Pausa publicitaria

A la espera de los resultados de la histórica votación de hoy, no todas lo son del mismo modo, no estará de más echar un vistazo a una noticia de aspecto agradable. Telecinco mantiene en antena un programa que puede considerarse el paradigma de la telebasura y, a iniciativa de un bloguero, la publicidad ha dejado de aparecer en él como castigo a su utilización de una entrevista que tiene que ver con el odioso y morboso caso del asesinato de una joven sevillana. 
Hay quienes, como Arcadi Espada, han visto en esto una nueva técnica publicitaria de las marcas más pudibundas, cosa que es posible, pero, en cualquier caso, quiero saludar el aspecto sano de la noticia, que halla maneras de decirle a una TV, donde más le duele, que su programación es indecente. 
Ordenadores y elecciones

El plan de Zapatero

Al poco de comenzar este año, como para apostar por la novedad que siempre trae consigo la nueva fecha, el presidente concedió una entrevista a Onda Cero de la que no se pudo sacar nada que no fuese una obviedad. A pesar de la indudable calidad del entrevistador, la noticia fue que no había noticia, lo que, desde luego, ya no debería sorprender a nadie, conociendo mínimamente al inquilino de la Moncloa. Zapatero actúa de manera habitual siendo muy consciente de que le conviene que él sea la noticia, la única noticia, más aún cuando ha conseguido provocar innumerables especulaciones sobre su retirada.
La condición política de esta estrategia presidencial no se podría comprender bien si no se tuviese en cuenta los hábitos audiovisuales de grandes sectores de la población española, una manera de comportarse del público que implica importantes consecuencias intelectuales y morales. El hecho de que la figura pública de una tal Belén Esteban, alguien que no es conocida ni reconocible por cosa distinta a sus apariciones en la tele, y en la muchedumbre de colorines que giran en su entorno, generando lecturas complementarias y poses significativas, haya alcanzado tanta presencia, no es en absoluto ajeno al comportamiento presidencial. Esta afirmación, que pudiera parecer más arriesgada de lo razonable, no pretende ser sino una forma de advertir al observador curioso no sobre la inanidad intelectual de la actividad mediática del presidente, sino, sobre todo, sobre su capacidad de seducción en esos mismos sectores de público que sacian sus ansias de interés con el belenestebanismo. El derroche de vulgaridad que secreta la televisión de Berlusconi, a través de un número increíblemente alto de programas supuestamente distintos, reconcilia a grandes sectores del público con su auténtica condición, los convierte en parroquia de una cohorte de pequeñas esperanzas que tienen el efecto de inhibir cualquier espíritu crítico, cualquier confrontación, y los habitúa a un grado altísimo de credulidad, de indiferencia. Es este público el que objetivamente cultiva Zapatero en su reencarnación más reciente, en su pose de héroe normal dispuesto a cargar con cualquier clase de sacrificios personales que puedan ser necesarios para el bienestar de los españoles. Zapatero-Esteban se coloca así en una posición a mitad de camino entre la víctima propiciatoria y el héroe incomprendido, y pretende suscitar la solidaridad moral de cuantos creen en ese universo de barata sensiblería y de supuesta honestidad que encandila a un público capaz de conformarse con menos que nada.
Si se pone este panorama en conexión con una de las escasas doctrinas públicamente defendidas por ZP, me refiero a su afirmación, en el prólogo a un nada inolvidable libro de Jordi Sevilla, según la cual no hay ideología ni lógica en política porque solo, “hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica», se puede comprender que, sustituyendo el debate en el ágora por los índices de audiencia, las apariciones sean el mensaje. Belén Esteban se ha convertido en un paradigma para innúmeros españoles, hasta haber llegado a ser portada del sedicente periódico global, y Zapatero ha aprendido ya que no hay nada que decir salvo mantener el tipo, al precio que sea.
Si el PSOE alcanzase a ser todavía algo distinto a lo que Zapatero ha hecho de él, podríamos apostar con seguridad que Zapatero no repetiría en ningún caso, pero eso está por ver. Mientras tanto Zapatero continúa atizando al monigote maniqueo que tiene más a mano, y juega a que la noticia, sus apariciones y sus mutis, sigan impidiendo la desesperación de los más incautos, el desasimiento de los más humildes, esos que, en su retórica, lo merecen todo aunque jamás se haya ocupado efectivamente de sus intereses, ni piense hacerlo en el futuro. Es obvio que esa estrategia puramente política puede servir también a su indudable sangre fría en la táctica, a su forma de ir haciendo lo que se le manda, aunque sea del modo más lento y embarullado posible, para evitar que nadie, ni de las muchedumbres de descamisados sindicales, ni de las cohortes de espectadores de las cadenas amigas, repare más de la cuenta en la absoluta incongruencia de su política. Si en un plazo no muy largo se produce una inflexión, no digamos ya un milagro, los ditirambos que se aplicarán al acontecimiento serán dignos de una celebración milenaria, vistas las loas hechas a los inexistentes brotes verdes, y las esperanzas puestas en esos 10.000 nuevos empleos que, espigando entre las estadísticas, acertó a encontrar a finales de 2010 el ministro de Trabajo.
Es posible que un Zapatero personalmente roto piense en su retirada, pero el Zapatero al que entrevistó Carlos Herrera está jugando al tran tran, como en el Mus, porque su inteligencia mágica le hace creer en lo inesperado, y está dispuesto a que la inspiración, como decía Picasso, le sorprenda trabajando.

La chapuza nacional

No es necesario ser un historiador de los medios de comunicación, si es que hay algo como eso, para reconocer que la multiplicación de las televisiones que emiten en España no ha supuesto una mejora de su nivel medio de calidad. Creo que también sobre la telebasura se pueden decir muchas tonterías, de manera que evitaré el riesgo, y me concentraré únicamente en lo que se puede entender como el nivel técnico de los programas. La TDT nos está permitiendo contemplar emisiones de una calidad muy baja y programas hechos en la mesa camilla del productor, con un ingenio imaginable. El nivel de nuestros periodistas y de nuestros productores no es una de esas cosas que están contribuyendo a hacer un país admirable. De todos modos, lo que mueve mi indignación de manera más inmediata es algo que realmente me asombra, a saber, que ni por casualidad coincidan los letreros informativos de la programación que proporciona el sistema con lo que efectivamente se puede ver en el momento. Supongo que conseguir algo de apariencia tan simple implicará una dificultad supina, pues de otro modo no hay quien entienda la coincidencia de todos los canales en este desbarajuste tan general y preciso.

La TV en color y en blanco y negro

Entre los que peinamos canas es corriente el comentario de que la televisión que ahora podemos ver es mucho peor que la de la época del blanco y negro. Supongo que no será así, pero reconozco que es difícil imaginar una televisión de peor calidad que la frecuentemente exhibida, en dura competencia de zafiedad, por la mayoría de las cadenas, lo que se llama, con todo motivo, telebasura. Este fin de semana lo pasé en un hotel rural cuya única y lamentable posibilidad de ver televisión por la noche era uno de esos programas de cotilleos de cuyo nombre evito acordarme por pura salud mental. No creo que se pueda concebir un producto de peor calidad moral, estética, intelectual y dramática; se trata, evidentemente de bazofia, de auténtica mierda. Es asombroso y tristísimo que abunde el público que disfruta con esta clase de debates, con esta burda manipulación de supuestos escándalos, de comentarios rijosos, de afición a los pedos y a las grescas de vecindonas y mariquitas, que son, invariablemente, los maestros de ceremonia de esta clase de detritus.
Yo confieso que pretendía ver una serie inglesa sobre Miss Marple, el personaje de Agatha Christie, que llevaba varios días viendo en Intereconomía TV. La serie es una auténtica joya, no tanto por la calidad, en cualquier caso excelsa, de los guiones, como por el preciosismo con el que se recrea un ambiente social de completa exquisitez, el mundo de la alta clase inglesa de los cincuenta, tal vez una de las maneras más elegantes y sofisticadas de vivir que hayan existido nunca. La España de 2010 está, desgraciadamente, tan lejos de la excelencia como nuestra telebasura lo está de las series y los documentales de la BBC.
A mi me parece que lo de la crisis económica es relativamente sencillo en comparación con el lastre que supone convivir con quienes se interesan realmente por los personajes, las pasiones y las aventuras de los famosos de las teles. Es un caso de corrupción moral e intelectual sistemática de una sociedad en la que, sin necesidad de esa especie de estímulos, ya no abundan los prodigios intelectuales. No estoy sugiriendo que haya que prohibir ese tipo de TV, porque creo que no sería lícito ni útil, pero creo que realmente tenemos un problema, y que habría que tratar de resolverlo.
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¿Para qué sirve un periódico de papel?

Ayer cené con un amigo, médico prestigioso, que me confesó que ya no leía periódicos desde hace unos meses; naturalmente, se refería a periódicos de papel. Creo que esta defección, silenciosa e imparable, de gente lectora debería preocupar más que ninguna otra cosa a las empresas informativas. De momento, parece que están a la espera, pero sin adoptar ninguna estrategia coherente con el caso. Algunos siguen con su promociones, pero muy pocas editoras se han planteado una redefinición de su producto estrella para recuperar lectores y ganar adeptos, dado que el hábito de lectura todavía les favorece. Aquí parece que sigue imperando el “¡que inventen ellos!”, aunque la peculiaridad de nuestro caso daría para intentar algunas iniciativas con imaginación. Como ya hace más de dos años que dejé de comprar periódicos de papel y solo leo, porque soy colaborador y estoy suscrito, la Gaceta de los negocios, que es un medio muy singular y también con problemas, esta mañana me ha movido la curiosidad y he examinado relativamente a fondo un ejemplar de uno de los periódicos más importantes que se editan en España. El examen me ha confirmado que no merece la pena comprarlo, pero, sobre todo, me ha hecho ver que los responsables no parecen entender el problema al que se enfrentan.

El ejemplar, de un sábado, consta de cien páginas, muy lejos de aquellos gruesos volúmenes de fin de semana de hace una década. Cuarenta de ellas se emplean en suplementos, local y de asuntos frívolos, es decir en temas que a una buena mayoría de personas con la cabeza sobre los hombros les importan un ardite. Diez páginas están dedicadas a anuncios por palabra, un asunto de escasa utilidad porque siempre es más útil acudir a las buenas fuentes correspondientes en la red. Tres se dedican a pasatiempos y a informar, por lo general mal, de la programación de las cadenas clásicas de TV. Unas veinte páginas se destinan a publicidad. Es decir que quedan menos de treinta páginas para ganarse a los clientes que realmente quieren buena información sobre los temas clásicos, muy poco en definitiva.

Da la sensación de que los responsables de los medios no han pensado a fondo sobre qué se puede ofrecer en papel que no se pueda obtener con mucha más rapidez y facilidad en la red. Cuanto más tiempo pierdan sin hacerlo, peor les irá. Parece razonable suponer que los periódicos debieran dedicarse mucho más a analizar lo que ya se sabe que a tratar de impactar con fotos y noticias que todo el mundo ha visto ya. Pondré un solo ejemplo. A mi me puede interesar una crónica inteligente de fútbol, esto es, palabras, no fotos, que ya se han visto en todas partes, ni titulares, que están enteramente de más. Decididamente, no hacen nada de eso; tratan de ganar clientes a los que interese lo que se suele llamar telebasura, o corazón, por ejemplo; hay que reconocer que son multitud, pero al hacerlo así matan a sus lectores más reflexivos, los que mejor debieran cultivar, con buena información, mejor análisis y sin sensacionalismo ni alardes tipográficos que nada aportan. En fin, ellos sabrán.

[Publicado en adiosgutenberg.com]