Categoría: miedo político
Fútbol y política
Pese a que me temo lejano a la mayoría de sus opiniones políticas, las que conozco y las que imagino, siempre he disfrutado del cine de Ken Loach, bueno, siempre que no haya tocado sufrir, que también sabe hacerlo estupendamente.
Acudí a ver Buscando a Eric, Cantona, por supuesto, porque mi admiración por los cracks del fútbol es indiscernible de la envidia más sana, si es que puede haber algo como eso. Así que cuando vi el comienzo de la película pensé que me había equivocado, pero no, se trata de Cantona y de buen fútbol en vena.
Entre Loach, su guionista, Paul Laverty, y Eric Cantona, han hecho una de las mejores apologías del fútbol que haya visto. El fútbol, como la vida, es lucha, una lucha contra un enemigo artero, todopoderoso y muy hábil, pero una lucha que, aunque en ocasiones parezca imposible, siempre tiene salida y, a veces, lleva al triunfo, e incluso a la gloria.
Un Cantona angelical se convierte en una especie de entrenador personal de un perdedor de libro, un hombre con una vida desecha pero con el fondo de decencia que Loach siempre ve, acertadamente, en las personas humildes, en los derrotados. Eric Bishop, el protagonista, se identifica con el Cantona que siempre quiso y no acertó a ser, y la recuperación de su vida culmina en una magnífica escena coral en que, con Cantona al frente, consigue ganar por goleada a sus fantasmas.
La historia nos muestra que Cantona no solo fue un triunfador, sino un hombre con cabeza, que tiene razón, porque siempre hay salida, aunque, en ocasiones, haya que arriesgar un poco. La vida no siempre es tan bella como en el cuento de Cantona, pero el fútbol, que, según dice Loach, es esperanza, alegría, pena, dolor, decepción, suspense, suplicio y maravilla, nos ofrece un ejemplo cotidiano de que siempre merece la pena luchar por ella, por hacerla realmente hermosa. Ken Loach rinde homenaje a la amistad, a la solidaridad, al valor de los débiles, y golpea con humor y saña el individualismo de los abusones, de los que viven de la trampa y del miedo, porque cree que, con valor, astucia y la ayuda de los amigos, siempre se puede ganar a cualquiera, como en el fútbol.
Miedo al miedo
El añorado Adolfo Suárez hizo famosa la consigna, tomada de Roosevelt, de que no había que tener “miedo al miedo”; me parece, que, aunque la consigna, con su fondo de esperanza cristiana, sirva para siempre, es muy valiosa ahora. Entre nosotros se extienden muy variados temores y hay que saber que tras la tempestad viene la calma. Tememos al paro, a la crisis, a un gobierno incapaz y desnortado, a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, al agonismo de nuestra política, a la nueva gripe, y a un centón de cosas más. Hay que desechar el miedo porque, de tejas abajo, hoy es siempre todavía, y tenemos la obligación de afrontar las consecuencias de nuestros errores con experiencia, esperanza y valor.
Hemos perdido la ilusión en el proyecto político de la transición, sobre todo porque una parte, actualmente dominante, de la izquierda, y la práctica totalidad de los nacionalismos, han soportado muy mal la comprobación de que se pueda gobernar sin ellos. Tendrán que volver sobre sus pasos.
El régimen democrático, más de treinta años después de su consagración constitucional, sigue padeciendo atentados terroristas y deslealtades sin cuento; algunos no han aprendido la lección de que no es posible tenerlo todo y se empeñan puerilmente en imponernos sus caprichos y jeribeques. Son muchos los que no han aprendido a aceptar que sus derechos, y, más aún, sus deseos o sus caprichos, sí tienen límites. También pudimos pensar que ese nuevo programa traería bienestar y riqueza, por unos años lo creímos a fondo, y ahora nos encontramos con que no es oro todo lo que reluce, con que hemos de rehacer con esfuerzo, renuncias a privilegios, imaginación y generosidad una economía que no es que se haya desajustado sino que ya ha dado de sí todo cuanto podía dar.
Nuestro desengaño puede conducir a la madurez si no nos dejamos llevar por el derrotismo y la melancolía. La responsabilidad de cada cual es distinta en esta tesitura, pero es muy grande la de todos. Los españoles debemos aprender a defender lo que queremos, sin miedo alguno a oponernos, de acuerdo con las reglas pactadas, a quienes quieren lo contrario. Estos días se han oído cosas realmente tremendas a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional. Uno de los chistes del gran Ramón lo recordaba recientemente de modo magistral: parece como si el problema no fuese la constitucionalidad del Estatuto sino la estatuidad de la Constitución. Ahora, los que se ven en lo peor, hablan de renegociar un pacto de Cataluña con España, lo que, hoy por hoy, constituye un imposible lógico y constitucional. Es muy probable que la Constitución deba ser reformada, pero por todos, no solo por Carod y Zapatero. Ello exigirá un nuevo gobierno y hay formas de lograrlo.
[Publicado en Gaceta de los negocios]
La insostenible sostenibilidad
A poco se haya reflexionado sobre el lenguaje, se cae en la cuenta de que, cuando el uso de un término se hace extremadamente frecuente, resulta inevitable que comporte una dosis intolerable de equivocidad. Sin embargo, como las palabras no sirven solo para ayudarnos a pensar, sino que poseen otras muchas y maravillosas propiedades, se podría decir que lo que un término pierda en el nivel semántico (es decir, que ya no se sepa bien qué significa), lo acabará ganando en el nivel pragmático (es decir, que nos permita saber mejor quién es el que lo está usando y porqué lo hace).
Los que hayan resistido este pedante primer párrafo, se asombrarán ahora de que todo ello sirva para hablar de ZP, un personaje público al que no se le cae de la boca el término sostenibilidad. Ante la insoportable facundia zetapera, me parece que apenas solo caben dos actitudes básicas: el arrobo de los que profesan una imperecedera identificación con el verbo presidencial, y el estupor de los que se preguntan hasta dónde podrá llegar semejante fenómeno. Pero, en fin, pelillos a la mar: vamos a preguntarnos qué demonio podría querer decir ZP con lo de, por ejemplo, turismo sostenible o economía sostenible, aunque se advierta por adelantado que no quiere decir nada, que se limita a congregar a sus fieles como cuando el pastor silba, o el ama de casa rural convocaba a sus gallinas a la pitanza con cualquier especie de mantra.
No es que sostenibilidad sea un término que no diga nada, es que no puede decir nada. Yo ya sé que esto de que un término no pueda decir lo que se supone que dice, molesta a los infinitos seguidores de Humpty Dumpty, a los que anhelan vivir en algo como el Ingsoc orwelliano e, incluso, a muchísimas gentes cándidas y de buenísima voluntad que piensan que el reino de las palabras no puede tener ni reglas ni secretos, que no necesitamos ingenieros, porque nos sobra con los poetas.
Si sostenible pudiese decir algo referido al futuro eso querría decir que somos capaces de saber ahora lo que sucederá en cualquier luego posible, cosa que solo los muy tontos se atreverían a dar por cierto. Si, por tanto, no resulta posible saber con certeza lo que será y lo que no será, no podremos saber lo que resultará sostenible y lo que no. Como decía William Blake, el poeta inglés, solo podemos saber lo que resulta suficiente cuando aprendemos por propia experiencia lo que es demasiado. No hay duda de que hemos aprendido que hay que ser prudentes con el medio ambiente, pero eso no quiere decir que tengamos ninguna especie de método para averiguar lo que resultará sostenible y lo que no lo será, como no tenemos ningún sistema para predecir con absoluta certeza si un negocio será un éxito o un fracaso, lo que es una verdadera lástima porque, si lo tuviésemos, podríamos ser todos millonarios, lo que no estaría nada mal, si no fuese casi una contradicción en los términos.
El caso es que la palabra sostenibilidad, que es lógicamente insostenible, que realmente no quiere decir nada, ha tenido el éxito que siempre tienen todas las palabras que producen miedo, esas palabras que usan los políticos que temen a la libertad para amedrentar a las graciosas y juguetonas gacelas con la amenaza de una jauría de leones, de los que, aunque casi nadie los haya visto nunca, solo ellos podrán defendernos. No nos extrañemos, por lo tanto, cuando el mismo gobierno que quiere poner inspectores de igualdad, pretenda crear los inspectores de sostenibilidad: entonces sí nos enteraremos de lo que es la insostenibilidad, pero a lo mejor es algo tarde.