Las fotos de Feijóo

Un amigo malévolo me sugirió que Rajoy podía ser el instigador de la publicación de las fotos de su alter ego gallego. Me escandalicé, pero poco, porque el argumento era obvio: un enemigo de oficio las habría publicado en otro momento. Hoy veo que la prensa tira de ese argumento, aunque no apuntando directamente al gallego principal, sino a algunos de sus leales servidores y aspirantes a la sucesión. Estos políticos son incorregibles. ¿No habrá sido Montoro que también cree tener sus aspiraciones intactas? En fin, que somos un país bastante lelo e hipócrita,  aunque no sé si tanto como imaginan los que nos mandan… y ponen en píe esta clase de maniobras.

Buena noticia

Estamos tan escasos de buenas noticias que hay tendencia a considerar como si lo fuese la de los auditores internacionales sobre el maltrecho estado de nuestro peculiar y dualista sistema financiero (políticos y banqueros en comandita). 
Una sociedad tan acostumbrada a la mentira tiene que soportar estas buenas nuevas con cierta calma, pero es cada vez más urgente que corrijamos el estilo y que no se diga, por ejemplo, que el señor Divar ha hecho un gran sacrificio. Mientras sigamos siendo siervos y adoradores de la hipocresía, no nos saldrán las cuentas y nadie nos comprará nada. 
Fides ex auditu

La Bonafini

Reconozco que me ha hecho cierta gracia una noticia que es realmente triste. Aquí, en la República argentina, andan los jueces detrás de los allegados a la líder de las madres de la plaza de mayo, esa revolucionaria de tomo y lomo, porque, al parecer, al socaire de tanto lamento humanitario y revolucionario, de tanto castrismo y tanto apoyo a la causa de los abertzales, había yates, cuentas extrañas y toda suerte de lujos. A mi no me ha extrañado gran cosa, lo que me extraña es que sean tantos los que todavía creen a pies juntillas en gente que no lo merece, que tantos hipócritas puedan vivir a base de tanta simpleza. 
Feria del libro en Buenos Aires

Una nueva etapa de sensatez

En los países viejos, como el nuestro, la hipocresía tiene muchísimos atuendos.  Su esencia consiste en no decir la verdad porque se temen los resultados de hacerlo; en ocasiones el mal se agrava, porque, a base de no decir la verdad, se puede llegar a creer que no hay verdad que decir, y ese es el momento en el que se puede llegar a pensar cosas tales como que “la tierra no es de nadie sino del viento” en lugares supuestamente serios. La política no se lleva mal con la hipocresía, pero las crisis, especialmente las muy graves y hondas,  no se pueden disimular con bellas razones, que diría Don Quijote. Zapatero, y con él, el PSOE en una pieza, han caído en la cárcel de este juego de la oca que es la política, sobre todo  por haber producido, tanto en la economía como en el consenso constitucional, un exceso irrespirable de eufemismos, de medias verdades, de falsas promesas, mientras el país se precipitaba hacia el desastre, a una catástrofe que todavía no ha llegado del todo, y cuyas consecuencias más dramáticas y duraderas esperamos se puedan evitar.
Ante un panorama como éste, más que hablar de hipocresía, habría que hablar de falta de sesera, de insania, de modo que necesitamos una temporada larga de sensatez, de cordura y de hablar de las cosas de la manera más clara que podamos si es que de verdad queremos evitar la debacle.
Dice muy sabiamente el refranero que a perro flaco todo se le vuelven pulgas, y en medio  de tanto disparate han vuelto a florecer los casos de corrupción y, a modo de propina, el esperpéntico episodio del señor Urdangarín. Ante este tipo de dolencias, la farmacopea ordinaria recomienda extremar las dosis habituales de hipocresía, y no deja de ser todo un espectáculo la comparación de cuanto se dice en confianza con la pudibundez de las declaraciones de oficio, pero, del mismo modo que la hipocresía económica ha estado a punto de acabar con nosotros, la hipocresía cortesana puede acabar no ya con la Monarquía, sino con el Estado mismo. Pretender que el ciudadano de a píe llegue a creer que al señor Duque de Palma se le adjudicaban contratos en razón de su eficacísimo buen hacer y con el más profundo olvido de sus credenciales familiares es tarea de titanes, un esfuerzo inútil, y esa es la primera hipocresía de este turbio asunto que hay que sacar a la luz, las razones por las que diversos administradores públicos pagaban acciones que nunca se iban a realizar en los términos de un contrato normal. La segunda hipocresía es la de pretender reducir sus andanzas a un arcano del que nadie sabía nada en Palacio, como se decía en tiempos normales. La consecuencia es absolutamente evidente, no solo hay que liquidar judicialmente este asunto sino que hay que plantear de manera decidida el estatuto de la real familia y decidir de una vez por todas lo que puede y no puede hacerse al amparo de un título tan decisivo en nuestra historia.
Como en la economía, se trata de no hacer la figura que proverbialmente, y a buen seguro de manera injusta,  se atribuye a los gallegos, el arte de mirar para otro lado y hablar del tiempo. La historia ha querido que se nos amontonen los problemas en los inicios de la segunda década del siglo nuevo, y ya deberíamos saber que no sirven de nada los tratamientos meramente retóricos, la elusividad verbal. Tenemos un problema en el entorno de la Zarzuela y no es sensato negarle virulencia, a ver si unos nuevos y piadosos brotes verdesse lo llevan por delante.
La sensatez no es nunca sinónimo de disimulo, de fingimiento o de diversas fantasías más o menos mágicas. Hay ocasiones en que lo único sensato es coger el toro por los cuernos, y esta es una de ellas. Nada de eso está reñido con la calma, con la prudencia, o con la seriedad. Los primeros pasos de Rajoy en esta nueva legislatura han sido alentadores. Rajoy presume de ser hombre previsible, y a fe que sus propuestas han dado cuenta a la vez de su buen juicio y de su discreción. El parlamento va a ser una casa de tormentas con minorías bulliciosas y que no tienen mucho que perder, que están dispuestos a la guerra de artificio, como se ha visto con toda nitidez en los primeros pasos de la legislatura: pues bien, la elección de Jesús Posada, un hombre serio, moderado, discreto y ajeno a todo protagonismo, una especie de contrafigura del estridente y vocinglero Bono, ha sido un acierto pleno.
No es verdad que este país sea ingobernable, al revés, ha dado muestras en exceso sobradas de paciencia y mansedumbre, pero no hay que provocar la cólera del español sentado de la que ya hablara Lope de Vega. Hace falta cordura y buen gobierno, afrontar los problemas con seriedad y sin dilación, con la certeza de que es del mayor interés común arreglar lo que está mal pero ha estado muy bien, sin ademanes de energúmeno, pero sin eufemismos, con la energía del buen médico que sabe que hay cosas que se han de atajar porque la salud vale más que los malos ratos.

Fantasmas sin fronteras

La esperpéntica conferencia de pazcelebrada en San Sebastián, con el incomprensible apoyo de destacados miembros del PSOE que, pese a la esquiva negación de Rubalcaba, quien ahora quiere hacer como si no se enterase de nada, han actuado con la calculada ambigüedad con que se ha movido el zapaterismo en este lamentable circo,  nos ha permitido ver en acción a unos auténticos fantoches, a unos fantasmas sin fronterasque se atreven a pontificar sobre lo que desconocen, y pretenden explotar con palabras altisonantes un prestigio moral del que carecen por completo.
Han venido a España, como quien va a una tierra sin ley y sin orden, a proponer una solución indigna a lo que han llamado conflicto, y han tenido la desfachatez  de dedicarse a dar consejos rimbombantes y vacíos, que, ¡oh casualidad!,  favorecen las estrategias de ETA para una desaparición tan falsa como gloriosa, y que resultan conformes con los ilusos y cobardes planes de paz del zapaterismo, de un gobierno desprestigiado, roto y sin autoridad alguna.
Que un grupo tan nutrido de personajes, gorrones, desprestigiados y corruptos, se pretenda erigir en referencia moral es una señal inequívoca del significado manipulador, engañoso y  sumiso frente a los intereses de los asesinos de este lamentable simulacro de conferencia. El grupo de fantoches que ha perpetrado toda suerte de equívocos, con consecuencias criminales, como en Ruanda, no tiene la mínima autoridad para decir a nadie lo que hay que hacer. Cualquiera que se atreva a poner a una banda criminal en el mismo plano que a gobiernos democráticos y respetuosos con la ley merece un desprecio absoluto. Ni siquiera podrían invocar su ignorancia para suavizar la traición que cometen a la democracia y a las víctimas, porque su desconocimiento de la realidad de cuanto ha sucedido con ETA no es disculpable, ya que algo habrán de saber de aquello que quieren arreglar y, siendo esto así,  es de juzgado de guardia que hallan empleado un lenguaje deliberadamente neutral, que iguala  a violentos criminales con pacíficas víctimas.
Que ETA quiera timar a la democracia entra dentro de lo normal, pero que el Gobierno no haya sabido poner límites a este burlesco despropósito, y que algunos de los más conocidos dirigentes del PSOE vasco hayan ido a hacerse la foto con estos buhoneros resulta completamente intolerable.
A quienes hemos sostenido desde hace tiempo que se estaba buscando un ardid de este estilo para enmascarar las últimas concesiones a ETA se nos ha dicho de todo, pero no se nos podrá llamar fantasiosos, porque esta ceremonia de la confusión estaba desde el principio en el guión de un intento de final pactado, y acabamos de ver como esta farsa se ha representado con todo lujo de detalles y conforme al guión previsto por los estrategas de la banda. Muchos debieran de pedir públicas disculpas a Jaime Mayor Oreja por anunciar con gran claridad y precisión lo que acabamos de ver, una faena de aliño que ni siquiera ha tenido un mínimo de imaginación ni de originalidad, una burla de la justicia, de la libertad y del valor de las vidas ajenas que sería risible de no estar por medio tanta sangre inocente.
Quienquiera que acepte esta clase de supuestas aproximaciones deberá asumir que su fingida neutralidad le vincula de manera indeleble con los intereses y objetivos de una banda asesina, y con la negación más radical de la democracia, con la sumisión de la voluntad popular al mandato de quienes han utilizado cobardemente las bombas y las pistolas.
Un Rodríguez Zapatero inteligente

Blanco y en botella

Si, finalmente, el ministro de Fomento consiguiese convencernos de que está siendo objeto de una campaña de difamación, habría conseguido, además, que no se confirmase, en su caso, la pesimista sabiduría del refranero: “dime de que presumes, y te diré de qué careces”. Porque, de momento, lo que es absolutamente evidente es que Blanco, y el PSOE entero detrás de él, se están comportando en este asunto con una actitud diametralmente opuesta a la que emplearon en el caso Gürtel, muy en especial en su campaña contra Camps. Y esto es muy grave, sin duda alguna, porque demuestra que lo que les importa no es la justicia, sino el acoso al adversario, no es la corrupción, sino la desgracia del contrario, no es la equidad y la limpieza en el desempeño de los asuntos públicos,  sino el tener a mano un arma agresiva para que no se perciba con entera nitidez su desnudez de buenas razones.
El ministro de Fomento podrá sentirse reconfortado por el hecho de que Rubalcaba crea en él, de manera desinteresada, por supuesto, ya que ha certificado ante los padres del ministro, la honradez de su hijo. Imaginamos el suspiro de alivio que han debido exhalar los atribulados padres de don José Blanco al ver cómo una persona de tan arraigado buen criterio y recto proceder, alguien que nunca se ha desdicho, les confirmaba los íntimos deseos de su corazón, pese a las horrorosas apariencias del caso.
Blanco, que se ha comportado en el caso Gürtel como alguien más allá de toda sospecha, como un adalid de la ética pública y de la transparencia, está ahora en un serio aprieto, porque, aunque se demostrare con toda evidencia su perfecta rectitud y honradez, nadie podrá negar su falta de tacto para escoger los lugares de reunión, ni, lo que es más importante, su doble moral, con un exigente rasero para juzgar a los demás y una enorme amplitud de manga cuando se trata de los asuntos propios. La Gaceta publicó recientemente  un reportaje que recogía parte de las enormidades que el señor Blanco ha ido soltando a propósito de los enredos de la trama Gürtel; cualquiera con un mínimo de objetividad reconocerá que esos criterios resultan demoledores para la credibilidad del señor Blanco, para sus intentos de hacer como si nada pasase, para su intención de convertirse en acusador en lugar de responder adecuadamente a las imputaciones que se le atribuyen. Es posible que para los socialistas sea mucho más creíble un sastre que un empresario,  pero seguro que no es esa la impresión que tienen los ciudadanos independientes y la opinión pública.  El señor Blanco ha caído en una trampa para osos que él mismo ha ido preparando con enorme exigencia y dedicación, y no podrá salir de este asunto sacudiéndose el polvo de su traje ministerial, como si nada. La figura del cazador cazado es bastante ridícula, y así es como no hay otro remedio que ver al señor Blanco, porque no se trata de su derecho a la presunción de inocencia, que nadie le niega, aunque él pasó ampliamente de esa exigencia cuando le convino, sino de que, de momento, no se le ve con ánimos para salir con bien de la peripecia en que se ha visto metido. La tentación de convertir la acusación en un ataque al PSOE es de una pobreza intelectual lamentable, entre otras razones porque nadie necesita atacar a quien se ha desgraciado por completo gracias a sus habilidades políticas y a los éxitos de su gobierno. Va siendo hora que quienes tanto predican la igualdad la apliquen en los casos  más obvios, aunque es evidente que el PSOE no ha tomado nota de la ironía de Orwell y sigue creyendo que es verdad aquello de que “unos somos más iguales otros”.  

La insólita alianza


El episodio de la apurada reforma de la Constitución está lleno de enseñanzas políticas. No es la menor de ellas el que se haya producido una alianza objetiva, como podría decir un marxista que creyese en este tipo de epítetos,  entre los partidos nacionalistas, de extracción típicamente burguesa, y los sindicatos de clase en contra de la reforma. No se pueden ocultar con facilidad los defectos que afean tanto a la reforma misma como a su trámite, pero vista la clase de enemigos que ha concitado habría que acabar reconociéndole alguna virtud, al menos de carácter hermenéutico. ¿Qué pueden tener en común los aplicados políticos de CiU, los coriáceos sindicalistas españoles, y muchos de los energúmenos del 15M que hace no mucho impedían la entrada en el Parlamento catalán a los atribulados convergentes? Y luego dicen que la política española escasea en sorpresas.
Hay razones de primer plano y motivos menos obvios en esta curiosa amalgama. Las primeras se refieren al factor oportunidad. Los sindicatos deberán agradecer a Zapatero, su íntimo hasta hace muy poco, el haberles dado una plataforma de desenganche tan bien mullida como la de una reforma de la Constitución a pachas con el PP. Poder decir, sin demasiado sonrojo, tontadas contra que se cuelen en la Constitución principios neoliberales, constituye un favor insigne que les permite ir tomando carrerilla para la ardua tarea de oposición que les aguarda. Por el lado de los nacionalistas catalanes, el don tampoco es chico, porque les autoriza a un buen número de baladronadas contra el PP en vísperas electorales. Los nacionalistas catalanes se quedan en nada sin su retórica y sus lamentos, aunque es posible que se estén administrando una sobredosis al unir las protestas contra la ruptura del pacto con las indignadas manifestaciones contra la  incomprensión que, al parecer, refleja el auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la enseñanza. Esto de que cualquiera que lo quisiere pueda ejercitar su derecho a ser educado en español en la red pública de la enseñanza en Cataluña, es cosa que, al parecer, sobrepasa lo admisible. 
He aquí, pues, que una medida indudablemente precipitada y traumática, pero seguramente inevitable, ha permitido la afloración de efectos colaterales beneficiosos para sujetos políticos tan distintos, que cualquiera reputaría antagónicos. Pero hay más.
Independientemente de su alcance técnico, lo que indica la reforma constitucional es que, en adelante, se habrá de estar mucho más atento a las cuentas públicas, y eso es algo que quienes han hecho virtud de su habilidad para ir arrancando, en un inagotable saqueo, apetitosos bocados del presupuesto no pueden tomarse sin sofoco. Esto es lo que los sindicatos llaman neoliberalismo, que alguien les pida cuentas de cuanto se llevan, lo que, como es lógico, solivianta a cualquiera que pretenda que no le controlen, pero es que los perversos mercados están hasta el colodrillo de tener que acudir en aval de los gastos que se hacen sin ninguna clase de consulta, sin ninguna especie de límite, ese tipo de gastos sociales que entusiasman a los avezados cazadores de rentas en que han venido a parar los sindicatos españoles. ¿Ha oído alguien  que vayan a pedir ayuda a sus hermanos de clase de Alemania o Finlandia para que les amparen ante una agresión tan violenta? 
Por razones muy similares, los nacionalistas, tampoco ven con buenos ojos que se ponga límite a lo que puedan gastar ellos, aunque seguramente son muy partidarios de que se ponga coto a lo que gasten todos los demás. Hubiera sido muy notable ver a los nacionalistas enfrentarse de manera directa y rotunda con una exigencia que se deriva  de la necesidad de mantener el proyecto europeo, así que han sido discretos, y se han concentrado en los agravios interiores, en que se les haya apartado del pacto constitucional de manera tan brusca, lo que, de paso, tiende una espesa cortina de humo sobre que han hecho mangas y capirotes con el consenso constitucional siempre que les ha convenido. 
Tanto en el caso sindical, como en el de los nacionalistas, y no digamos del 15M, se trata, por lo tanto, de protestas rituales, oportunistas y previsibles. Ahora bien, en el caso del PSOE, la cosa es más interesante y grave. La gran cuestión que se cierne sobre nuestro inmediato futuro es relativamente simple: ¿será capaz Rubalcaba de contener las ansias de derribar al PP que anidarán en el corazón de los derrotados socialistas? ¿será el PSOE lo suficientemente sólido como para controlar sus deseos de revancha en aras de una reconstrucción de amplio aliento de la economía española, gestionada por el PP? El PSOE que ha acatado disciplinadamente la decisión impuesta a su líder desde el corazón de la Unión Europea, una vez liberado del peso del poder,  ¿será capaz de mantener el tipo en los duros tiempos que se avecinan, o se dejará llevar por su carácter, como el escorpión del cuento inmemorial?
        
         

Hipocresía y mediocridad

Me parece que fue John Kennedy Toole el que recordó en “La conjura de los necios” aquella frase de Jonathan Swift que afirma que “cuando un verdadero genio aparece en el mundo, se puede reconocer porque todos los tontos se unen contra él” y es que, en efecto, los tontos son muy aficionados a los efectos corales, a ese “gritar siempre con los demás” que es una de las características más opresivas del Ingsoc orwelliano. He recordado esta característica irritabilidad de los mediocres y los tontos de oficio al contemplar la excitación inmediata que ha producido una iniciativa de Esperanza Aguirre que se ha atrevido a anunciar que, si gana las elecciones, habrá en Madrid centros de excelencia para tratar de mejorar el rendimiento educativo de los alumnos con mejores condiciones para aprovecharlos.
Es evidente que se puede discrepar de la propuesta de la presidenta madrileña, entre otras cosas porque es posible que la enseñanza media no sea el tramo más adecuado para comenzar, pero lo que no se puede hacer, y muchos han hecho, es tildar la iniciativa de paso atrás en la igualdad, de instrumento de segregación, de elitismo desorejado. Algunos políticos españoles, como los que ha hecho comentarios tan torpes de esa idea, piensan que es posible que los españoles sigamos creyendo indefinidamente en esa pesada monserga de que ellos se ocupan altruistamente de nuestro bienestar, y que nosotros debiéramos dedicarnos a disfrutar de los derechos que nos conceden sin calentarnos la cabeza con iniciativas arriesgadas, con novelerías, cuando ellos son tan generosos que nos ponen el paraíso de la indiferencia y el todo gratis al alcance de la mano. Oyéndoles parece como si los poderes públicos estuviesen moralmente obligados a promover la mediocridad, a perseguir la excelencia, a premiar a los torpes. Es muy triste tener esa idea hipócrita de la igualdad, creer interesante recortar la estatura de los más altos para que crezcan, comparativamente, los bajitos. 
Hasta que los españoles no caigan masivamente en la cuenta de que nuestro problema económico consiste, esencialmente, en que tenemos pocas cosas valiosas que vender al resto del mundo, en que, además de caros, somos poco creativos y muy rutinarios, no caerán en la cuenta de que la solución está realmente en nuestras manos: cultivar a fondo la inteligencia, el ingenio, la investigación, la innovación, la excelencia, premiando y ayudando a quienes puedan llegar más lejos, en lugar de empeñarnos en una absurda carrera igualitaria en la que todos lleguemos al tiempo a la meta.
Quizá pueda servir el ejemplo del fútbol, una actividad en la que, obtenemos buenas calificaciones y altos rendimientos. ¿Se imaginan un equipo hecho con criterios de igualdad? ¿Qué tal un equipo en el que los fichajes se hagan en función de la cercanía de los jugadores a la sede social, para que todos tengan derecho a ser futbolistas y lo gocen ordenadamente? ¿Cómo iría de bien un equipo en el que el entrenador admitiese el enchufe como método de escoger a los jugadores que alinea para cada partido? Es evidente que en el fútbol somos buenos porque hemos sabido ser competitivos. El misterio consiste en que, por ejemplo, no seamos capaces de crear unas universidades competitivas, nuestras universidades no juegan en la Champions sino, con suerte, en segunda regional, cuando sí hemos sido capaces de tener unos Bancos de primerísimo nivel, algunas grandes empresas multinacionales o, por ejemplo, unas Escuelas de Negocios que, sistemáticamente, aparecen  en todos los rankings entre las primeras del mundo. La clave de estos éxitos está en la competitividad, pero a muchos de nuestros cerebritos políticos les parece que eso nada tiene que ver con la educación, aunque procuren enviar a sus hijos a colegios caros y a universidades americanas, por si acaso.
Desde los inicios de la democracia se ha instalado en el terreno de la educación una mentalidad compensatoria e igualitarista que ha cegado de raíz la menor posibilidad de crear instituciones educativas públicas de calidad, tanto en las escuelas, como en  los institutos o en las universidades. La iniciativa de Esperanza Aguirre es un aviso de que hay que acabar con eso, que la justicia es dar a cada uno lo suyo, lo que significa que, si hay que apoyar a los peores alumnos, no se impida, por ello, que pongamos los medios para permitir que los mejores, los alumnos más dotados, más preparados o más capaces del esfuerzo necesario lleguen tan lejos como puedan. De esas políticas no se beneficiarán sólo ellos, sino todos nosotros. Es un disparate estar malgastando las capacidades de los buenos alumnos aburriéndoles con explicaciones innecesarias para ellos, machacando su interés en la ciencia, su capacidad de aprender, su estímulo intelectual, pero, al parecer, hay políticos para los que esa hipocresía al servicio de la mediocridad  es el colmo de la modernidad educativa.
Publicado en El Confidencial

La hipocresía y el twitter de Pérez-Reverte

En uno de sus magistrales comentarios, que no puedo linkar porque está en Orbyt, ese engendro de El Mundo para sacar dinero por el acceso a las noticias, Arcadi Espada ha puesto de manifiesto el riesgo de que el periodismo se twittee, de que se rompa la frontera, siempre delicada y flexible, entre lo privado y lo público.
El caso es que ahora se ha roto porque el PSOE está en plena intifada moral, en campaña para mostrar la baja estofa de sus adversarios, la higiene necesaria que nos obligaría a prescindir de ellos. Yo creo que peor que no distinguir los ámbitos, dejando para lo privado un aire de libertad que el respeto no aconsejaría en lo público, es grave, pero peor es el empeño de romper completamente tal distinción para fortalecer la propia apología pública, la idea de que la izquierda es excelente y la derecha cobarde y rufianesca, a lo que se ve, además, de manera genética. Es obvio que el PSOE se ve en un aprieto, pero me parece digno de toda preocupación que no admita límites en lo que está dispuesto a hacer con tal de no verse desalojado de un poder que tan mal ha empleado.

Esse quam videri

“Preferir ser a parecer”, tal era el lema del poeta G. M. Hopkins, un lema que hoy resultaría un tanto extraño porque tiende a hacerse avasallador el predominio de la conciencia bella, la sumisión de los hechos a los discursos, la imposición de las creencias a las razones. Este es, a mi modo de ver, el núcleo de la izquierda contemporánea, un verdadero desdén por la realidad efectiva, y una adoración absolutamente acrítica de sus convicciones. Es una mentalidad que también puede verse como la traducción de otro lema latino, Fiat iustitia, et ruat celum (del emperador Fernando I), que prefiere que se haga la justicia aunque se hundan los cielos, solo que esa izquierda occidental perfectamente instalada en sus derechos y comodidades sabe, o cree saber, que su mundo no está en peligro y el cielo no caerá precisamente sobre su cabeza.
Cuando esta clase de izquierda llega al poder espera que se cosechen toda especie de bienes y esa ilusa esperanza hace que promueva soluciones rápidas e imaginativas pero perfectamente inanes (y a menudo muy perjudiciales), por lo que el gobierno progresista de turno se ve lamentablemente desmentido por una realidad poco propicia al seguimiento de sus consignas. Lo que luego sucede es que la izquierda se encuentra prácticamente inerme frente a los problemas reales y tiende a encubrirlos con su discurso moralizador.
Veamos cómo. La izquierda tradicional había puesto especial énfasis en difuminar la responsabilidad individual para buscar la explicación de cualquier fenómeno negativo de la conducta humana en el papel que juegan las “estructuras sociales”, unas realidades represivas que serían la verdadera causa de la infelicidad humana. La desgracia es que la llegada al poder de la izquierda no acaba con esas lacras estructurales, aunque hace más inverosímil acudir a ellas para explicar nada. Entonces pasan dos cosas curiosas: la primera es que la culpabilidad cambia de bando. El gobierno ya no es culpable de nada, no puede serlo porque es el gobierno de la buena conciencia, de manera que cuando gobierna la izquierda, las responsabilidades ya no son imprecisas sino “muy concretas” (como gusta decir esa clase de sabios), es decir de otros.
Un ejemplo del funcionamiento de esa fe superior con la que se cubre la izquierda lo hemos visto estos días con las críticas a las expulsiones de ilegales ordenadas por el gobierno de Sarkozy, perfectamente conformes a la ley, por otra parte. Izquierdistas de todos los partidos y bienpensantes sociales se han dedicado a ponerle a caldo dando a entender (risum teneatis!) que ellos jamás harían algo parecido, aunque nadie, que yo sepa, ha ofrecido territorio para albergar a los perseguidos. Como se puede ver, son muchas las ventajas de la buena conciencia, en especial si se posee un cargo público bien remunerado.