Animal Kingdom

Tal es el título de una excelente película australiana, escrita y dirigida por David Michôd que he tenido la suerte de ver en uno de esos cines en que, en cuanto te descuidas, te colocan un verdadero tostón, pretencioso, aburrido, ininteligible, aunque ese no suela ser el caso con películas anglos, en un sentido amplio. Vayan a verla, que me temo dure poco en pantalla.
La historia es original y está contada con enorme honestidad, sin trucos ni jeribeques, pero de tal modo que es imposible no identificarse con la suerte, muy perra, del protagonista, un chaval de diecisiete años cuya vida es un ejemplo de cómo pueden florecer las rosas en cualquier estercolero, de cómo hemos podido avanzar algo a pesar de la cantidad de tipos, y de tipas, sin escrúpulos, venales, falsos y letales que pueblan el universo mundo, y más, parece razonable concederlo, en el ambiente de delincuencia que se retrata. El análisis es tan fino y los actores lo hacen tan bien que la película puede ser, y lo es, muy parca en palabras, las cosas se ven que siempre es lo mejor que puede pasar en el cine. No cabe duda de que los humanos formamos un bestiario muy peculiar, muy diverso, y este retrato hace justicia a un buen número de elementos, de los peores, de los mejores, y de los que sufren por unos y otros sin poder hacer ni siquiera uso de su inocencia.

Erase una vez en América

Hace unos días vi por enésima vez en la TV la película de Leone cuyo título es el de este post. Creo que desde que la vi por primera vez, siempre he tenido con esa película una doble sensación, de admiración y decepción. En esta última ocasión, aunque no la viese completa, me sentí especialmente defraudado. El desencanto al ver una película en numerosas ocasiones no tiene nada de particular, me ha pasado numerosas veces, con Huston, con Hitchcock, con Kazan, con Scorsese o con Berlanga, incluso con Kubrik, pero poco, apenas con Lang, Capra, Buñuel o Ford. La televisión es mal sitio para ver películas clásicas, no cabe duda, de manera que también habrá que descontar ese factor, supongo.
La película de Leone es magnífica en lo que no es original: su ambientación, su música, sus personajes son dignos herederos de la tradición de El Padrino, cuyas dos primeras entregas son diez años anteriores a la película de Leone, pero del mismo modo que uno aguanta sin pestañear las dos de Coppola, la tercera es otra cosa, el velo del misterio ha abandonado a Leone y nos deja ver la carpintería, el artefacto en el peor sentido de la palabra. Hay, sin embargo, escenas realmente memorables: el joven Patsy que se come el pastel que ha comprado para seducir a Peggy mientras espera su salida, algunas apariciones de la bellísima Rebeca, la escena del cambio de los recién nacidos en la maternidad para apretar al sargento de policía (Danni Aiello), una escena plenamente kubrikiana, incluso por la música, pero predomina la sensación de que un guión engañoso juega con el espectador más de la cuenta porque tenemos un haz de interpretaciones con posibilidades que no es fácil conformar:
1. 1. por una parte, vemos como Nodless-Robert de Niro confirma que Max Bercovitz-James Woods ha muerto, pero luego la historia nos sugiere que fue un engaño,
2. 2. parece que el fantasmagórico personaje que fue Max y es el senador Bailey se suicida arrojándose a un ominoso camión de basura
3. 3. puede ser que toda la historia con Noodless ya viejo sea una imaginación del Noodles joven mientras se droga en un fumadero chino.
Se trata, pues, de una opera aperta, si se quiere, pero ese es un recurso que en cine hay que manejar con calma y mimo, porque si te pasas es peor. Además, el juego entre la historia y la narración es, tal vez, más barroco de lo aconsejable para que el espectador pueda dialogar de tu a tu con el autor. En consecuencia, hasta que vuelva a verla la próxima vez, si se da el caso, me quedaré con la impresión de que es una película de espléndida factura a la que falta algo más que algo para ser una obra maestra.

El genio y la mala uva

A propósito de la muerte de Salinger, pero también con motivo de la película de Clint Eastwood sobre Mandela, se ha podido leer estos días comentarios que dan por hecho, entre otras necedades, que el genio es incompatible con la bondad, más o menos. Así a Clint se le reprocha que el retrato mandeliano sea demasiado edulcorado, como si la biografía del líder africano no diese para elogios, o la película se viniese abajo por no ver a Mandela en cualquier postura indigna. En el caso del escritor se repite que su creatividad solo puede entenderse a partir de una infancia atormentada. En fin, supongo que todos los que escribimos más de una carta al trimestre producimos bobadas de tamaño similar, pero siempre me recuerdan al conferenciante que al decir a su público aquello de que “los hombre geniales crean las frases brillantes y los mediocres las repiten”, vio como un asistente decía en voz alta: “La Rochefoucauld”.

La película de Clint Eastwood, Invictus, es tan perfecta como pueda serlo cualquiera que lo sea. Claro que para verlo claro, conviene tener algunas nociones sobre qué es el cine, y bien pudiera ocurrir que gente estragada de ver arte y ensayo, como se decía antes, no sea capaz de distinguir una buena película de, por ejemplo, una esquela, y tome el santo por la peana. Además hay mucha gente que se cree que lo de emocionar es fácil, y así nos va.

Sobre Salinger se insiste en que El guardián en el centeno es algo así como literatura juvenil, lo que es un error equivalente a tomar a Velázquez por enano. La novela de Salinger es un portento de humor y de misericordia hacia el tipo de bobadas que casi todo el mundo ha hecho en la adolescencia, pero no tiene nada de juvenil. Yo la leí ya lejos de los años mozos, y quizá eso me permita distinguir el retrato de la intención. Salinger era un tipo raro, pero ¡anda que no hay tipos raros que no han escrito una línea que merezca la pena!