La libertad y las burlas

Es muy frecuente que artistas y otras gentes de vida airada, sindicalistas, políticos sin mucho que ganar, etc. hagan determinadas manifestaciones que pueden ofender, y, al parecer, ofenden, a determinadas personas, o a la religión, a la patria o a cualquier otro ideal respetable, que son muchos. Me gustaría convencer a todo el mundo de que carecen por completo de sentido las reacciones represivas, los castigos, las amenazas, lo que fuere. Mientras estemos hablando de libertad de expresión, creo que lo lógico es no darse por afectado, es decir, hacer exactamente lo contrario de lo que pretenden los provocadores. Creo que la libertad consiste, como dijo Hayek de manera insuperablemente breve y clara, en que los demás puedan hacer cosas que no nos gusten, y que lo inteligente no es reaccionar haciéndose el ofendido, sino, gracianescamente, no hacer aprecio. Además, hay que tener un criterio interpretativo lo más abierto y tolerante que se  pueda, de manera que se alcance a ver que lo que pueda parecer ofensivo no siempre lo sea. Claro es que a la gente le gusta mandar, pero eso también debe moderarse cuanto se pueda.
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Mis alumnos y Sostres

Uno de mis alumnos se ha dirigido a mí con un e mail  cuyo contenido  reproduzco a continuación, así como mi contestación, naturalmente con su permiso.


e mail de mi alumno:
Buenas tardes,

Soy un alumno suyo, concretamente uno que estuvo discutiendo airadamente pero respetuosamente, con usted sobre el buen o mal hacer de Salvador Sostres, periodista de El Mundo. El pasado día 4, lunes, un joven de 21 años presuntamente asesinó a su pareja, una chica de 19 y mostró el cadáver de ésta a través de la webcam a su padre. Salvador Sostres escribió sobre esta noticia en un artículo de Elmundo.es titulado «un chico normal» en el que realiza comentarios como los siguientes:
«Digo que a este chico les están presentando como un monstruo y no es verdad. No es un monstruo». «Es un chico normal sometido a la presión de una violencia infinita». «Quiero pensar que no tendría su reacción, como también lo quieres pensar tú. Pero ¿podríamos realmente asegurarlo? Cuando todo nuestro mundo se desmorona de repente, cuando se vuelve frágil y tan vertiginosa la línea entre el ser y el no ser, ¿puedes estar seguro de que conservarías tu serenidad, tu aplomo?, ¿puedes estar seguro de que serías en todo momento plenamente consciente de lo que hicieras?». Ante la avalancha de críticas que recibió en twitter, Pedro J. Ramírez retiró el artículo de elmundo.es y se disculpó a traves de su twitter. Sin embargo, ayer los trabajadores de El Mundo escribieron una carta a su director en la que critican las palabras de Sostres y le exigen a su director que prescinda inmediatamente de sus servicios.

La carta firmada por trabajadores de El Mundo es clara y contundente y si el director de este medio hace lo que le exigen, aún seguiré confiando en que nuestro oficio no está tan devaluado como creía y que existe todavía compañerismo entre los profesionales de la comunicación. Sobre el Sr. Sostres, podría decir muchas cosas pero sus palabras le retratan. Algunos utilizan las palabras para provocar porque piensan que es la única manera de ser escuchado (‘Escribir es meterse en líos’, se titula su blog), otros intentan cada día relatar lo más fielmente posible la realidad. Ambos son subjetivos, está claro, pero unos aún conocen el significado de la palabra ‘ética’ mientras que otros la olvidaron hace mucho tiempo. 

Aquel día en que conversamos en clase, usted me decía que la libertad de expresión es sagrada. Punto en el que coincido plenamente. No soy nadie para establecer que se sitúa a un lado o a otro de esa línea, pero determinadas palabras chirrían en mi conciencia y no puedo evitar que la sangre me hierva por momentos, como en esta ocasión.

Perdón por la extensión de mi exposición pero al leer la información a la que me he referido, he evocado nuestra conversación y no me he podido resistir a escribirle. Por supuesto, me encantaría saber que opina usted a este respecto. Gracias por ‘leerme’.  Un saludo


Mi respuesta fue la siguiente:
Querido alumno:

Le agradezco mucho que me escriba y que sea valiente al expresar unas opiniones que imagina contrarias a las mías. Ese valor es uno de los bienes de que carece nuestra sociedad civil y que, a mi modo de ver, explica muchos de los problemas con los que tropieza esta democracia nuestra, tan troquelada sobre la paciencia de los Sanchos y que se sigue divirtiendo con las palizas que se propinan a los escasísimos Quijotes que quedan y que, como es obvio, suelen estar un poco mal de la azotea.

Como puede imaginar, sigo pensando lo que pensaba, a pesar de que esta columna de Sostres me pareció especialmente desafortunada, oportunista y mema. Creo, sin embargo, que otras cosas son más peligrosas para la libertad que el mero decir tonterías. Creo que decir tonterías está muy mal, sería deseable que se dijeran y se hicieren el menor número de cosas tontas, pero me parece muy peligrosa la idea de moralidad civil que defienden y practican los que se convierten en inquisidores, por muy respetables que sean sus creencias, que, por lo demás, siempre lo son. Una sociedad democrática se edifica sobre pocos principios, pero uno de ellos es, evidentemente, el derecho a discrepar. Entre el ejercicio de ese derecho, y el supuesto crimen de opinión  debería haber una gran distancia, pero los que se convierten en inquisidores la reducen con una facilidad pasmosa. La unanimidad no es nunca criterio de nada, y puede ser muy peligrosa, especialmente en cuestiones morales, sobre las que no existe una ciencia del bien y del mal; es peligrosa también en cuestiones científicas, como lo acredita cualquier estudio de historia de la ciencia, pero en cuestiones morales es sencillamente temible, mortífera. Fíjese bien en los valores que usted defiende en su carta y el peligro que tienen:

1. «Condena clara y contundente», es el lenguaje de los que se consideran por encima de cualquier duda, un lenguaje clericalpapal, enteramente inapropiado en una panda de periodistas, empleo el tono adrede para molestar, que no han dedicado ni una milésima de su tiempo a pensar en los problemas con los que deciden enfrentarse, ni en general, ni en este caso. Con condenas claras y contundentes se justifica el apedreamiento de adulteras, el asesinato ritual, normalmente de mujeres, y un sinfín de barbaridades. Por favor, un poco de contención, y algo menos de solemnidad. 

2. «Hacer lo que le exigen» (referido al director del medio de comunicación), es decir saltarse, en este caso, las normas de derecho laboral o mercantil, reinstaurar el delito de opinión, o sustituir las decisiones en una empresa por lo que puedan decir los soviets morales de turno. Me parece delirante, qué quiere que le diga.

3. «Compañerismo entre profesionales», la verdad es que es difícil expresar con menos palabras el resumen de la moral mafiosa, que es el nombre que habría que aplicar a este tipo de moral justiciera que usted parece  abrazar con tanto entusiasmo como inconsciencia. 

4. «sus palabras le retratan», es una expresión que refleja bastante bien el intento de someter a juicio la libertad de expresión, convertir las palabras, que deben ser siempre libres, en acciones, que deben respetar las restricciones de las leyes. Luego volveré sobre este asunto bajo otro punto de vista. 

5. Sinceramente, dudo mucho de que  sea verdad que «unos aún conocen el significado de la palabra ‘ética’ mientras que otros la olvidaron hace mucho tiempo»; me temo que ese significado se les escapa a sus colegas, y que la mayoría no podría escribir medio folio sobre el asunto, ni aun copiando de la Wikipedia, pero, bromas aparte, le aseguro que si Ética, a este respecto, significa algo es imparcialidad, no unanimidad pasional. 

6. «determinadas palabras chirrían en mi conciencia y no puedo evitar que la sangre me hierva por momentos». Por si le sirve de consuelo, a mi me pasa también muy a menudo, pero he aprendido que la libertad consiste en que habrá siempre gente que haga cosas que no nos gusten, de manera que dedico los chirridos de mi conciencia a tratar de corregir mis propias acciones (entre otras cosas para evitar que deje de chirriar a mi conveniencia), y no a tratar de corregir las de los demás, que es, en su caso, la tarea de los jueces, y de nadie más. Esto no evita la crítica, naturalmente, pero sobrepasa mucho la capacidad de criticar el pedir que le quiten a alguien un empleo, al margen de cualquier otra consideración. En cuanto a lo de que le hierve la sangre, tome baños fríos, que es lo que desde los tiempos de los griegos, que fueron los primeros en meditar un poco en serio sobre el ser de la justicia, se aconseja a los que han de practicarla, y por eso se la pinta con los ojos tapados, aunque entre nosotros se lleve mucho la justicia avizor (por ejemplo, que no valga para Garzón lo que sí vale para todo el mundo).

Una vez que he comentado, con dureza, pero con buena intención, los términos del escrito de quien, al fin y al cabo, es mi alumno, y le deseo que le sirva para algo esta especie de cariñosa lección particular, me voy a fijar ahora en algunas otras cuestiones que son, sin duda, pertinentes al caso. 

1. Yo no habría autorizado, por inconveniente, la publicación del escrito de Sostres o, mejor dicho, le habría invitado a matizar mucho las afirmaciones que hace, con el riesgo, es obvio, de que el artículo se le quedase en nada, pero es que los provocadores también deberían afinar y huir algo más de la sal gorda. De cualquier modo, me parece preocupante que, en el caso de lo que ahora llamamos de una manera bastante absurda y contraria al genio de nuestra lengua, «violencia de género», se pretendan abolir radicalmente las excusas, disculpas, los motivos de compasión con el delincuente. Creo que esto es pura hipocresía, y creo que Sostres acertaba al describirla, pero lo hizo en unos términos confusos y muy desafortunados que se prestan, y mucho, a excitar al coro de plañideras y, lo que es peor, a enturbiar las cosas.

2. Considero que lo que mi maestro Arcadi Espada, con el que discrepo frontalmente en otros mucho asuntos, llama la “moral socialdemócrata” supone hoy en día un riesgo enorme, sobre todo, para la libertad intelectual. A este respecto soy un entusiasta de las palabras de Richard Rorty, un gran filósofo norteamericano fallecido recientemente, con quien también discrepo muy a fondo en un buen número de cuestiones, cuando decía “cuídate de la libertad, que la verdad ya se cuida de sí misma”. Hoy hay riesgo para la libertad porque existe una especia de mayoría moral empeñada en imponer sus convicciones por las buenas o por las malas, eso es lo que significaba, en tiempos que se creían olvidados, la Inquisición.

Por último, quiero hacerle caer en la cuenta de la asimetría moral con que se enjuician esta clase de asuntos, dependiendo de quien sea el protagonista. Para no esforzarme más con los ejemplos, le citaré dos a los que hoy alude Santiago González en su blog de El Mundo, en el que, por supuesto, también discrepa de la columna de Sostres. Me referiré a ellos con mis propias palabras:

El 24 de noviembre de 2008, Almudena Grandes escribió en la última de El País:
«Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta». Parece un contrato sadomasoquista, pero es un consejo de la madre Maravillas. ¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos? En 1974, al morir en su cama, recordaría con placer inefable aquel intenso desprecio, fuente de la suprema perfección.»

El 8 de febrero de 2007, Maruja Torres escribía, también en la última de El País:
«El sinvivir de la albóndiga mediática [Federico Jiménez Losantos] intentando encontrar Goma 2 aunque sea en el conejo de su madre.» En ambos textos, hay menosprecio de sexo, y una cierta justificación de la violencia, aunque sea de izquierdas, además de una vergonzosa falta de respeto a una monja santa, que muchos veneramos como un ejemplo moral muy alto, y a una madre, algo que todo el mundo debiera respetar, aunque sea la de FJL. Por supuesto, será inútil buscar en los Google de turno las propuestas ardorosas de los que “aun conocen el significado de  la palabra ética”. Yo no las echo en falta, porque creo que son innecesarias, como creo que no hay que ir pidiendo por ahí a la gente que confiese su amor a la justicia, o su oposición a las violaciones, pero creo que no exagero si pienso que la diferencia entre la desmesura de las reacciones ante los excesos verbales de Sostres, y la indiferencia ante las delicadas expresiones de la Grandes, no se deba a que merezcan un juicio ético distinto, sino a muy distintas razones. Y, dicho esto, le vuelvo a agradecer su confianza, le pido permiso para publicar su carta (sin su nombre) y mi respuesta en mi blog, porque me parece que plantea una cuestión de interés general, y le invito a que, si lo quiere, sigamos discutiendo allí esta clase de asuntos. Un abrazo,



¿Otra vez la censura?

Este Gobierno no parece saber contentarse con los asuntos propios, en los que es notoriamente ineficiente, y no cesa en su empeño de ampliar los campos en que poder dejar huella de su torpeza, de su escaso respeto al pluralismo, a las libertades y de su afán de entrometerse en asuntos que le deberían ser completamente ajenos, tal como el de los medios de comunicación. Tomando como pobre excusa la mala calidad de un buen número de programas de televisión, producidos precisamente por muchos de sus amigos, por los beneficiarios directos de sus arbitrarios y mortíferos hachazos a los restos de la televisión pública a su alcance, se acoge ahora a la piadosa monserga de la calidad de los contenidos para tratar de justificar una iniciativa que sólo pretende ampliar su capacidad de censura, su poder de intimidación, su predisposición al sectarismo y a la arbitrariedad.

No es la primera vez que deseos de apariencia inobjetable y meliflua se emplean para legitimar lo injustificable, que se dicen medias verdades para ocultar auténticas tropelías, un procedimiento cuya retórica cree dominar esta Gobierno intervencionista, desnortado e ineficaz. La ley Fraga también proclamaba su deseo de promover el respeto a la verdad objetiva, pero lo que de verdad buscaba era manos libres para controlar los escasos periódicos que parecían medianamente díscolos. Con la creación del Consejo Estatal de Medios, se pretende, en el fondo, poder ir más allá, tener siempre a mano el recurso a la mordaza, poder atentar a la libertad de expresión mirando al tendido y mientras se pone cara de proteger la cultura, la infancia y un buen montón de palabras de apariencia igualmente respetable.
Esto, que es absolutamente obvio, para cualquiera que conozca mínimamente el funcionamiento de los medios en una sociedad libre, se nos propone, además, cuando ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo funcionan esta clase de organismos sicarios en aquellas regiones, como Cataluña y Andalucía, que han tenido la desvergüenza de crearlos. En ambos casos, los Consejos de apariencia tan desinteresada han servido para proporcionar una torpe cobertura ética a los deseos de silenciar a sus críticos, para cerrar emisoras, para evitar que los ciudadanos vean, oigan o lean cosas que no resulten agradables a los delicados oídos de su gobernantes.
Resulta especialmente lamentable la pasividad con la que se está recibiendo esta infausta iniciativa por la Asociación de la Prensa, la sumisión que, una vez más, está mostrando el señor González Urbaneja, más preocupado, a lo que parece, por caer bien a los poderosos que por cumplir con su funciones y defender con gallardía el oficio de los periodistas y su libertad, sin la que quedan convertidos en meros voceros de los poderosos.
Este Gobierno no cesa de acosar a los medios libres, porque su afán de control es irrefrenable en todo aquello que no le incumbe, seguramente para compensar su escandalosa incompetencia en lo que le es exigible, además de para satisfacer ese gen totalitario que guía cada uno de sus actos. Dos ejemplos muy recientes lo atestiguan: la multa que el señor Sebastián ha impuesto a este grupo con una excusa realmente peregrina, y la declaración de la ministra Pajín, tan activa en la propagación de las necedades más variadas, reclamando que su departamento revise la información que publican los medios sobre Sanidad. Maestros en la prohibición, y a la busca de coartada, este Gobierno es una amenaza que no cesa para la libertad de todos.

Doña Perfecta

La selección del personal político responde a unos principios un tanto peculiares que hace que puedan ascender, primero en los partidos, y luego en la esfera pública, personajes, cuando menos, de dudoso mérito. Tal es el caso de quien ocupa la Vicepresidencia primera del gobierno, persona que ejemplifica como nadie aquello que se decía de cierta estirpe de fanfarrones, que el mejor negocio sería comprarlos por lo que valen, y venderlos por lo que creen valer.
Esta Vicepresidenta se tiene por todo un lujo político. Afirma ser hija de un supuesto represaliado del franquismo, tal vez para emular a Zapatero, cuyo abuelo hacía, al parecer, de agente doble; sin embargo, don Wenceslao, el padre de esta figura, era uno de los grandes jerarcas del ministerio creado por Girón, y no constan sus servicios a un PSOE que también estaba ligeramente inactivo por esa época, mientras el diligente padre de la vice se ocupaba de enchufarla en el aparato judicial y adiestrarla en los principios intemporales de la cucaña política.
Nuestra heroína entiende que ha tenido que sacrificarse para vencer todos los obstáculos que se oponían al pleno desenvolvimiento de sus excepcionales dotes, lo que explica que, debido al machismo y a la horterada de la pana imperante en el felipismo, no consiguiese pasar de mera secretaria de estado. Esta injusta preterición se terminó en 2004 con su nombramiento como Vicepresienta primera que, sin hacer entera justicia a los méritos que ella estima, la colocó en lugar muy visible, que es lo que importa.
Como es lógico, esta señora trata de ser enormemente responsable, y, pese a las tendencias de su bondadoso corazón, no deja que la desidia y el desánimo que, un tanto absurdamente se están apoderando de la Moncloa, vayan más allá de lo razonable. Consecuentemente, no tolera la menor discrepancia en su entorno, y, al parecer, también pretende que el universo mundo le rinda pleitesía, amén de que la Justicia se ponga a su servicio. Los ceses de sus colaboradores se cuentan por decenas, y siguen siempre el mismo patrón de firmeza y coherencia que ha determinado la destitución fulminante de la directora del CIS, incapaz de detectar en las encuestas el auge electoral del PSOE que la Vicepresidenta pretende ha sabido ver en la realidad de la calle, probablemente cuando sale a ver, o a pagar, si es que lo hace, a sus modistas. Esta clarividencia, unida a su simpatía natural, ha debido servirle, sin duda, para granjearle el afecto de quienes la rodean y su admiración más incondicional.
Algunos acusan a la vice de exhibicionismo modisteril, pero ella piensa estar promocionando la cultura y la modernidad, vieja palabra que no se le cae de la boca. Cree haber comprendido la responsabilidad que le corresponde en la promoción de la industria cultural de la moda, dadas las singulares cualidades personales que la adornan para exhibirla personalmente. Se trata de una responsabilidad que ha podido resultarle muy gravosa, al haber debido consagrarle gran parte de sus menguados ingresos, lo que explicará, seguramente, el abandono en el que se encuentra su domicilio personal en Beneixida, localidad en la que se encuentra empadronada por decreto y no por mera residencia, como el común de los mortales. Claro es que también pudiera influir en ese patético abandono de su lar el hecho de que use para su solaz una señorial residencia, perfectamente protegida de miradas indiscretas, en un paradisíaco lugar, La Huerta del Venado, en las inmediaciones del Real Sitio de la Granja.
Una persona que se tiene por tan superior no gusta, lógicamente, de las injustas críticas con que se ve atacada, aunque ha tenido la suerte de que cierta Justicia excitada por abogados a sueldo del gobierno, haya querido acudir en su auxilio, favorecerla en sus afeites y disimulos. Mañana lunes, dos periodistas de La Gaceta habrán de acudir al juzgado para defenderse de las imputaciones de la doña por haber descubierto las arbitrariedades que necesitó para hacerse pasar por valenciana, para poder vestirse de fallera. Es la veracidad y exactitud de esas informaciones lo que, presumiblemente duele más a esta maestra del fingimiento. Esta persona tan singularmente inadecuada para exhibir la moda femenina como para gobernar en democracia, olvida la vieja sabiduría del refranero según la cual, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Si pretende acallar a los periodistas con una exhibición de la docilidad con la que sus fiscales le bailan las gracias, no lo va a conseguir, como tampoco conseguiría que, si un jurado ad hoc así lo proclamase, los españoles acabasen por admirar su extravagante elegancia o su estupefaciente belleza. Además, para su desgracia, los Jueces de este país todavía no le están completamente sometidos, por mucho que esa insumisión le desagrade. Los españoles debiéramos acostumbrarnos a no temer a la Justicia, y a que no nos amedrenten los aspavientos histéricos de quienes confunden la democracia con el ordeno y mando, con el sumiso acatamiento de su real gana.
Esta pretensión de la Vicepresidenta primera de ser modelo en todo, de ser tenida por Doña Perfecta, no sería otra cosa que una extraña manía si la ejerciese por su medios y a sus expensas, pero utilizar los aparatos del Estado para que tapen sus vergüenzas, es completamente intolerable. Los fiscales tienen, desgraciadamente, mucho trabajo por delante como para que se puedan prestar a judicializar los disgustos de una mandamás cuando se descubren sus tretas censales y la falsedad del domicilio alegado para ser más valenciana que la paella.
Sus artimañas y aparatosas indignaciones son tiquismiquis de quien ha logrado hace muchísimo el ascenso a su nivel de incompetencia, pero ya se sabe que en los partidos españoles es común menospreciar el principio de Peter, más que nada para evitar que se cuele cualquier criterio razonable de idoneidad.

Algo se mueve en Cuba

No me refiero a los Castro ni a sus lacayos que tratan de que no se mueva nada, pero sí me parece que hay signos de que mucha gente esté empezando a decir el ¡basta ya! que corresponde. Tal vez esté impresionado por la noticia de que Almodóvar, Victor Manuel y Ana Belén han firmado una carta pidiendo la libertad de los presos políticos y de conciencia; es un poco tarde, pero nunca lo es del todo, y se trata de tipos con muy buen ojo. Es lo que tiene el sentido de la oportunidad, que sueles llegar a tiempo a las celebraciones, mientras has estado de gira con los quebrantos.

Como lágrimas en la lluvia

La revolución digital está teniendo efectos paradójicos. Tal vez el primero de ellos sea el que se refiere al incómodo papel que están jugando muchos de los grandes mandarines de la cultura y de la información: estaban cómodamente instalados en sus poltronas largando a hora y a deshora contra los conservadores, abogando de modo insistente en pro de las virtudes del cambio, y, de repente… se les hunde el suelo bajo sus píes, les cambia el modo de producción y se descubren sus vergüenzas. Los más honestos de entre ellos, no es que abunden, caen en la cuenta de que defendían el cambio bien entendido, es decir, el que no pudiese afectarles a ellos, y, claro, eso resulta, como mínimo, poco elegante.

Algunos pretenden, todavía, que cualquier forma de producción cultural o informativa deberá subordinarse a sus instrucciones, a su forma de construir el mundo, esto es, a sus intereses y los de sus negocios. Magnates y expertos directores de conciencias ajenas descubren con sorpresa que empieza a configurarse un mundo en el que su papel no está claro, y sus beneficios están francamente oscuros. Llevan años tratando de que sus tradicionales aliados, los gobiernos y los legisladores, inventen algo que les mantenga en ese pasado que nunca imaginaron que fueran a defender, pero las infinitas y arteras maniobras que se emprenden en ese sentido no acaban de cuajar. Les falta imaginación y les sobra codicia.

¿Qué será de nosotros? Se preguntan como si se preocupasen de otra cosa que no fuese su negocio y su poder. No se sabe en qué parará todo esto, pero sí se sabe que los simples mortales, y, entre ellos, los autores, deberíamos propugnar soluciones que favorezcan los intereses en que seguimos creyendo: las libertades de pensamiento y expresión, la circulación de información y opiniones, la creación de lugares de encuentro, la existencia de lugares estables de publicación, la fundación de entidades que garanticen un cierto nivel de calidad y de honestidad, la invención de un futuro a la altura de las posibilidades de las tecnologías digitales. Todo esto nada tiene que ver, absolutamente nada, con los intereses de las viejas industrias del papel, las ondas o las imágenes. Ellas habrán de buscar su lugar al nuevo sol y tal vez lo encuentren, aunque, parafraseando a Philip K. Dick, muchas de ellas se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, porque es hora de morir.


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