La política y la cucaña

En España cunde la confusión de la política con la agenda del sistema, con los temas que nos proporciona la prensa, la actividad de las grandes máquinas institucionales, es decir, con una enorme abundancia de minucias. Quien quiera ejercer la política tiene que aprender a enfrentarse a horizontes de grandeza, a conflictos aparentemente irresolubles, a batallas de intereses, a operaciones de jibarización de la vida pública, a ortodoxias forzadas, absurdas y mentecatas. No estoy proponiendo ninguna revolución, la toma de Génova o de Ferraz, ni la fundación de un nuevo partido purista; estoy recordando, simplemente, que política es política,  y que esa actividad, que Burke consideraba la más noble de todas las humanas, no se puede ejercer de manera perpetuamente complaciente, ni con los electores, ni con los mediadores ni, menos que con nadie,  con los líderes de nuestro propio partido. Es cierto, pues, que las democracias de masas pueden adormecer a los políticos y esterilizar la política misma, algo de eso nos pasa, más a la derecha que a la izquierda, por cierto. Cuando se sustituye la política por la cucaña se puede acertar en la propia carrera, pero se comete un fraude moral de consecuencias desastrosas para la comunidad, y para la libertad, ese bien que tanta gente no sabe echar en falta. Lo dijo de manera inmejorable Pericles, hace ya mucho tiempo, el precio de la libertad es el valor. La política debiera ser una actividad de valientes, más aun en un país en el que abundan los perros guardianes que ladran y muerden a cualquiera que se atreve a ser mínimamente diferente, por supuesto a cualquiera que quiera alterar el orden establecido, sin demasiado brillo, por otra parte. 
¿derecho a la intimidad?

Más sobre el político y el ciudadano

En la época contemporánea, los ciudadanos se encuentran, al comienzo de su madurez cívica, con sociedades ya constituidas en las que los distintos poderes han forjado, en el mejor de los casos, alguna especie de equilibrio. La mayoría de las personas conciben su vida en términos de adaptación y encumbramiento personal, se adaptan a las reglas vigentes y tratan de prosperar, solos o con ayuda de otros. Por supuesto que en esa tarea se dan cuenta de que hay numerosas instituciones y relaciones sociales que son absurdas o disfuncionales, y, normalmente, tratan de evitar que les perjudiquen, pero apenas conciben seriamente la idea de que puedan ser modificadas. Muchas veces protestan y se enfrentan con ellas en el plano personal y profesional, pero raramente entienden que su misión en la vida sea dedicarse a abolirlas o cambiarlas por otras mejores. Sea que entiendan que eso es imposible, sea que asuman que no es esa su misión en este mundo, el hecho es que la mayoría de los hombres se han adaptado siempre y en todas partes a lo que les ha tocado vivir, a dictaduras, a estados fallidos, o a democracias corruptas; también, lógicamente, a los usos de las democracias más respetables, que, como dijo  Lord Acton, están siempre en riesgo de corrupción, salvo que lo eviten políticos capaces y los ciudadanos responsables y atentos.
Frente a las personas comunes, el político cree en que el cambio es necesario y posible, y concibe su vida y su dedicación como una consagración a la tarea precisa para alcanzar tal meta. El político es, por tanto, un individuo ambicioso e inconformista, y lo seguirá  siendo mientras no se corrompa, siempre que no olvide su vocación, ni la responsabilidad de su misión; cuando un político abdica de su función esencial, de su auténtico poder, y se dedique a pactar con el régimen establecido, se convierte en un funcionario del poder, en un escriba del emperador, en algo mucho menos importante que lo que podría ser.

Las tribulaciones de un Obama español

Sea cual fuere la idea que tengamos de Obama, y sin ninguna intención de incurrir en hagiografías, es interesante preguntarse si sería posible que en España se diese un caso similar. Para los que quieran ahorrarse los argumentos, la respuesta es muy simple: no. ¿Cuáles son las razones que lo hacen impensable?

En primer lugar, Obama ha vencido al aparato de su partido comenzando desde abajo. Aquí, no se olvide que somos una monarquía, todo está atado y bien atado; Felipe apoyaba a Zapatero y Aznar impuso a Rajoy con los felices resultados que están a la vista de todos. Lo último que quiere perder un monarca es la capacidad de designar heredero, de manera que los out-siders ya pueden ir pensando en cultivar sus vocaciones alternativas porque aquí no pasarán. No es una maldición eterna, pero es un vicio difícil de erradicar y que sería muy conveniente superar, pero no interesa a los happy few que dirigen el cotarro que, a este respecto, son franquistas sin excepción: dejarlo todo bien atado es una de sus dedicaciones favoritas.

Obama es un personaje enormemente brillante, tiene un excelente curriculum académico (fue director de la Harvard Law Review, un puesto que no se regala), es un gran orador y, en principio, no esconde sus valores. Sería muy raro que un personaje con esas características pasase aquí de concejal, en el extraño caso de que hubiese decidido dedicarse a la política y no estuviese ocupado en menesteres privados de más interés, fiabilidad y prestigio. La política lleva unos años haciendo una selección endogámica y cutre de sus protagonistas, premiando al mediocre que siempre aplaude, y eso, al final, lo acabamos pagando todos. Tampoco es un mal sin remedio, pero con nuestra estructura de partidos tiene poco arreglo.

Obama cree en las posibilidades de los Estados Unidos. Aquí a los políticos se les enseña a abstenerse de esa clase de creencias patrióticas, tan mal vistas por nacionalistas e intelectuales exquisitos, para limitarse a su círculo inmediato de intereses. La carrera política se hace a empujones y sin reglamento y lo único seguro es colocarse cerca del jefe a ver lo que cae. O sea, que ni Obama ni Mc Cain.

Son muchos los españoles que desearían tener una democracia como la americana. Es un deseo piadoso pero estéril si no viene acompañado de acciones que le pongan patas. Son muchas las cosas que nos separan de ellos, pero hay una sin la cual es imposible siquiera aproximarse a sus virtudes cívicas, a la excelencia de su modelo: la política no puede ser pasiva, reducirse a ver la televisión o a oír la radio que prefiramos: la política es acción. Obama lo sabía y el uso inteligente de  Internet ha sido una de las claves de su éxito.

[Publicado en Gaceta de los negocios]