Está visto que ZP no se arredra, al menos de momento, ante los negros nubarrones que nos amenazan a todos. De ser así, según quienes dicen conocerle, su error no sería tanto la temeridad como el egoísmo. ZP parece creer que los límites del sistema económico son indefinidamente flexibles, y que mientras él tenga el apoyo de la mayoría, de los descamisados, aunque sean descamisados de guardarropa, que viven espléndidamente bien a costa del erario público, no tiene nada que temer a los mercados, porque son tigres de papel.
España, mientras tanto, se vacía, se desvitaliza. No es posible crear nada, ni levantar nada porque el déficit público se lo lleva todo por delante. ZP parece firmemente persuadido de que, si aguanta, al final, los ricos pagarán la ronda. Es posible que no estuviese mal del todo que así fuese, que, por una vez, pierda la banca, pero no será el caso. Perderemos los de siempre, la abobada clase media, los emprendedores modestos, la gente decente que quiere trabajar y esforzarse. No obstante, si la cosa sigue como parece, también caerán los más altos palacios, y la ira del personal, aunque traten de dirigirla a donde suelen, puede acabar con la biografía de los equilibristas más consumados, con los aires de superioridad de los artistas, puede llevárselo todo por delante. Por eso es realmente negro el panorama, porque nuestro presidente es un optimista incorregible en lo que se refiere a las memeces que venera, y porque cree que sabe cuidar muy bien de lo que le importa.