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¿Los Estados no pueden quebrar?
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El que nunca miente, según declaró enfáticamente José Blanco, ministro de alta velocidad, tiene, sin embargo, muy bien aprendida la hipócrita conducta de los teros del Martín Fierro, el gran poema gaucho, esos pájaros astutos que “en un lado pegan los gritos y en otro ponen los huevos”. Toda la retórica política del presidente está inspirada en un lema que le atribuyen algunos que le conocen bien: “ni una mala palabra, ni una buena acción”. Algunos lectores poco propicios a descreer de las buenas acciones del presidente tenderán a pensar que todo esto se dice como parte del ritual político, como un verso más de ese gran poema de descalificaciones en que suele hacerse consistir a la oposición. Para disipar un poco es impresión bien pensante, voy a hablar de un caso de apariencia relativamente poco importante, pero extremadamente significativo en el fondo, de un enorme error que ZP está a punto de cometer por su incapacidad de valorar los detalles y porque, por supuesto, ni él mismo parece creer buena parte de las cosas que dice.
Todos hemos oído a Rodríguez Zapatero llenarse la boca con altisonantes declaraciones al respecto del necesario impulso a la investigación, al I+D, a la modernización de la economía, y un largo etcétera que, últimamente, incluye una larga teoría de descalificaciones a los empresarios por su egoísmo y su miopía al no saber invertir en los sectores con futuro, en las nuevas tecnologías, en todo ese mundo de maravillosos futuros que ZP conoce mejor que nadie. Pues bien, resulta que del examen del proyecto de presupuestos para 2010, se deduce que, precisamente en los capítulos destinados a la financiación de la investigación, un capítulo en el que en todo el mundo, empezando por los EEUU, las administraciones públicas aportan una parte muy significativa del conjunto de las inversiones, nuestro futurista gobierno ha decidido aplicar un recorte cercano al 40%. ¿Cabe esperar que ZP deje de hablar de esas cuestiones y emprenda una nueva campaña de elogios del ladrillo y de la singularidad de nuestro modelo edificativo y financiero? Se han visto tales cosas que no podría atreverme a negarlo, pero no lo creo.
La utilidad de la estrategia de los maquiavélicos pájaros pamperos consiste esencialmente en el error que provoca su conducta en los posibles rivales que se dedican a cuidar los huevos ajenos confundidos por los trinos del astuto pajarraco. Zapatero, en la misma línea, seguirá probablemente predicando su doctrina de progreso para ocultar, precisamente, una conducta que solo en apariencia es astuta porque, en realidad, es profundamente necia.
Como ha escrito Joan J. Guinovart, presidente de la Confederación de sociedades científicas de España, en un sugestivo artículo titulado “¿Hundir la ciencia por el precio de seis “Ronaldos, es absolutamente ilógico que en el momento en que España necesita renovar su modelo de crecimiento, se les niegue a los investigadores el chocolate del loro. El dinero que un ZP disimulón pretende ahorrarse a costa del Plan Nacional que nutre de fondos al conjunto de los investigadores españoles, supondría unos 580 millones de euros, una cantidad del todo ridícula en las abultadas cuentas públicas y que, como dice Guinovart, equivale a lo que habría que pagar por el fichaje de seis Ronaldos. Visto desde otra perspectiva, y para que se hagan una idea del absurdo de disparate tan austero, bastará anotar que Zapatero está a punto de gastarse 100 millones de euros en el montaje de su presidencia europea, acontecimiento planetario que podría quedar deslucido sin esos dinerillos.
En unas declaraciones anteriores de Guinovart, este hizo una valoración muy aquilatada del temible recorte: «Si creen que la investigación y la educación son caras, prueben con la ignorancia y la mediocridad». Ignorancia y mediocridad es lo que exhiben esos políticos gastones que se compran Audis blindados, despachos de diseño y van rodeados de horteras de buen sueldo e indiscernible función. Las vacaciones del presidente cuestan más que el presupuesto anual de un equipo importante de investigación, y eso que Zapatero no deja de hablar de la modestia personal y de la importancia del saber. Hay un desdén por la investigación y la ciencia que no es exclusivo de Zapatero. Es muy probable que el émulo Gallardón se haya gastado más en el delirante proyecto olímpico para 2016 que lo que los científicos madrileños pueden disponer para instrumentación, documentación o viajes. Pero ya se sabe que las Olimpiadas son un proyecto colectivo y que la ciencia y la invención pueden seguir estando bien en manos de otros.
Nadie duda de la necesidad de hacer recortes, pero seguramente son millones los españoles que podrían susurrarle al oído a nuestro muy sensible presidente algunos capítulos más costosos y menos útiles del desbocado gasto, sin tocar las partidas, un tanto limosneras, del I+D. Así, al menos, podría hacer propaganda de algo cierto.
[publicado en El Confidencial]
Cualquier Estado que se desarrolle de manera descontrolada, esto es, sin patrón de crecimiento reconocible, de modo acelerado y sin que puedan describirse con claridad los beneficios inmediatos de su evolución, se comporta de manera enteramente similar a la de los cánceres en los organismos biológicos. Los efectos del cáncer y de sus metástasis son conocidos y muy difíciles de combatir, de manera que, aunque no sea exactamente así, la sabiduría popular ha identificado en su imaginario el cáncer con la muerte misma. Las sociedades, sin embargo, son, a su modo, inmortales, pero pueden experimentar largas y profundas agonías, que es palabra con la que también podríamos denominar a lo que llamamos crisis, una situación a la que no se le conoce salida y en la que gobernantes necios no conocen otra solución que la huída enloquecida hacia no se sabe dónde, con la esperanza de que la cosa escampe… porque, hasta ahora, siempre ha sido así.
En una de esas estamos, una crisis galopante y un crecimiento incontrolado, pero deliberado, de los servicios públicos, de manera que a la mayoría de las administraciones y al gobierno de ZP ni se le pasa por la cabeza una contención seria del gasto. Este año hemos batido la cifra de empleados dependientes del erario público que ha alcanzado una cifra superior a los 3,7 millones de personas, con un crecimiento de más de 156.000 empleados públicos en el último año. Los españoles deberíamos ser conscientes de que todo esto significa vivir por encima de nuestras posibilidades y gastar el dinero de que disponemos una manera poco inteligente. Una prueba muy simple de ello es que la relación entre el número de funcionarios y el número de ciudadanos a los que supuestamente sirven. Una administración, que difícilmente podría tildarse de liberal, como es la Generalidad de Cataluña, utiliza un 9,8% de ciudadanos en los empleos públicos, mientras que Extremadura ocupa cerca del 29%. Si la ratio catalana se extrapolase al conjunto de España nos podríamos ahorrar cerca de un millón de funcionarios: ¡a saber qué estarán haciendo!
Cuando no se está dispuesto a poner orden en los distintos cortijos administrativos (y sindicales) que viven alegremente del esfuerzo ajeno, lo lógico, aunque sea canallesco, es agarrarse al bolsillo del trabajador autónomo, del empresario y del asalariado corriente y moliente para que pague más, y más deprisa.
Según un estudio reciente del BBVA, la experiencia demuestra que las políticas de contención del déficit público inspiradas en reducciones del gasto obtienen un éxito mayor que las que se apoyan en incrementos de la carga fiscal, pero la aplicación de esa receta implicaría que el gobierno de ZP tuviese que reducir en 50.000 millones de euros el gasto público para llegar a un déficit del 3% en 2012, de acuerdo con su propios planes. ¿Alguien cree que se disponga a hacerlo?
A cambio de virtudes del ahorro, veremos excesos de verbo, y de generosidad, a cargo del bolsillo ajeno. Los impuestos indirectos, al alcohol, a las gasolinas, a los bienes de consumo, crecerán de manera desmedida con la bizarra disculpa de que siempre existirá algún lugar en el que se hallen más altos que aquí, y los impuestos directos crecerán porque, como es lógico, los más ricos deberán pagar más.
El gobierno podría aumentar sus ingresos fácilmente si cobrase al menos una parte de los costes a sus beneficiarios directos, pero entonces se descubriría parte del tinglado y la gente empezaría a pensar por su cuenta, lo que es muy desaconsejable para el buen fin del socialismo. Es toda una lección de filosofía política caer en la cuenta de que el gobierno prefiera castigarnos a cobrar el coste de sus servicios, esos que se consideran gratuitos. Sería insoportable la presión liberal de unos ciudadanos a los que se cobrase lo que de verdad vale una plaza universitaria o una cama en un hospital, cuando pudiesen pagarlo. Muchos dejarían de ser tolerantes con los males endémicos de tantos servicios públicos, con su mala calidad, con su maltrato al público. Si la gente supiese lo que de verdad paga porque le salgan gratis el colegio, la universidad o las autovías, se podría montar una marimorena, de manera que es mejor que el velo de la ignorancia cubra piadosamente los diversos desmanes de las administraciones, la cara dura de los extremeños, por ejemplo, por emplear tres veces más funcionarios en unos servicios seguramente peores que los catalanes.
A cambio se convierte en delincuente al infractor de tráfico, se muele a impuestos al que produce con su esfuerzo, y se coloca a más inútiles en cualquiera de los numerosos puestecillos que la desbocada imaginación de los administradores es capaz de establecer, aunque, eso sí, con la papeleta de voto en la boca, para que no se despisten. Más multas, más arbitrariedades, más enchufes, más impuestos. Ese es el programa que ZP pretende vendernos con el nombre de contención del déficit: es todo lo que se le ocurre.
[Publicado en El confidencial]
Los madridistas, que son mayoría entre los madrileños, aunque Teruel también existe, desearían que un titular como este pudiera referirse al fútbol, pero eso resulta pero que muy improbable, al menos hoy por hoy. No se trata de fútbol, sino de deuda, y ahí las cosas son así de claras. Gallardón ha llevado la deuda madrileña a las cotas más altas que imaginarse pueda, hasta el punto de que ha dejado cortos a sus rivales socialistas, siempre tan competentes en esta clase de desaguisados. Ha superado con creces, incluso, la barrera que le había propuesto el muy flexible Solbes, de manera que, con un caso tan nítido, el PSOE estará en condiciones de echar la culpa a Rajoy, que suele llevarse esta clase de bofetadas propiciadas por el entusiasmo de sus más fieles, del crecimiento del déficit público. Según informa Carlos Sánchez en elconfidencial.com, de acuerdo con las cifras del Banco de España, el ayuntamiento de Madrid debía al finalizar el tercer trimestre del año pasado, 6.496 millones de euros, lo que supone un 400% de la cifra existente al comienzo del mandato de Gallardón y que está a punto de alcanzar la supercifre de 8.000 millones, casi tres mil euros por madrileño. Quizá no sea mucho si se tiene en cuenta que Gallardón aún no ha estropeado del todo la calle Serrano, aunque está en ello, ni ha puesto patas arriba el Paseo del Prado, que es uno de sus próximos proyectos.
Creo que una de las ventajas que Barcelona ha tenido siempre sobre Madrid ha sido la mayor categoría de sus alcaldes, seguramente porque para un barcelonés llegar a la plaza de Sant Jaume era una de sus mayores aspiraciones, mientras que los políticos madrileños han actuado siempre como si ser alcalde de la capital fuese un destino de segunda. Lo malo es que Gallardón quiere ser el líder del PP y está decidido a romper esa tradición poco brillante a base de gastar pasta y que lo pague el que venga. Visto que oponerse a ZP no funciona, piensa dejar en ridículo las cifras de déficit del PSOE.
[publicado en Gaceta de los negocios]