Comienza la esperanza


La amplísima victoria del PP en las elecciones del domingo ha demostrado que no hay en España nadie que discuta seriamente la necesidad de afrontar una etapa política completamente nueva, de iniciar un cambio radical que sea capaz no solo de sacarnos de la crisis sino de colocarnos en una senda de estabilidad y crecimiento que no pueda interrumpirse con facilidad. No estamos ante una ocasión como la de 1996, sino ante un reto de superior dificultad que hay que afrontar con decisión y audacia para que en un período relativamente breve los ciudadanos comprendan que no se trataba simplemente de cambiar, lo que era inaplazable, sino que han acertado a  escoger el buen camino. Es evidente que no será fácil, pero no es menos claro que cualquier error de rumbo tendría en un plazo muy corto consecuencias catastróficas para España.
El Gobierno de Rajoy se enfrenta a dificultades realmente graves y no va a gozar de un período de gracia especialmente largo, porque las expectativas de cambio ya están descontadas, y lo único que puede cambiar el miedo de los mercados hacia la fiabilidad de España es comprobar que nos encontramos ante un gobierno decidido, valiente, que tiene las cosas claras y que no piensa en otra cosa que en cumplir nuestros compromisos y en acabar con los defectos de fondo de nuestro sistema político y económico. No es, pues, poca ni fácil la tarea, pero, a cambio, las expectativas de éxito serán grandes si se afrontan los retos con decisión, con rigor y con generosidad.
Los españoles están, dígase lo que se diga, al cabo de la calle de los disparates cometidos, y comprenderán con facilidad que se hayan de tomar medidas muy radicales, a cambio, eso sí, de que la austeridad y los recortes se apliquen con seriedad, sin demagogias electoreras, con sentido de la justicia  y, sobre todo, si se aplican también a los innumerables excesos con que se han beneficiado los políticos de manera escandalosamente poco ejemplar.  No hay razón alguna que impida reducir en un altísimo porcentaje el gasto puramente político de las administraciones, y eso ha de hacerse porque no se puede imponer sacrificios a los ciudadanos si  quienes los imponen siguen gozando de empleos y prebendas inasumibles.
No se trata solo de corregir los errores y disparates de estos últimos años; hay que hacer cosas que nunca se han hecho y son inaplazables, como, por ejemplo, una reforma radical y muy rápida de la legislación laboral, que es la razón última de los casi cinco millones de parados; una reforma limpia y a fondo del sistema financiero que sea capaz de encontrar una solución al problema de los ruinosos activos inmobiliarios, lo que es técnicamente factible, y que permita que, de nuevo, afluya el crédito al sector privado; una severísima limitación del gasto público corriente con supresión, reunificación y  armonización de innumerables organismos administrativos paralelos e inútiles, lo que exigirá un plan muy ambicioso de reformas político-administrativas que se ha de implementar en menos de un año si queremos que nuestros acreedores, los ahorradores del mundo entero,  crean seriamente en nuestra capacidad de devolver lo que nos han prestado, y vuelvan a confiar en nosotros.
No se trata solo de economía; es la política lo que está en juego. Hay que acometer reformas serias de la Justicia, que supone una rémora a nuestra productividad completamente inasumible, y de la educación, sector en el que gastamos casi más que nadie y obtenemos bastante menos que la mayoría. Hay que meter mano al control de gasto en las administraciones, por ejemplo en la Sanidad, y evitar que haya organismos que rebasan sistemáticamente en más de un diez por ciento su capítulo de gastos de personal por la exclusiva razón de un absentismo laboral escandaloso, bien protegido por los sindicatos que, aunque se llamen de clase, son auténticos guardianes de los peores intereses corporativos.   También es política y no mera buena administración poner fin al despilfarro de las subvenciones, que no son sino una forma de corrupción y que evitan, interviniendo arbitrariamente en los diversos sectores, que salgan adelante con facilidad las mejores iniciativas y los mejores gestores. Si los españoles supiesen con certeza en qué han gastado el dinero de sus impuestos los Gobiernos hace ya tiempo que habrían puesto coto a estos desmanes, pero una espesa maraña de burocracia y eufemismos oculta ese espectáculo obsceno a los ojos del público; hay que acabar, a la vez, con el ocultamiento y con el despilfarro.
Si Rajoy acierta a hacer eso bien desde la primera hora, tendrá tras sí a una amplísima mayoría de españoles que sabrán atemperar su esperanza con la paciencia requerida hasta alcanzar la solución a  problemas tan hondos y tan extendidos.
El PSOE tiene también por delante un trabajo nada menor. España necesita una izquierda distinta a la caricatura que ha usurpado su papel en los últimos años, una izquierda que no viva del pasado ni de un rencor impostado, doblemente falso porque muchos de esos rencorosos teatreros son herederos directos de lo peor que pretenden denunciar; necesitamos una izquierda que crea en la Nación española, como lo hizo siempre hasta su reinvención tras el franquismo, y que no crea que nacer en distintos lugares de píe a derechos superiores; hace falta un PSOE que combata las desigualdades reales y no las que inventen a conveniencia. No será fácil para el PSOE que ha sido desde 1978 uno de los pilares del sistema, pero tendrán que encontrar su líder y su camino en la larga travesía que les espera, y ojala acierten, por el bien de todos.

Más sobre el político y el ciudadano

En la época contemporánea, los ciudadanos se encuentran, al comienzo de su madurez cívica, con sociedades ya constituidas en las que los distintos poderes han forjado, en el mejor de los casos, alguna especie de equilibrio. La mayoría de las personas conciben su vida en términos de adaptación y encumbramiento personal, se adaptan a las reglas vigentes y tratan de prosperar, solos o con ayuda de otros. Por supuesto que en esa tarea se dan cuenta de que hay numerosas instituciones y relaciones sociales que son absurdas o disfuncionales, y, normalmente, tratan de evitar que les perjudiquen, pero apenas conciben seriamente la idea de que puedan ser modificadas. Muchas veces protestan y se enfrentan con ellas en el plano personal y profesional, pero raramente entienden que su misión en la vida sea dedicarse a abolirlas o cambiarlas por otras mejores. Sea que entiendan que eso es imposible, sea que asuman que no es esa su misión en este mundo, el hecho es que la mayoría de los hombres se han adaptado siempre y en todas partes a lo que les ha tocado vivir, a dictaduras, a estados fallidos, o a democracias corruptas; también, lógicamente, a los usos de las democracias más respetables, que, como dijo  Lord Acton, están siempre en riesgo de corrupción, salvo que lo eviten políticos capaces y los ciudadanos responsables y atentos.
Frente a las personas comunes, el político cree en que el cambio es necesario y posible, y concibe su vida y su dedicación como una consagración a la tarea precisa para alcanzar tal meta. El político es, por tanto, un individuo ambicioso e inconformista, y lo seguirá  siendo mientras no se corrompa, siempre que no olvide su vocación, ni la responsabilidad de su misión; cuando un político abdica de su función esencial, de su auténtico poder, y se dedique a pactar con el régimen establecido, se convierte en un funcionario del poder, en un escriba del emperador, en algo mucho menos importante que lo que podría ser.

Dontancredismo al borde del abismo

La irresponsabilidad de Zapatero tratando de poner por encima de todo sus intereses, y los de su partido, en una situación económica que no admite contemplaciones está batiendo records. Es evidente que el destino de los españoles y de nuestras economías les importa una higa, mientras puedan seguir engañando al suficiente número de personas, a sus víctimas, y protegiendo los intereses de los poderosos con los que se han aliado, y no hace falta señalar. La manera como marean la fecha en la que se modificará el régimen de las pensiones, por ejemplo, y el continuo intento de engañar afirmando que las cosas mejoran son burdas maniobras que irritan en el exterior y que no sirven sino para gravar y hacer más probable una auténtica debacle, una intervención exterior que dejaría el país como estaba en los años cincuenta, por decir algo.
No me asombra tanto su maldad y su egoísmo ciego como la necedad de quienes endosan estas maniobras. La única solución es que este señor y su partido se vayan ya, que convoquen elecciones y que un nuevo gobierno, aunque fuese de ellos, pueda a empezar a tomarse en serio la situación en la que nos encontramos y a tratar de arreglarla, devolviendo la confianza a los mercados y a los que tenemos que emprender cosas nuevas que saquen a España del marasmo en que nos está ahogando el gobierno malhadado de ZP.
Lo siento, no me gusta emplear este tono que se pudiera confundir con el de un radicalismo que repudio y me molesta, pero creo, sinceramente, que no nos merecemos continuar en esta agonía sin esperanza alguna, y que ZP ya solo puede hacer una cosa por nosotros: marcharse.

Metaamorfosis

En la WWW2009 que se celebró el pasado abril en Madrid, Alfred Spector, de Google, titulo su intervención como “The Continuing Metamorphosis Of the Web”. Ese nombre, que suena a mitología antigua, es el que mejor cuadra a lo que está pasando ante nuestros ojos y que tanto nos cuesta entender. Las cosas van tan deprisa que casi dan ganas de recurrir a Heráclito, “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”.  La historia de la red es un ejemplo continuo de vitalidad, de participación y de creatividad. Como es lógico, hay unas cuantas empresas que van por delante, pero nadie tiene asegurado que las cosas vayan a seguir siendo así. Por eso resulta cómico que se propongan cosas tan absurdas como dar un ordenador a cada niño para resolver nuestra peculiarísima crisis económica, es decir que se aplique la misma receta de posguerra, un chusco para cada uno. Es evidente que algo hemos mejorado, porque siempre resultará más flexible un PC que un chusco, pero nuestra economía seguirá siendo de tercera, y con amenazas de ruina, mientras no se dejen sueltas las energías de cada cual, mientras la gente no se arriesgue y espere al subsidio, mientras el gobierno, este o cualquier otro, quiera seguir dirigiendo la orquesta, en plan Titanic.

Además de los que repiten fórmulas viejas, abundan los que tratan de adivinar qué va a pasar, para subirse a tiempo al carro. Es otro error. Las adivinanzas se han vuelto imposibles en la era digital, si es que alguna vez sirvieron. Los pronósticos tienen muy mal pronóstico. Lo único que cabe hacer es tratar de hacer cosas valiosas, cada vez más valiosas y sin querer dar lecciones a nadie, aprendiendo del mercado, que a veces no es muy sabio, pero siempre tiene razón. O se innova o no hay nada que hacer, es la tumba de la rutina. Nosotros tenemos una pésima educación al respecto, tan acostumbrados a repetir, a preguntar al que manda, en lugar de al público. Pero, pese a nuestros antecedentes exculpatorios, nadie nos va a regalar nada, especialmente si premiamos al que miente por sistema.