El país de charanga y pandereta

Tras unos años en que los españoles parecíamos poder contar con una imagen renovada de nosotros mismos, con haber alcanzado, por fin, el sueño de una normalidad pacífica y dinámica, se vuelven a multiplicar los síntomas de que en estas últimas décadas hemos cometido algún error de fondo. 

Con la democracia los españoles aprendimos idiomas, empezamos a estudiar fuera y a trabajar en multinacionales; empezamos a tener motivos de orgullo distintos a las victorias del Madrid, del Barça o de los sucesivos éxitos de Santana, Ballesteros u Alonso. Teníamos alguna multinacional importante, nuestra Banca parecía hacerlo muy bien y nuestras escuelas de negocios competían con las mejores. Habíamos entrado en la Unión Europea y Felipe González parecía haber hecho un gran trabajo modernizando la izquierda española. Aznar, con sus luces y sus sombras, trató de escenificar ese estado de ánimo colectivo tratando de tú a tú al presidente americano, pero su intento se saldó con un doloroso fracaso.  En pleno debate sobre si abrirse al mundo o recogerse en torno al campanario,  recibimos un golpe brutal: los atentados de Madrid, el suceso más trágico que nunca haya vivido la capital española, fue leído subliminalmente como el Stop definitivo a cualquier intento de asomarse al exterior.

Como el nivel de vida alcanzado parecía suficiente, España se retiró psicológicamente de cualquier escenario y nos dedicamos, con Zapatero a la cabeza, a dispensar buena conciencia, que es barato y no implica ningún riesgo porque nadie te toma en serio. Es decir, tratamos de asumir el papel de Quijote con la valentía y la oratoria de Sancho, una trayectoria que nos ha llevado a varios ridículos espantosos que se pueden simbolizar bien en el esperpento de la cúpula de Barceló, con sus grietas y todo. Y entonces apareció la crisis, esa debacle tan anunciada como postergada, pero que empezó sirviendo como telón de fondo para mostrar la insaciable maldad de la derecha que pretendía hablar de ella en la campaña electoral pretendiendo mancillar los cuatro años triunfales del talante.

¿Qué nos dice nuestro Gobierno? Que la crisis pasará, que no nos preocupemos y que sigamos gastando sin miedo, que pongamos las bombillas de Sebastián y que compremos productos nacionales, tan españoles como Pepiño, por ejemplo.

La receta política de esta izquierda es para llorar y debería avergonzar especialmente a los que se identificaron con Felipe González, que supo fajarse con circunstancias bien adversas. Como no saben si apuntarse del todo al fin del capitalismo, que al fin y al cabo no les trata demasiado mal, se refugian en el íntimo jardín de su moralidad y se dedican a tronar contra la avaricia y el despilfarro de los demás, mientras, como buenas hormigas, siguen trabajando por su futuro y consiguen que el número de los funcionarios supere los tres millones, y eso sin contar a los que viven del maná de diversas empresas públicas, tan abundantes como ineficientes o a los que van a lucrarse con los 8.000 millones que han espolvoreado por los municipios  a ver qué pasa.

Nadie parece darse cuenta de que no podemos seguir viviendo exclusivamente de la abundancia ajena, de que algo tendremos que ofrecer a los demás en el mercado del mundo porque nuestros productos tradicionales dan muestra de agotamiento. La solución tampoco puede ser hacernos a todos funcionarios, aunque en Extremadura ya han superado con largueza la cuota del treinta por ciento. 

El personal, mientras tanto, se refugia en los placeres domésticos  porque aún queda algo de gasolina, y prosigue incansable  su proceso de formación continua a través de los magníficos espacios educativos que todas las teles dedican a alimentar su espíritu crítico de la manera más adecuada y generosa, bien sea discutiendo moderadamente de fútbol o asistiendo en directo a sesiones de antropología sexo-cultural, versión jóvenes de buen ver. Los jueces se dedican a juzgar la maldad de Israel mientras las industrias de armamento les venden armas que no perjudican a los palestinos; los del Supremo anuncian chapuceramente sentencias que todavía no han escrito, aunque tienen la delicadeza de adelantárselo a la ministra del ramo para que no se inquiete, y algunos periódicos se dedican a pasar publicidad pagada sobre diversos escándalos como si fueran noticias.

El sistema nos invita a vivir en una orgía de moralidad y desapego de lo material, aunque siempre encontramos que la culpa de todo está en otra parte. La terapia nos recomienda el quietismo, el convencimiento de que nada de lo que se haga será útil porque la solución, como dicen que ha pasado con el problema, nos tendrá que venir de fuera.

Esta es la España de charanga y pandereta de 2009, con un bajísimo nivel de autocrítica, con un déficit cultural y educativo cada vez más alarmante, con una gran cantidad de gente  que actúa sin criterio, sin iniciativa y sin interés, con un número exageradamente alto de personas dispuestas a que se les resuelva su problema sin hacer nada por su parte, con un distanciamiento cada vez mayor entre la realidad,  la política y un elemental buen sentido. Tal vez sea necesario que volvamos a pasar hambre e inseguridad en grandes dosis para que nos demos cuenta de que se puede soportar alguna mentira, pero que es imposible vivir en un país en que casi todo está montado sobre la ficción, en que nada es lo que debiera ser. 

Todavía estamos a tiempo de tirar la pandereta por la ventana y de ponernos a trabajar: a muchos nos gusta.  Aún estamos a tiempo de jubilar a los políticos que nos engañan de manera miserable, y están por todas partes. No es imposible desmontar muchas de las mafias y mentiras que se han adueñado de instituciones que merecerían respeto. Decía el poeta que hoy es siempre todavía. Basta ya de querer parecerse a Obama, pongámonos simplemente a ser mejores, a ser más valientes, a decir con tranquilidad lo que pensamos. 

[publicado en El estado del derecho]

Sin multas no hay Paraíso

En Barcelona, como en casi todas partes, el tráfico disminuye pero las multas crecen. Esta relación anti-simétrica debería hacernos pensar. Los ayuntamientos son ingeniosos y desafían de continuo al buen sentido que, como ha demostrado la historia de la ciencia, conduce a muchos errores, es decir que los ayuntamientos parecen proceder conforme al método científico. Me temo, no obstante, que no sea el caso. Los ayuntamientos crecen cuando la ciudad crece, pero cuando las cosas decrecen, los ayuntamientos, que son un gran invento, tienen que seguir creciendo.  Así, por ejemplo, a menos tráfico, más multas, a menos actividad, más impuestos, a menos empleo, más funcionarios, a menos productividad, más controles. Se trata de la misma lógica perversa que explica la insensibilidad de los políticos hacia el gasto suntuario: cuando los ciudadanos se tienen que apretar el cinturón, los políticos contratan un decorador más caro o mejoran el blindaje de sus autos. Así, dan ejemplo de optimismo que ya se sabe que es la mejor manera de salir de la crisis.

Los ayuntamientos no pueden cejar en su lógica porque se acabarían derrumbando. Su misión es hacernos más felices y no van a vacilar por una dificultad pasajera en su incesante aumento del gasto. La limitación de los impuestos es que son proporcionales a lo que gravan (un fallo imperdonable en su diseño), mientras que las multas, a Dios gracias, presentan un amplísimo margen para la creatividad de los diligentes funcionarios municipales.

No conozco los datos de Madrid al respecto, pero me temo que no sean muy distintos. Sí puedo apuntar un detalle interesante: los tipos de interés que se pagan por los retrasos en las multas son realmente espectaculares, si se comparan con otros municipios menos imaginativos. Me parece lógico: no se puede cobrar a lo chico cuando se es una ciudad grande. Además, ahora que Obama nos acaba de birlar la Olimpiada para dársela a Chicago, algo habrá que inventar para no renunciar al Paraíso. 

[Publicado en Gaceta de los Negocios]

Síntomas de descomposición

Es muy difícil no ser pesimista en la España de finales de 2008. La situación es endemoniadamente mala, se mire como se mire. España, en su conjunto, cae en picado mientras buena parte de sus dirigentes siguen yendo a los toros, por decir algo, como si aquí no pasase nada. Hay gobernantes que siguen tirando del presupuesto con una irresponsabilidad digna de las peores camarillas de nuestra historia. El país real se está empobreciendo por minutos, pero determinados sujetos que siguen gastando alegremente el dinero que ya no tenemos. El presidente del Gobierno acaba de pactar los presupuestos más irresponsables de la historia de la democracia, mientras se dedica en cuerpo y alma a procurarse un lugar en una cumbre en la que no van a faltar, precisamente, los irresponsables. 

El partido que se supone habría de ser alternativa a este estado de cosas está sumido en una especie de marasmo, y sus socios, los pocos que le quedan, aprovechan la ocasión para chulearle sin el menor respeto. Un juez famoso anda desafiando al universo mundo para arreglar, cueste lo que cueste y va a costar un pico, un pleito de hace más de cincuenta años, cuyos protagonistas principales están debida e inexorablemente muertos. Un alcalde del Sur anda en los juzgados por decir cosas del Rey que al parecer no debería decir, pero que mucha gente cree a pies juntillas. 

No creo que haya habido una situación tan complicada como esta en lo que va de democracia. Los apoyos del partido en el Gobierno son absolutamente coyunturales y se perderán, sin la menor duda, en cualquier momento, pese a la reconocida habilidad de los dirigentes del PSOE para caminar sobre el filo de una navaja. La economía está en una situación de auténtico disparate, con el PIB en caída libre. Si los pronósticos más pesimistas se cumplen, la Unión Europea puede sufrir un auténtico calvario debido a su exposición a la crisis de las monedas de países emergentes, y tendrá que pensarse muy mucho qué puede y debe hacer. Con una deuda como la española, ya hay quienes no se recatan de pronosticar un futuro no muy lejano sin el paraguas del euro. No sigo, porque no conviene fatigar con exceso de consideraciones lo que todos padecemos y sabemos, pues, como decía Don Quijote, “le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”. 

¿Qué se nos ofrece para oponer a toda esa caterva de males? El Gobierno nos dice que la cosa no es para tanto y que, más o menos, se arreglará sola y estaremos de nuevo, más pronto que tarde, en el mejor y más feliz de los mundos, dando lecciones a diestro y siniestro y sorprendiendo con nuestros esplendores, premios y argumentos. La mayoría de los españoles sabe que eso no es verdad, que nunca lo ha sido, pero está empezando a sobrellevar con paciencia cubana las tonterías irresponsables de unos dirigentes que nadie parece capaz de remover. Se pierde así, muy poco a poco, pero de modo incesante, la fe y la esperanza en la democracia. Si la democracia no es capaz de animar a que sepamos enfrentarnos valientemente con las verdades tan penosas que nos van a atosigar en los próximos años, si no hay nadie que nos anuncie esperanza después de pasar por sangre, por sudor y por lágrimas, entonces la democracia no está sabiendo cumplir con sus obligaciones. No podemos echar la culpa de esto a nadie, solo a nosotros mismos. 

La sociedad española no está acostumbrada a poner manos a la obra y los gobiernos irresponsables la alientan al quietismo y a la esperanza boba. Son muchos años de decepciones los que llevan a los mejores a huir de la política y a refugiarse en los negocios, en la vida privada. Sin embargo, hemos llegado a un momento en el que, al contrario de lo que se nos dice a todas horas, la irresponsabilidad de los políticos puede terminar por arruinar del todo la posibilidad misma de trabajar, de crear, de hacer negocios y de vivir, más o menos descansadamente, en la vida privada. 

Los españoles ni deben pedir responsabilidades a Bush ni, por lo demás, podrían hacerlo; pero sí pueden pedir responsabilidades a quienes, con el cuento de que nos representan, no saben hacer otra cosa que vivir de manera irresponsable y echar la culpa al maestro armero. Hace falta toda una nueva leva de gente dispuesta a hacer bien lo que estamos haciendo mal, dispuesta a forzar a los partidos a tomarse en serio su misión, dispuesta a acabar con las ceremonias de la confusión en las que es tan experto el líder indiscutido de la alianza de las civilizaciones, el hombre que nos gobierna en los ratos libres que le dejan sus altísimas ocupaciones universales.

 Sé que muchos pensarán que es utópico esperar que se arregle nada al margen de los que tienen la sartén por el mango, pero la verdad es que la tienen únicamente porque les dejamos, porque consentimos sus abusos y sus desplantes con paciencia franciscana. Algo habrá que hacer, porque esta descomposición no va a pararse de milagro.

[Publicado en elconfidencial 301008]

La crisis y los políticos

Son pocas, o tal vez no tan pocas, las ocasiones en las que los escribidores de ocasión, como el que suscribe, sienten con fuerza el deseo de haber escrito algo que acaban de leer. Es lo que me ha ocurrido con este excelente artículo de S. Mc Coy, un señor al que no tengo el gusto de conocer, es decir, no sé ni quién se oculta tras esa firma que parece un seudónimo, pero al que leo siempre que escribe en elconfidencial.com. Su artículo de hoy me parece perfecto de la cruz a la raya y se lo recomiendo vivamente para contribuir a ajustar su objetivo en la foto que están haciendo de la situación. Me atreveré  a añadir únicamente una consideración adicional: el hecho de que los políticos sean tan hábiles al escurrir sus responsabilidades en los desaguisados y que puedan presentarse como los salvadores de algo que se ha estropeado pese a su voluntad, cuando no es, obviamente, el caso, es solo un reflejo de lo que pasa con nosotros mismos. Al fin y al cabo, los políticos nos representan, son como nosotros, se nos parecen cada vez más, y no van a dejar que pase en vano la ocasión de brillar en el bello y salutífero deporte de buscar un chivo expiatorio (el mejor amigo del hombre, como dice Carlos Rodríguez Braun),  para quedar limpios de polvo y paja y presentarse a la siguiente elección con un expediente brillante, impoluto. Y nosotros les premiaremos por haber sido tan hábiles como para arruinarnos y pasar factura con nuevos impuestos. Por eso, lo que decía Mark Twain de los banqueros, el tipo que te deja un paraguas cuando hace sol y te lo retira cuando amenaza lluvia, vale también para los políticos que, al sabernos más pobres, van a subirnos los impuestos para ayudarnos a salir de la crisis. ¿Cómo podríamos vivir sin unos tipos tan creativos, como Sarkozy o Zapatero, capaces de defender hoy lo que negarán solemnemente mañana? Menos mal que se ocupan de nosotros. 

Zapatero y el franquismo

Si la política se define como el arte de gobernar la nave del Estado para conseguir llevarla a puerto y sortear las amenazas que se oponen al bienestar de los ciudadanos, hay que decir que los españoles llevamos una buena temporada sin política. Por el contrario, si la política se define, de manera maquiavélica, como el arte de conquistar y mantener el poder, nuestra situación es distinta.Zapatero alcanza una alta calificación como individuo capaz de mantenerse en equilibrio en una situación tormentosa. El beneficio de esas habilidades, no obstante, recae únicamente en su cuenta particular de resultados, porque de tales contorsiones y regates nada se obtiene para el bien común.

 

Gobernar mirando al corto plazo es receta que ha tenido éxito en España desde siempre, Franco incluido. La gran excepción a esa regla fue el Gobierno de la Transición, y ello porque el libreto era innegociable: o democracia o desastre. Luego, Felipe González intentó mantener una visión estratégica, aunque fue finalmente derrotado por el día a día. Aznar tuvo también ambición estratégica, pero le perdieron los malos cálculos, la ignorancia de los defectos de los españoles y el enorme equívoco de creer que su fiabilidad era tal que nunca los españoles iban a dudar de su palabra. De modo que Zapatero ha aprendido la lección de los fracasos ajenos -no en vano su gran escuela han sido los largos años de banquillo anónimo pasados en la Carrera de San Jerónimo-, y está dispuesto a no dar un solo mal paso, en especial tras el rotundo fracaso cosechado por su endeble plan de paz para acabar con el terrorismo.

 

Nuestro Presidente parece estar escuchando directamente a Franco: “haga lo que yo, no se meta en política”. Por inapropiada que pueda parecer la comparación a los puristas, la analogía no está fuera de lugar. Del mismo modo que Franco tenía un enemigo externo (el comunismo), Zapatero se ha fabricado el suyo con paciencia y habilidad desde que, muy astutamente, decidió no levantarse al paso de la bandera americana. Ese enemigo externo tiene un correlato interno, como también lo tenía para Franco el comunismo, y que resulta casi tan patéticamente impotente como aquel lo fue. De darle aire a ese enemigo interior se encarga el departamento de Agitación y Propaganda del PSOE, o sea Pepiño y Leire, acompañados, cuando la ocasión lo requiere, por esa especie de ministro de Información, Turismo y Moda que es la señora vicepresidenta.

 

Apuraré la analogía: Franco pensaba que los españoles le perdonarían todo con tal de que viviesen mejor y alejase de ellos el fantasma de la pobreza y la guerra. Eso es precisamente lo que promete Zapatero: que los españoles no tienen motivo para alarmarse, pese a las barrabasadas económicas de Bush, porque vivimos en la economía más sólida del mundo (un poco menos sólida que hace cinco años, pero eso es lo de menos) y nunca vamos a tener que coger el fusil para nada, puesto que hasta nuestros militares se han convertido ya en una especie de asesores de paz por donde quiera que van.

 

Instalado en estos presupuestos, Zapatero puede dedicarse a sestear (cosa que parece gustarle, como a Franco) hasta que el panorama sea menos sombrío y las pérfidas fuerzas económicas del capitalismo (otra bestia negra en el ideario de Franco) decidan que, pelillos a la mar, cuarenta millones de clientes dispuestos a gastar y consumir bien valen una Misa. Es evidente que la tramoya ideológica y las liturgias de ambos regímenes son distintas, que hemos pasado de celebrar el día de la Inmaculada a tirar la casa por la ventana el Día del Orgullo Gay, pero eso no afecta al tratamiento maquiavélico del caso.

 

Como se supone que ahora estamos en una democracia, cosa que no sucedía ni por asomo cuando Franco, la pregunta que hay que hacer es: ¿a qué debería dedicarse la oposición? Háganse esa pregunta y caerán en un estado de asombro inagotable. Resulta que la oposición a Zapatero parece haber renunciado a morder para obtener el certificado de buena conducta que otorga la Comisaría de Orden Público que dirige Pepiño. La oposición no se desanima fácilmente y, aunque el organismo correspondiente persiste en su negativa, está dispuesta a portarse cada vez mejor, confiando en el buen criterio del Comisario. Si a esto se añade el carácter pastueño de gran parte del empresariado hispano, siempre dispuesto a hacer favores al Gobierno, el orden público está garantizado en la España de Zapatero.

 

En lugar de jugar a fondo una baza ideológica nítidamente distinta, la muy leal oposición está dispuesta a heredar la finca por desahucio de Zapatero en cuanto la crisis se haga  insoportable para el personal. No caerá esa breva, y no caerá porque, dadas las premisas, el ganador siempre será el mismo. La única solución para derrotar a Zapatero es extender entre los españoles los hábitos morales y discursivos de una democracia liberal, algo que nada tiene que ver con el franquismo sociológico y el conformismo moral que usufructúa Zapatero. Otros lo están haciendo y obtendrán su premio.

 

Publicado en  elconfidencial.com  el 10 de octubre de 2008

Suficiente, demasiado y Garzón

Creo que es Dyson el que cita una frase de William Blake que me viene muy frecuentemente a la memoria: solo se puede saber lo que es suficiente cuando se sabe lo que es demasiado. Es lo malo de no poseer la ciencia del bien y del mal, que en muchas cosas hay que ir probando y a veces se produce el desastre. Me parece que esa sabiduría romántica es aplicable a la primera capa de crisis de las tres que estamos sufriendo en España y, tal vez, a las otras dos.  Nosotros estamos empezando a asustarnos de la crisis financiera, pero, para cuando escampe, si es que escampa, nos esperan dos crisis made in Spain, la del ladrillo y la de la baja productividad. En los dos primeros casos, el globo se ha ido hinchando y parecía que no iba a pinchar nunca, aunque un teorema muy conocido dice que los globos siempre acaban pinchando.

No es que me apetezca disculpar la voracidad de los agentes financieros, pero la verdad es que tiendo a ponerme de su parte, y mira que son canallas, cuando escucho las críticas hipócritas de los moralistas de oficio que se aprestan a zaherir los excesos ajenos sin preguntarse por los defectos propios. Porque, además de las responsabilidades de unos pocos, que las hay, sin duda, están también las de todos los demás, las de todos nosotros, los que vivimos en burbujas de distinto porte pero enteramente insoportables si se mira con detenimiento: el funcionario que no hace nada útil, el investigador que se limita a leer la prensa y el BOE, el hostelero que sube los precios antes que nadie porque parece que la cosa aguanta y un sinfín de pajarracos más. Esta sí que es una verdad incómoda y no las de Al Gore, que podría muy bien encabezar la lista anterior.

En España todos queremos estar por encima del bien y del mal. Sabemos siempre cómo habría que arreglar este mundo, es decir, cómo habría que hacer las cosas para que nosotros estuviésemos al frente y el resto a la orden. Como Garzón, por ejemplo, que, aunque aparentemente nos caiga muy mal, es, sin duda alguna, lo que tantos españoles querrían ser aunque no se atreven a intentarlo. Por eso es admirable que este chico de Jaén lo haya conseguido. Garzón es un personaje que no se anda con chiquitas, un tipo que,  como ha dicho brillantemente Gustavo Bueno, tiene complejo de Jesucristo, esto es, afición y poder para juzgar a los vivos y a los muertos. Es la situación ideal: Yo, El Supremo, y frente a mi todos los demás. Yo, Garzón, soy la ley y los profetas. Tengo todos los poderes en mi mano: el legislativo, el judicial, el ejecutivo, el mediático y el sobrenatural.

¿Cómo no vamos a envidiar a un tipo así? Nuestro Juez Campeador desconoce absolutamente  la diferencia entre suficiente y demasiado porque  nadie la hace a él la planilla y demasiado sabe que lo de las jurisdicciones es cosas de amigos y favores que a él, al parecer, le sobran.  A Garzón se le escapó Pinochet porque los ingleses son un poco hipócritas, pero a Franco lo tiene trincado y esto no es más que el comienzo. ¡Temblad malvados!

(artículo publicado en www.elestadodelderecho.com)


Garantiza que algo queda

Los gobiernos han descubierto que lo suyo es garantizar y se han puesto a ello en una curiosa carrera por ver quién garantiza más. Nuestro simpar líder no se ha quedado corto y ha puesto el listón en los 100.000 euritos que no están mal, para empezar. A mí, que ni soy economista ni, para mi desgracia, necesito que me garanticen esos depósitos, se me ocurre preguntar en porqué no garantizan más, a ver qué pasa. En realidad los gobiernos siempre se dedican a garantizar y lo que siempre garantizan es que les vamos a pagar en la medida en que nos lo pidan. No hay competencia que valga en cuanto se trata de Hacienda, cosa que se trata de disimular con aquel lema piadoso que dice que Hacienda somos todos. Pues menos mal, porque si solo llegan a ser unos pocos, vaya un negocio que tendrían montado.

Me temo, por tanto, que lo que están garantizando estos garantes es que nos van a sacar el dinero con la rara eficacia que suelen emplear en esta tarea. Es curioso que el mundo respire tranquilo con esta clase de promesas.  El paso siguiente podría ser poner una renta universal, que es una cosa que hace mucho tilín a los progres porque suena a muy justa y muy equitativa. Que nadie se quede sin renta, del mismo modo que nadie se va a quedar sin garantías y el que salga el último que apague la luz. 

Da gusto ver a los gobiernos entregados a cuidar de su grey, sin reparar en gastos. Queda mucha gente que sigue creyendo que esto de los poderes públicos consiste en darle a la manivela de la maquinita del dinero y no acaban de entender las razones para ser tan rácanos. Es gente beatífica que lo mismo te ayuda si te ve tumbado, sufriendo y solo a la vera de un camino, o sea que no hay que molestarse en criticar sus sentimientos, porque de ellos va a ser el reino de los cielos, mientras que los que andamos preocupados del dinero de bolsillo podemos tener problemas con San Pedro, al menos eso dicen los de la teología de la liberación. 

¡Qué fácil sería conseguir el Paraíso en la tierra a nada que los gobiernos dejaran de ser rácanos y garantizasen lo que es debido! Menos mal que el nuestro ha puesto manos a la tarea con la alianza de civilizaciones y las leyes progresistas que garantizan casi todo. El que se queje es un bicho raro y tiene un poquito de mala sangre. 

Esta situación de emergencia es ideal para la buena gente de izquierda: la culpa la tienen los malos, o sea Bush y los despiadados capitalistas, la solución está en las manos de los gobiernos amigos del gasto, que son los que más dejan a la parroquia, y el público tiene miedo y tiene que refugiarse en quién sea, en el mismísimo Pepiño si la cosa se sigue poniendo gris. ¡Ya era hora de que se les cayera el antifaz a los liberales! Esto está en el bote.