Añoranzas

Cuando se oye a algunos supuestos pensadores de la derecha hablar del nuevo gobierno del PP, no son pocos los que entonan una especie de llanto preventivo lamentándose de que la derecha vaya a volver  de nuevo a ocuparse del empleo y de la economía, pero olvidándose de la regeneración moral, así suelen llamarlo, los valores, la familia y cosas de este tipo. Yo, para estas cosas, soy barojiano, y en cuanto oigo la palabra regeneración me mosqueo, pero, aparte de mi manía, creo que los que así piensan, si es que lo hacen, ponen el carro delante de los bueyes. Los partidos y la democracia están para gobernar, no para hacer una sociedad al gusto de unos pocos o de unos muchos. En esto parecen algunos querer ser como Zapatero, imponer el código moral de su preferencia, y eso es siempre un error, con independencia de la calidad del tal código. Lo pasmoso es que muchos de los que dicen este tipo de cosas hablan también de sociedad civil, como se ve, no se privan de nada. No negaré yo que sean preferibles ciertos valores, los cristianos, sin ir más lejos, a muchos de los que son dominantes en la sociedad española de ahora mismo, pero no creo que esa sea tarea del PP, francamente. El PP bien haría en apartarse cuanto pueda de este género de individuos que todo lo confunden, pero tal vez sea mucho pedir.
La tableta de Amazon

Cauce parlamentario

No me ha extrañado leer que Izquierda Unida pretenda dar cauce parlamentario a las ideas del 15M, y no me extraña porque si hay algún partido que sea bastante ajeno, en su fondo y en sus ideas, al parlamentarismo es, precisamente, Izquierda Unida. Esto no es ni bueno ni malo, es lo que es, me parece a mí. Lo que en el 15M le interesa a Izquierda Unida será, con toda probabilidad lo que ella misma o sus satélites habrán puesto ahí, o las generalidades a las que nadie pueda decir un no absoluto. Tanto el 15M como Izquierda Unida tienen algo de anti-político y no es extraño que haya por ahí un maridamiento más o menos oportunista. El problema es que cuando se quiere hacer política con lo anti-político, como cuando se hace, por ejemplo, desde la religión, se suele pretender algo que, en el fondo, equivale a negar la política, de la misma manera, por citar otro caso, que el llamado «comercio justo» supone, en el fondo, una negación del mundo mercantil, tal como es en la realidad.  
Las formas de lo anti-político son parte esencial de cualquier paisaje social y probablemente  sea absurdo pretender una sociedad tan cuerda y bien ordenada que fuese absolutamente impensable la aparición y la fecundidad de lo anti-político. Sin embargo, pese a que aprecie la buena voluntad que pudiera suponer, no deja de parecerme un absurdo la cuadratura del círculo.
Menos lobos con las redes, Caperucita

Religión y libertad

Alexis de Tocqueville hizo notar que la religión, que en Europa, y no digamos en España, se ha asociado históricamente con el poder político, en los Estados Unidos se había convertido en el garante último de la libertad de conciencia. Aquí todavía tenemos mucho que aprender sobre la libertad, los que se dicen religiosos, y los que creen poder hablar en nombre de la ciencia y contra la religión. Algunos pensadores, escasamente originales, pretenden explicar la maldad de los hombres, la violencia, la guerra, a los supuestos estragos que la idea de Dios causa en sus mentes. Frente a esa absurda pretensión, que supone atribuir los efectos de una idea a lo que la contradice (y dar por supuesto, sin prueba alguna, el carácter seráfico de cualquier nihilismo o cualquier politeísmo), el Papa Benedicto XVI ha subrayado la necesidad de ensanchar la razón humana para comprender que tenemos que contar con Dios, porque un mundo sin Dios es difícil de comprender, y porque forzar la exclusión de Dios es un ataque a las convicciones más íntimas de muchas personas.
Una cierta presencia de Dios en el orden político no debiera servir para santificar el poder de quien manda, sino para relativizarlo, para recordar que no se puede confiar ciegamente en ningún poder temporal. Como recuerda Chesterton, la doctrina del derecho divino no era una muestra de idealismo, sino de realismo, un rasgo muy pragmático de la fe, una forma de protegerse de la tendencia al desbordamiento y el descontrol del poder, era un límite al totalitarismo de la fuerza bruta.
Aunque sea comprensible que algunos se cansen de ser libres, y tiendan a delegar su conciencia en el Estado, el nombre de Dios debe servir para recordarnos que solo nosotros mismos podemos decidir entre el bien y el mal, que nuestra conciencia personal siempre es insustituible e indelegable. Eso no supone incitar a la violencia, sino a la responsabilidad, una consideración que, ciertamente, puede resultar muy molesta.

Zapatero, a Dios rogando y con el mazo dando

Un curioso desliz del nuevo embajador norteamericano nos ha permitido enterarnos de que nuestro beatífico presidente acompañará a Obama en el desayuno del Día Nacional de Oración, un acto al que nunca habría ido por iniciativa propia. Soraya Saénz de Santamaría ha estado diligente recordando lo de “París bien vale una Misa”, solo que aquí no está en juego nada que no sea la gaseosa vanidad de ZP. El oportunismo de ZP es obvio, pero el incidente pudiera merecer alguna reflexión menos apresurada.

La democracia americana es muy distinta de esto de aquí, que no se sabe muy bien si es carne o pescado, aunque sea mejor que cualquiera de los sistemas que hemos tenido y también que cualquiera de los que hubiéramos podido tener, pero el aspecto en el que más se distancia de nosotros tal vez sea, precisamente, en la relación entre las instituciones políticas y la religión. Tocqueville notó que, a diferencia de Europa, en donde las iglesias han estado de uno u otro modo en relaciones con el poder, la religión es en Estados Unidos una garantía de la libertad de pensamiento y de la libertad de conciencia, es decir del fundamento mismo de la democracia.

La diferencia no es nada pequeña y explica bien que algunos Zapateros se quieran pasar de listos con la religión, ahora que apenas conserva ya poder político, por aquello de “a moro muerto gran lanzada”, pero también me parece justo subrayar que la Jerarquía debería evitar dar la sensación de que añora los poderes perdidos, dicho sea con el máximo respeto. De cualquier manera, tanto la izquierda como la derecha deberían repasar este aspecto tan importante en la vida de las democracias, pero para eso hace falta pensar y los políticos, ¡qué se le va a hacer! siempre están haciendo o asistiendo a actos y tratando, a su modo, de ganar elecciones, y ya se ve que, aunque nos aburran, no hay forma de apearlos del sistema.