones (cogiendo el asunto por los pelos) el origen de toda violencia, como si Hitler o Stalin hubiesen sido tan devotos como
Los ateos dawkinianos pueden estar dispuestos a acabar con los genes equívocos de los creyentes por métodos escasamente socráticos, aunque de momento se presentan como si tratasen de aliviar nuestras preocupaciones. Los progresistas como Arcadi nos muestran el agudo contraste entre la impotencia de la religión para resolver los problemas del mundo y la eficacia contrastada de la tecnología y de la ciencia, pero, al hacerlo así, cometen un doble fraude: dan por hecho lo que habrá que probar y, además, aparentan ignorar que muchos de los grandes pensadores que están en la frontera del conocimiento, estén o no en Edge, no comparten ese programa de desprecio de la religión y de eliminación del supuesto espejismo que nos lleva a creer en Dios.
La sabiduría popular insiste en que el diablo sabe más por viejo que por diablo y eso tiene una lectura interesante: que la especie de diablos que pretenden eliminar la presencia de Dios en el mundo de los sabios es poco imaginativa, que viene repitiendo su programa desde hace cientos de años. Estos nuevos dioses que se nos ofrecen en nombre de la ciencia son casi tan viejos como la humanidad; eso no es ninguna descalificación pero, la verdad, queda un poco ridículo proponer como el colmo del progresismo futurista la repetición de ideas que ya eran viejas en los orígenes del cristianismo.
Es lamentablemente muy cierto que la religión se trató de imponer por las bravas en su vieja alianza con el trono. Imitando esa clase de errores, la nueva religión presuntamente irreligiosa se refugia detrás del indudable prestigio de la ciencia para vender su vieja mercancía. Si se consolidase esa nueva dictadura cientifista, se perdería algo más que la libertad de conciencia de cada cual, se perdería también la posibilidad misma de seguir creando ciencia nueva. Para los que creen que ya se sabe todo, siempre serán un peligro los que pongan en duda esas certezas, los únicos que podrían ser capaces de ir un paso más allá, de continuar la maravillosa tradición escéptica y antidogmática de
[pub licado en elestadodelderecho.com]