Un poli en la tele

El caso de los niños supuestamente quemados por su padre en Córdoba está rebasando todos los  límites concebibles en el respeto a la presunción de inocencia,  y está sirviendo para que las autoridades dejen de cumplir escrupulosamente con su función, y se dediquen a balancearse en los minutos de gloria  que provoca la marea del morbo y la indignación popular. 
Que el ministro del Interior continúe con su estela de aciertos convirtiéndose en portavoz de un caso que debería ser exclusivamente policial, era previsible, pero muy lamentable. Este ministro es una pesadilla, la verdad. Que el jefe del grupo de investigación, un comandante de la policía, vaya por las televisiones participando en programas de gran audiencia y mostrando que, en la práctica, toda suerte de cautelas, profesionales y éticas,  están para que cualquiera se las salte cuando convenga es desolador. 
Creo que es bastante verosímil que el padre cordobés sea culpable de cuanto se imagina, pero la verosimilitud no debería arrasar con la presunción de inocencia. No se ha demostrado que los restos sean de los niños, ni que él los haya dejado allí haciéndolos arder, por mucho que eso seduzca a los calenturientos y a los ayatolás del antimachismo feminista de género. Hay mil hipótesis alternativas que debieran ser descartadas con un mínimo rigor antes de condenar a un sospechoso, por antipático que parezca. Por mencionar solo un par de motivos de sospecha contrario al canónico: ¿qué razón podría tener el supuesto asesino para quemar a sus hijos en el primer lugar en que podía imaginar se investigaría?
Parece obvio que el padre haya podido quererse vengar de su mujer, y menos obvio lo contrario. Pero parecer no es probar, y menos con las chapuceras investigaciones policiales que parecen ser  corrientes en  Andalucía. Además, es bastante infrecuente y extraño que la venganza induzca al asesinato de unos hijos. 
Lo más probable, sin embargo, es que lo que se sospecha unánimemente sea bastante cierto, pero para estos casos se fabricaron las cautelas. 
El Corte Inglés

Luis Bárcenas

Había tenido la oportunidad de almorzar en un par de ocasiones con Luis Bárcenas y algunos amigos comunes antes de que se viese salpicado por el maloliente Gürtel. Cuando su nombre saltó a la primera página con motivo del sumario, mi intuición me decía, y parece que no me equivocaba, que en el caso del tesorero del PP se trataba de una extensión torticera de las investigaciones, de una mala faena policial del todopoderoso Rubalcaba, con la ayuda del muy probo Garzón, y con miras a implicar al PP y poder equipararlo con el PSOE de Filesa y mil chanchullos más, pero todavía hay diferencias, me parece a mí. A través de sus amigos fui conociendo su versión del caso que me parecía sumamente verosímil, porque siempre pensé que era un caballero. Ahora la Justicia, tal y como imaginaba, le ha restituido en su honorabilidad, pero no podrá olvidar nunca las dentelladas que le dieron los bienpensantes de la prensa, esos que se comen la presunción de inocencia siempre que afecte a uno de enfrente, y, por omisión, muchos de los que podían considerarse sus amigos. Aunque no pude hacer nada por él, al menos mantuve siempre la versión de sus amigos, de los que le conocían bien y sabían de su inocencia respecto a imputaciones tan artificiosas. Como es un hombre fuerte y generoso espero que se recupere y pueda dedicarse a lo que desee. ¡Bienvenido de nuevo al mundo de las personas decentes del que algunos canallas pretendieron expulsarle!.. y menos mal que todavía quedan algunos jueces que juzgan sin tener demasiado en cuenta lo que privadamente piensen.

Animal Kingdom

Tal es el título de una excelente película australiana, escrita y dirigida por David Michôd que he tenido la suerte de ver en uno de esos cines en que, en cuanto te descuidas, te colocan un verdadero tostón, pretencioso, aburrido, ininteligible, aunque ese no suela ser el caso con películas anglos, en un sentido amplio. Vayan a verla, que me temo dure poco en pantalla.
La historia es original y está contada con enorme honestidad, sin trucos ni jeribeques, pero de tal modo que es imposible no identificarse con la suerte, muy perra, del protagonista, un chaval de diecisiete años cuya vida es un ejemplo de cómo pueden florecer las rosas en cualquier estercolero, de cómo hemos podido avanzar algo a pesar de la cantidad de tipos, y de tipas, sin escrúpulos, venales, falsos y letales que pueblan el universo mundo, y más, parece razonable concederlo, en el ambiente de delincuencia que se retrata. El análisis es tan fino y los actores lo hacen tan bien que la película puede ser, y lo es, muy parca en palabras, las cosas se ven que siempre es lo mejor que puede pasar en el cine. No cabe duda de que los humanos formamos un bestiario muy peculiar, muy diverso, y este retrato hace justicia a un buen número de elementos, de los peores, de los mejores, y de los que sufren por unos y otros sin poder hacer ni siquiera uso de su inocencia.

Trampantojos y escarmientos

Este gobierno que maneja a su antojo una serie de instrumentos de control, y en especial un potentísimo sistema de escuchas, parece haber encontrado en la persecución del dopaje deportivo otro trampantojo ocasional para tratar de disimular sus carencias y desaciertos. Hace falta ser muy crédulo para sostener que la persecución a Marta Domínguez haya coincidido de manera enteramente casual con un resonante éxito parlamentario de Rajoy y con el hecho de haber puesto a Rubalcaba frente al espejo de las palabras que empleo en 1999 para enjuiciar a un ministro de Fomento que, comparado con el actual, parece el Nobel de la especialidad.
La noticia sobre la posible implicación de uno de los ídolos deportivos más populares ha dejado a los españoles con la boca abierta, y el gobierno se ha encargado de aderezarla y servirla a la hora conveniente para sus exclusivos fines. No hay que olvidar que el responsable último de la política deportiva es el futuro rival del PP para la alcaldía de Madrid, y amigo íntimo de Rubalcaba, hoy por ti, mañana por mí, de manera que, bajo esa premisa, que la Guardia Civil invada el domicilio de cualquiera que convenga a la hora precisa para borrar las portadas de la prensa es un juego de niños en manos de semejantes expertos. Otra de sus especialidades es el manejo de la truculencia, de modo que tampoco hay que extrañarse de que se haya pretendió presentar el domicilio de la atleta palentina como una especie de laboratorio clandestino de toda clase de productos hematológicos y estimulantes. El respeto a la buena fama y a la presunción de inocencia le parece a Rubalcaba música celestial cuando entiende, y siempre es así, que alguien le está echando un pulso al Estado, que es la manera como Rubalcaba se refiere a sí mismo en la intimidad.
El gobierno no tiene, como debería tener, una política de protección de la imagen de nuestros mejores deportistas, sobre todo cuando estos se le muestran más esquivos y escasamente propicios a la adulación y al servilismo. No le importa manchar con la sombra de la sospecha unas ejecutorias ejemplares, con tal de que eso sirva para dar que hablar, y para poner en cuestión el esfuerzo, la idoneidad y la ejemplaridad de figuras que los españoles sienten como suyas, que son el paradigma de una moral de sacrificio y de esfuerzo que, a lo que se ve, no le dice nada a este gobierno que prefiere el gregarismo, la sumisión y que nadie destaque en nada para no dar mal ejemplo. No se trata de que pretendamos poner a nadie por encima de las reglas de juego comunes, o, menos aún, por encima de la ley, pero rechazamos frontalmente la alegría con que este gobierno celebra las supuestas faltas y los errores de nuestros deportistas cuando se ven implicados en un asunto tan enrevesado y discutible como todo lo que tiene que ver con el empleo de estimulantes no permitidos por las normas deportivas.
En lugar de apresurarse a enviar los guardias civiles que parece no tener para encontrar a etarras y hombres de paz, podría procurar que cuando una de nuestras figuras se viese implicada dispusiera de todos los recursos de una buena defensa y, sobre todo, evitar el escarnio de la exposición a la vergüenza pública. No lo hace así, y aprovecha, como si se tratase de concejales del PP, para ejemplificar lo peligroso que resulta en España no hacerle suficientes carantoñas al inquilino de la Moncloa.
Por lo demás, la regulación deportiva en estas materias es lo suficientemente arbitraria y compleja como para que cualquier persona decente pueda defender la inocencia de nuestros deportistas, justo lo que jamás hace este gobierno.

¡Qué alivio!

Al conocer la declaración de Garzón ante el Supremo según la cual, el señor juez no ha recibido ningún dinero del Banco que gobierna el señor Botín (¡qué nombre para un banquero!), se ha adueñado de mí un gozo indescriptible.
¡Qué contraste de sutileza frente a los argumentos romos de los soviets de obreros e intelectuales reunidos en la UCM con Berzosa a la cabeza! ¡Así da gusto!
Para que lo entiendan todos: que el señor Garzón cobre una modesta cantidad de dinero de la Universidad de Nueva York, que coincide casualmente con la cantidad que el señor Garzón le había pedido al banquero Botín, no significa de ninguna manera que el señor Botín haya pagado favores del señor Garzón, ni que el señor Garzón haya cobrado dinero del señor Botín.
El día que se aplicasen estas doctrinas tan sutiles e ingeniosas acabaríamos con la corrupción. Por ejemplo nunca se podrá probar que un preboste cualquiera, haya cobrado dinero de un constructor por hacer algo que no debiera, porque seguro que, de haber habido cobro, que esa es otra, hubiera sido por algo perfectamente razonable, un acto mercantil perfectamente legal y completamente amparado por la presunción de inocencia, faltaría más.
Es por falta de sutileza por la que se han iniciado grandes desastres en la historia, por ejemplo, la cosa de los protestantes, que no entendían que el Papa no vendía indulgencias, sino que, por un lado, recibía limosnas, y por otro, propiciaba los favores eternos.
El pensamiento moderno se suele recrear en la sospecha, pero no me parece que eso sea aplicable a un caso que se ha desarrollado tan a las claras. ¿Cómo iba Garzón a pedir dinero a Botín de manera tan ostensible si sospechara que alguna mente fascista y corrompida fuere a interpretar una acción tan filantrópica de manera torcida? Lo que ocurre con la gente inocente es que, de vez en cuando, se ve atrapada por los malos pensamientos de gentes corruptas, incapaces de ver la nobleza de las intenciones y la limpieza de las ejecutorias. Garzón fue a predicar a tierra de infieles, un acto valiente y gratuito, fruto de su inextinguible generosidad para con los perseguidos, y ha sido una mera coincidencia que el Banco, siempre interesado en la cultura, le haya dado a la universidad un dinerillo, menos de medio millón de dólares, que no es nada comparado con la justicia universal, y que luego esa institución, también del modo más inocente, aunque un poco torpe, le haya pagado esa misma cantidad, un estipendio modesto, al fin y al cabo, al señor Garzón. Bastará con probar que los cheques fueron distintos para que se disuelva cualquier equívoco. ¡Qué alivio! Ya solo quedan un par de malentendidos.

Grados de maldad

Las películas sobre los errores occidentales en Irak, o, cómo algunos dirían, sobre los crímenes de Bush, son muy abundantes, porque más numerosos son aún los que desean manifestar, sin ninguna restricción, la limpieza de su alma, que ellos son mejores, y que jamás harían nada que atentase a su exigente código moral. Se trata de una viejísima costumbre de las personas decentes, que no son capaces de contener su indignación moral.
Bueno. Pues una de las muchas críticas al payaso de Bush que se pueden ver en la pantalla, es una excelente película de un personaje al que raramente se podría poner de ejemplo de casi nada, pero que suele hacer buen cine. Me refiero a Polanski y a su casi excelente El escritor. Digo que es casi excelente, porque siendo una cinta que mantiene el interés de la intriga, y que está estupendamente rodada, peca de un exceso de simplificación en la solución final, que no cuento para quien quiera verla. Uno puede admitir que la CIA tenga pocos escrúpulos y que, de vez en cuando, haga de las suyas, pero me parece que el caso excede un poco a lo que se podría considerar razonable en cuanto a la maldad.
Ya sé que la CIA no debe gozar de presunción de inocencia, pero tal vez pudiéramos repartir un poco más equitativamente las cautelas a la hora de juzgar a unos y otros. No creo que nadie pudiera escoger a Polanski en función de su ecuanimidad y de la autoridad moral que emana de su conducta y, pese a ello, le concedemos el beneficio de la duda en el caso que se trae con los jueces norteamericanos (que tampoco son exactamente el payaso de Bush).
Hay un momento central en la película en la que el protagonista se defiende vibrantemente haciendo notar que nuestras democracias propenden a perseguir a sus líderes y a santificar a sus enemigos. Algo hay de eso cuando abundan los que pretenden perseguir a Blair (que es modelo en el que se ha fijado el guión), o a Aznar, sin haber dicho una sola palabra contra las atrocidades de Sadam, de los talibanes, o de los Castro. Esta es la ventaja de nuestras democracias, que podemos oír sus argumentos y pedir cuenta a los que se han propasado en algún aspecto, porque es bueno buscar la perfección, y no perder nunca de vista las obligaciones de quienes nos gobiernan, pero sería dramático que nos olvidásemos del riesgo de que esa paja en nuestro ojo nos impida ver la viga en el ajeno.

La justicia infinita, según Garzón

Sentiría molestar los oídos de los admiradores de nuestro benemérito juez empleando para sus andanzas un titular malsonante porque recuerda a una campaña de Bush, pero son cosas que pasan. Por si alguno de estos admiradores no lo saben, infinito es lo mismo que ilimitado, y lo contrario de ambas palabras se puede expresar de muchas maneras: límites, fronteras, cortapisas, trabas, restricciones y un largo etcétera.

Bien, pues ahora verán por qué me ha venido a la cabeza la infinitud, y esta vez no ha sido por las virtudes de nuestro superjuez. Recuerdo unas declaraciones garzonianas sobre cuánto lamenta las trabas a la Justicia universal, el hecho de que no se pueda detener a los malhechores preferidos del juez, aunque haya otros de los que ni se acuerda, no va a hacer él solo todo el trabajo. De todos modos, dada la finura intelectual de nuestro audaz magistrado, me pregunté sobre qué podría entender exactamente por tal cosa y, cuando estaba inmerso en profundas cavilaciones, una noticia aparentemente insulsa, me lo aclaró todo: parece ser que el abogado de unos de los implicados en la minuciosa trama del caso Gürtel, se quejaba de que hubiesen grabado sus conversaciones con su cliente, precisamente mientras Garzón se ocupaba amorosa y profusamente del caso.

Está claro que el magistrado de las X no quiere otros límites que los que él se imponga y que cree que para hacer justicia no se puede andar uno con zarandajas; seguro que nuestro héroe no ignora que hay límites muy precisos establecidos por las leyes sobre lo que se puede hacer y lo que no, incluso si se es un juez famoso. Yo creo, sin embargo, que lo que ha pasado es, más o menos, lo siguiente. Recordarán ustedes cómo Garzón ha estado, en pleno ejercicio de sus derechos y sin olvidarse nunca de sus altísimas responsabilidades (otra cosa es que se le hayan pasado por alto un par de detalles burocráticos, que, en realidad, nadie debería exigir a figuras excepcionales como él), en una conocida universidad de Nueva York, y, de paso que ha ampliado su fabulosa formación jurídica, se ha empapado de la idea anglosajona de que los magistrados han de interpretar la ley sin dejarse llevar por lecturas restrictivas del efecto benéfico de la justicia, universal por supuesto.

Lógicamente, convencido como está de que hay que modernizar la justicia para salir en el telediario, ha debido pensar que ya está él ahí para decidir lo que haya que limitar, en cada caso, y lo que pueda y deba ser ilimitado para el beneficio de la justicia, universal, por supuesto.

¿Cómo puede pretender un abogado que el juez tenga las manos atadas? ¿Hasta dónde pretende llegar un sujeto a sueldo de gentes indignas para librar a sus clientes de las garras de la imparcial y sabia justicia garzonil? Los españoles tendemos a ser muy injustos con Garzón, y lo somos cuando nos olvidamos de su condición excepcional y su derecho a sobrevolar la legislación en beneficio de todos y de la justicia, universal, por supuesto. No hemos sabido ver lo que continuamente hace por todos nosotros y por nuestras instituciones, por los Gobiernos de izquierda, por los Bancos que saben ayudar a las universidades prestigiosas, por los magnates de la prensa, por los príncipes de la paz que tratan de superar el conflicto vasco, en fin por la justicia, universal, por supuesto. Llevados de la mala costumbre de criticar a un juez que tanto se desvela por la justicia, universal, por supuesto, algunos abogados a sueldo de facinerosos se atreven a pretender que él no pueda espiar las comunicaciones de los delincuentes con sus cínicos defensores, ni hacer que no figure en el sumario aquello que pudiera desacreditar sus nobilísimas causas. ¿Cómo se puede pretender que la justicia, además de ciega, tenga las manos atadas, cuando el crimen es tan flagrante como el de los engominados? ¿Acaso el público no comprende que, a base de garantías, se pueden acabar escapando y que se crearía un agravio con el PSOE de Filesa? ¿Es que queremos estigmatizar al más diligente de nuestros jueces que tiene tanto trabajo que quiere quitarse el caso Faisán de encima? Pues bien, así no hay manera de hacer la justicia universal que le gusta a Garzón, conviene que se sepa.

Panorama de podredumbre

El levantamiento, parcial, del secreto del sumario sobre la trama corrupta, montada entorno a algunos dirigentes del PP, deja a la vista un panorama de auténtica podredumbre, un verdadero camión de estiércol que caerá directamente sobre el PP si sus líderes, y todos los que no están afectados por esta clase de basura, no se apresuran a poner de patitas en la calle a cuantos aparecen implicados de una u otra forma en este lodazal.

El único capital del PP reside en sus votantes y no pertenece sino a estos. Nadie posee los votos del PP, salvo los mismos votantes. Ni Rajoy, ni Camps, ni nadie son dueños del PP; sin embargo, Rajoy, y otros muchos con él, sí es el responsable de que la organización política del PP se ponga al servicio de sus votantes, de sus ideas y de sus intereses, y, por ello, al servicio de España; esto supone una obligación dura de cumplir que es la de apartar de la manera más inmediata y decidida a cuantos aparecen implicados en este albañal. No hacerlo así, supondría un grave perjuicio para el PP, porque sus votantes tendrían derecho a pensar que no merece la pena esperar nada de un partido que no se sacude con convicción y con energía a la clase de individuos, codiciosos, estúpidos y corruptos que se muestran en esta trama. Es evidente que hay un cierto riesgo moral en condenar sin pruebas a alguno de ellos, por lo que, en su caso, habría que rehabilitarlos una vez que hubiere quedado clara su inocencia, pero ahora mismo es peor dejarse llevar por la presunción de inocencia que ponerla en suspensión ante los serios indicios aducidos en el sumario.

Hay personas muy conocidas que no deberían seguir un minuto más en el partido que, al parecer, les ha servido para granjearse relojes de lujo, miles de euros extra, o automóviles de regalo, a cambio de favores inicuos con pólvora del rey, a cambio de robar a todos, poco a cada uno pero a todos, justo lo último que se espera de alguien que aspira a ser un servidor público.

Los dirigentes del PP se enfrentan a una urgente necesidad de deslindar el grano de la paja y no debieran, bajo ninguna excusa, demorar el cumplimiento de una obligación desagradable pero benéfica, para que los militantes y los votantes del PP puedan seguir llevando la cabeza alta, sin tener la sensación de ser unos estúpidos que se esfuerzan para que cuatro mangantes mejoren su tren de vida. No ha de haber ningún miedo a que una limpieza, que debiera ser, si cabe, más excesiva que temerosa, pueda causar un daño al partido: lo que, en cambio, podría causar un deterioro irreparable en la confianza de los electores y en el sentido de su voto es la sensación de tibieza, que el PP se entregase, como hasta ahora parece haber hecho, a una campaña de autodefensa al servicio de quienes no la merecen.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Una ley abusiva

Según informa el Comisariado Europeo del Automóvil, CEA, el 91% de los automovilistas está en contra de la reforma de la ley sobre tráfico, lo que no tiene nada de particular si se cae en la cuenta de que se ha hecho una ley para perseguir a los automovilistas y sacarles toda la pasta que se pueda con unas multas tan inapelables como absurdas. CEA ha creado una plataforma web www.cea-online.es/reforma_ley.html, donde los automovilistas pueden dejar sus comentarios y opiniones. No estaría mal que el resultado pudiese ser abrumador porque hay que tratar por todos los medios de combatir lo que se nos viene encima, aparte de que puede servir de desahogo.

CEA cree que la reforma es inconstitucional, cosa que me parece cegadoramente evidente, pero cuando hay dinero de por medio este gobierno, y los políticos en general, cree que todo esto de los derechos son paparruchas. La ley pisotea el derecho a la presunción de inocencia porque su única finalidad es incrementar la recaudación mediante más y más multas de circulación, y para ello es conveniente que se pueda considerar delincuente a cualquiera que convenga. El conductor deberá pagar sin conocer con precisión qué clase de pruebas le inculpan, y perderá el derecho a que la administración haga dos intentos de notificación en su domicilio que es lo que establece con carácter general el procedimiento administrativo vigente. Se pierde también el derecho al recurso de alzada de manera que la DGT se convertirá en juez y parte a la vez, el sueño dorado de todo tirano.

Además de todo eso, que es muy grave, a la ley no le faltan detalles para amarrar al conductor o al propietario del coche multado: en fin, todo por la pasta. Lo que es increíble es que la oposición trague también con esto.

Despotismo administrativo

Esta mañana he leído las quejas sobre la burocracia de ciudadanos de Barcelona y de Madrid en los digitales que dedican espacio a este tipo de asuntos. Hay un denominador común, al menos hoy, a saber, la prepotencia y la chapucería de las administraciones, su ineficiencia, su desprecio absoluto hacia la credibilidad del ciudadano que se queja por una sanción injusta, un cobro indebido  o por una arbitrariedad cualquiera. Aquí no rige el principio de la presunción de inocencia sino el de yo cobro, tú protestas y luego ya veremos… Es evidente que cualquier sistema de garantías puede servir para burlarse de la ley, como pasa cada día con delincuentes impunes gracias a una legislación penal inspirada en magníficos principios teóricos, pero poco atenta a proteger a las víctimas.

Con las administraciones pasa lo contrario: el ciudadano es culpable hasta que no se demuestre lo contrario y, en ocasiones, aunque lo demuestre. Somos miles los que hemos debido recurrir una tasa absurda, un error de bulto o una sanción que realmente correspondía al vecino.

Las administraciones se convierten en entidades tan complejas y gigantescas que llegan a olvidarse de que su función es el servicio al público. En ese preciso instante, comienzan a estar al servicio de sí mismas, se convierten en déspotas. La crisis económica va  acentuar esta clase de disfunciones: habrá menos tráfico, pero habrá más multas, menos actividad, pero impuestos más elevados. Las administraciones son inmortales y de algo tienen que vivir: no pueden pararse a pensar en las amañadas disculpas de ese grupo de facinerosos que se dedican a poner recursos, a tratar de desprestigiarlas. Se impondrá la mano dura porque va a estar en juego el sueldo, y los complementos, de tanto funcionario devenido satrapilla por las artes de la letra menuda y por la condescendencia de un pueblo sobradamente escéptico como para intentar que los de arriba aprendan modales. 

[publicado en Gaceta de los negocios]