Miles gloriosus

Entre nosotros, cabe suponer que la relativa inmunidad de que goza la figura del miles gloriosus se debe a la tradición ensalzadora del arquetipo quijotesco. Es decir, que tendemos a disculpar a las gentes que proclaman la excelsitud de sus fines y principios, de manera que se nos escapan vivos una buena multitud de fantasmas, fanfarrones y meros gilipollas. El enaltecimiento del Quijote tiende a ocultar, entre otras cosas, el privilegio de que gozan en España los infinitos Sanchos, perezosos, oportunistas, cobardes y aduladores, que, por añadidura, carecen del buen sentido del pobre Sancho literario. Son estos, precisamente, los que derraman abundante baba ante las enormidades de sus héroes de pacotilla, de nuestros soldados fanfarrones.

Don Quijote recomendaba llaneza, pero esa extraña virtud es enteramente impropia de charlatanes y timadores. Aquí empieza a ser desgraciadamente corriente el éxito del mentiroso -cuanto más mentiroso, más triunfador-, y del fanfarrón que proclama una cosa en su cuartel y se achica cuando sale fuera, con la disculpa de la educación o con cualquier otra bagatela.

Me fijaré en tres sucesos recientes que ilustran a la perfección el ridículo papel de nuestros valentones. Con motivo de un gasto seguramente excesivo y, desde luego, impropio de cualquier nación sensata, nuestro rumboso Gobierno le ha dado un pastizal a un artista de renombre para que decore una cúpula de las Naciones Unidas en Ginebra. El más elemental de los análisis indicaría que puesto que la cúpula es de la ONU debiera pagarla la ONU, de manera que España tendría que haberse abstenido de cualquier acción unilateral, incluso en el caso de haberse movido para que fuese un artista español quien perpetrase el asunto.

Tal vez es que el artista no sea tan bueno como para arriesgarse a un concurso y un pago a escote, pero no soy de Estética, así que abandono el campo. En cualquier caso, lo que ha sucedido es que nuestro miles gloriosusde turno, en este caso el señor Moratinos (que siempre da una nota alta en este papel tan difícil), ha declarado que preocuparse por el costo y por la forma de pago es cosa indigna porque la obra es “la capilla Sixtina del siglo XXI”. Picos, palas y azadones, tres millones, pero, al menos, el autor de la frase inmortal había ganado algunas batallas de las de verdad.

El segundo episodio de nuestra gloriosa milicia tiene que ver con la preparación del discurso zapateresco en la cumbre de Washington. Ha sido cosa de oír a Pepiño y a Caldera y a las televisiones amigas en las preparatorias del evento. Bush, lo sé de buena tinta, temblaba en el despacho oval con solo imaginarse la bronca, pero una vez en Washington, la presencia paralizadora de Solbes ha dejado al titular reducido a un saludador de oficio, a un buen chico que aplaude con los demás. Sin embargo, a la vuelta a casa, han regresado las baladronadas y Sebastián, el ministro de las bombillas de bajo consumo pero nada baratas, ha vuelto a poner a Bush, y de paso a Reagan, de vuelta y media. ¡Pobre Bush, con lo poca cosa que es y encima esta despedida de la Casa Blanca!

Otro episodio que mueve a recordar al figurón de Plauto ha sido el de la muerte de dos de nuestros soldados dejados de la mano de Dios en las montañas afganas. Nuestros diputados han pensado que este asunto no es propio de su valor y han decidido despachar con una asistencia miserable las explicaciones de la lloriqueante ministra. Si hubiesen muerto dos bomberos, o dos cualesquiera, el pleno habría rebosado en sentido de responsabilidad, en exigencias varias. Pero son solo dos soldados que al parecer no tienen nada que ver con la Nación que dicen representar algunos diputados, aquellos que se acaban comportando como desean que lo hagan los teóricamente pocos que niegan que la tal nación exista.

La muerte de soldados españoles en una guerra lejana mueve, todo lo más, a estos sedicentes diputados a condenar el atentado terrorista con la plantilla que al efecto existe a disposición de sus señorías en esa Casa. Ni uno solo ha tenido la vergüenza y la dignidad de decir la verdad a sus representados: que estamos en una guerra que quieren ocultar, una guerra que les asusta y a la que enviamos algunos restos de antiguas noblezas con un buen número de personas cazadas a lazo. No, ellos son también miles gloriosus y solo hablan de hazañas mayores: de si los cernícalos de Caudete están debidamente protegidos o de si se ha provisto adecuadamente la plaza de veterinario titular en el pueblo en el que reside su hermana (que seguramente aspirará a casarse con el que la disfrute).

No tenemos quien se ría lo suficiente de estas recuas de miles gloriosus que se burlan de nosotros con retóricas que anestesian a mayorías fáciles. Por ejemplo, la de la trasparencia de lo público, reclamada en Washington para el universo mundo, y hábilmente negada en Madrid para que no lo pasen mal nuestros buenos amigos de la banca pública o privada, que da lo mismo, por supuesto.

[publicado en elconfidencial.com]

Las tribulaciones de un Obama español

Sea cual fuere la idea que tengamos de Obama, y sin ninguna intención de incurrir en hagiografías, es interesante preguntarse si sería posible que en España se diese un caso similar. Para los que quieran ahorrarse los argumentos, la respuesta es muy simple: no. ¿Cuáles son las razones que lo hacen impensable?

En primer lugar, Obama ha vencido al aparato de su partido comenzando desde abajo. Aquí, no se olvide que somos una monarquía, todo está atado y bien atado; Felipe apoyaba a Zapatero y Aznar impuso a Rajoy con los felices resultados que están a la vista de todos. Lo último que quiere perder un monarca es la capacidad de designar heredero, de manera que los out-siders ya pueden ir pensando en cultivar sus vocaciones alternativas porque aquí no pasarán. No es una maldición eterna, pero es un vicio difícil de erradicar y que sería muy conveniente superar, pero no interesa a los happy few que dirigen el cotarro que, a este respecto, son franquistas sin excepción: dejarlo todo bien atado es una de sus dedicaciones favoritas.

Obama es un personaje enormemente brillante, tiene un excelente curriculum académico (fue director de la Harvard Law Review, un puesto que no se regala), es un gran orador y, en principio, no esconde sus valores. Sería muy raro que un personaje con esas características pasase aquí de concejal, en el extraño caso de que hubiese decidido dedicarse a la política y no estuviese ocupado en menesteres privados de más interés, fiabilidad y prestigio. La política lleva unos años haciendo una selección endogámica y cutre de sus protagonistas, premiando al mediocre que siempre aplaude, y eso, al final, lo acabamos pagando todos. Tampoco es un mal sin remedio, pero con nuestra estructura de partidos tiene poco arreglo.

Obama cree en las posibilidades de los Estados Unidos. Aquí a los políticos se les enseña a abstenerse de esa clase de creencias patrióticas, tan mal vistas por nacionalistas e intelectuales exquisitos, para limitarse a su círculo inmediato de intereses. La carrera política se hace a empujones y sin reglamento y lo único seguro es colocarse cerca del jefe a ver lo que cae. O sea, que ni Obama ni Mc Cain.

Son muchos los españoles que desearían tener una democracia como la americana. Es un deseo piadoso pero estéril si no viene acompañado de acciones que le pongan patas. Son muchas las cosas que nos separan de ellos, pero hay una sin la cual es imposible siquiera aproximarse a sus virtudes cívicas, a la excelencia de su modelo: la política no puede ser pasiva, reducirse a ver la televisión o a oír la radio que prefiramos: la política es acción. Obama lo sabía y el uso inteligente de  Internet ha sido una de las claves de su éxito.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

No es un atentado

He oído al presidente del PP solidarizarse con los familiares de los soldados españoles que han resultado víctimas, dos muertos y varios heridos más, durante un ataque de los talibanes en Afganistán. Mariano Rajoy ha empleado para referirse al suceso el término «atentado», que por lo demás es el que emplea casi toda la prensa española (para el resto la noticia no existe). Siento discrepar, pero no me parece razonable que se llame atentado a lo que es una acción de guerra. Podemos engañarnos cuanto queramos, pero en Afganistán hay guerra y los soldados están allí en misión de paz únicamente en el sentido en el que se supone que cualquier guerra se hace (cuando se hace con justificación) para conseguir luego una paz mejor, más estable y más justa. No hay nada, salvo nuestra resistencia a mirar a las cosas de frente, que nos permita considerar el hecho como un «atentado terrorista». Ha sido un ataque guerrillero a tropas que operan en un país que no es el suyo, por mucho que queramos olvidarlo e independientemente de que nos parezca, como a mí me parece, por ejemplo, que hay razones sobradas que justifiquen esa presencia.  

El intento de moldear la realidad cambiando las palabras es tan viejo como la política y no debería escandalizar a nadie. Es un arma de primera calidad en manos de los gobiernos y nuestro presidente ha dado varias muestras de maestría al respecto. Lo que me asombra es que quienes se supone que debieran aspirar a derrotar pacíficamente al gobierno de turno empleen de manera tan liviana los términos que convienen  a sus contrarios. Ya hace mucho que dijo Martín Fierro aquello de los teros que en una parte pegan los gritos y en otra ponen los huevos. Lo asombroso es que haya avecillas despistadas que peguen gritos por imitación sin saber dónde tienen realmente los huevos, si es que los tienen. 

[Publicado en El estado del derecho]

Economía y política

Nadie duda de las relaciones entre la economía y la política, pero son realmente muy pocos los creen  que la cosa vaya a funcionar de tal manera que, al final, dé la victoria a Rajoy. El PP parece poseído por esa extraña esperanza sustentada en una doble actitud: apoyar al Gobierno en las grandes cuestiones y esperar que la que está por caer derribe a Zapatero. Este sacrificio en el altar de la lealtad a los intereses de España, exigiría, como mínimo, dos cosas, a saber: una certeza sobre lo que el Gobierno realmente intenta y una cierta convicción de que el Gobierno no se va a mover de donde dice que está. Dos presunciones sobre este Gobierno que implican una confianza desmedida en la condición humana, en general, y suponen  un auténtico disparate referidas al señor Rodríguez Zapatero, en particular, puesto que sus ideas sobre la lógica y la coherencia son de sobra conocidas por todo el mundo (menos, al parecer, por los analistas del PP).

La discreción de la oposición parece apoyarse en el miedo al qué dirán, en el para que no digan,  como si estuviese perfectamente claro que el Gobierno y sus aliados (ni escasos ni mudos) fuesen a decir siempre aquello que más se ajuste a la realidad, aunque estuviese lamentablemente reñido con sus intereses. Nos encontramos, entonces, con que la oposición parece preferir que se la califique por sus silencios y sus aquiescencias a que se la califique por su capacidad de pensar algo distinto. En este punto, los analistas del PP dirían, supongo, que la economía no está para bromas y que el sentido de la responsabilidad les impulsa a apoyar a los españoles aunque de ese apoyo se beneficie ZP.

Lo curioso del caso es que si de algo podría presumir el PP es de haber enderezado la economía que Aznar heredó en estado lastimoso de las inanes manos de Solbes, hasta el punto de que hubo que pedir dinero a los Bancos para afrontar las primeras obligaciones del Gobierno. La diferencia está en que Aznar, en muy pocos días, tuvo un plan, se atrevió a presentarlo, con pelos y señales, no vaciló en ejecutarlo (aunque implicase una congelación del sueldo de los funcionarios, cosa que no puede hacerse sin tocar madera) y, además, le salió bien.

El PP no está haciendo nada al respecto, entretenido como está  en aprobar en el Congreso estatutos que molestan a los que le votan, en perfeccionar (como en Navarra) sus alianzas regionales, o en artimañas financieras que permitan traspasar ordenadamente una  herencia política tan brillante para dejarla en manos de algún personaje que, como Gallardón, sea bien visto por el sistema, y evitar de raíz que alguien con ideas propias y energía suficiente tenga la tentación de hacer política en serio, lo que podría poner en peligro la estabilidad de esta Kakania mansurrona, crédula e ignorante a la que los encargados de imagen le han hecho creer que es culta, libre y posmoderna.

Lo curioso de esta ausencia de alternativa a la errática y mistérica política económica de ZP (siempre a golpe de indefinición, decreto y secreto) es que no le faltan al PP mimbres para ofrecer ese programa y para hacerlo de manera brillante y consistente. Le faltan otras cosas, una de ellas muy principal, pero no gentes capaces de formular una alternativa económica sólida y creíble, y algunas de esas ideas se atisban a través de las comparecencias de Cristóbal Montoro o las esporádicas y brillantes apariciones de Manuel Pizarro, otro insensato que piensa por su cuenta y hasta lo dice.

Se cuenta que Bill Clinton, en campaña,  tenía siempre delante un cartel que decía: “es la economía, estúpido”. Ahora, ese consejo estaría fuera de lugar, tanto en los Estados Unidos como en nuestra patria. El consejo debería ser el complementario: “la política, estúpido”, aunque esa política tenga mucho de economía, de convencer a la gente de que serán ellos trabajando duro, los que puedan arreglar estas cosas, en lugar de alimentar la necia esperanza de pensar que Zapatero esté haciendo otra cosa que repartir subvenciones entre quienes le apoyan, que consolidar la base de su victoria. Es legítimo, por supuesto, que haga eso y es muy inteligente, desde su punto de vista, hacerlo con habilidad  y fomentando esos buenos sentimientos que tanto gustan al respetable. Pero es absolutamente desastroso que la oposición no tenga capacidad para explicar que a ella no le va nada en eso y que, al conjunto de los españoles tampoco les conviene que Andalucía o Cataluña multipliquen sus inversiones públicas mientras otras regiones, señaladamente Madrid, sufren un tratamiento de “provincias traidoras”.

El desastre del PP es verlo entregado a convertirse en su caricatura, en una federación de pequeños partidos que imiten a los nacionalistas, mientras el proyecto común desfallece y se reduce a una pura nostalgia, a un pasado sin futuro y condenado a la inexistencia, porque la historia del ayer se ha escrito siempre desde las páginas del mañana.

[Publicado en elconfidencial.com]

A favor de los jueces

Que este es un país disparatado es un juicio bien asentado en el imaginario colectivo, en el propio y en el de los que nos conocen bien. Eso puede tener algunas ventajas, pero, en general, resulta caro. La segunda legislatura de Zapatero es un puro delirio, de momento. Que se vea a los jueces y a los policías, cada uno por su lado, en plante general es realmente notable, una novedad histórica. Lo malo es que, en ambos casos, tienen razón.

El disparate que consentimos consiste en que un policía municipal de, por ejemplo, Taranque del Pardillo que, además, suele ser el tendero o el tabernero, cobre más que los guardias civiles y policías que se juegan el tipo. Disparate cómico es que los sistemas informáticos de las CCAA no se puedan interconectar porque tienen arquitecturas diferentes, de modo que si un juez le quiere decir a otro juez cualquier cosa le tendrá que poner un sms (pagando de su bolsillo) porque ya no quedan telegramas.  Archidisparate es que el señor presidente tenga que aprobar sus presupuestos disparatados soltando parte sustancial del programa nacional de ayudas a la investigación para que el PNV tenga más pasta con la que urdir sus alianzas y mantener al País Vasco bajo su mano protectora y paternal… y que no se mueva nadie, salvo los chicos que todos sabemos. Se puede decir que eso ya ha pasado otras veces. Pues bien, además de disparate es un disparate viejo, que es lo que, al parecer, más nos gusta.

Hay, además, un problema de fondo muy importante en esta protesta judicial; con todas sus limitaciones, los jueces representan un cierto resto de libertad y autonomía en un panorama atosigantemente dominado por los partidos, es decir por Zapatero. Ya les ha advertido el muy sutil ministro de justicia que no son intocables. Aquí los intocables están perfectamente tasados y todo lo demás es literatura gris y espesa. ¿Qué se han creído los jueces? ¿Se creen que se pueden tomar la justicia por su mano? ¡Pero hombre!

Jueces y policías, y tras ellos todos los demás, deberían aprender de banqueros y editores que son gente fina y educada que se reúne con Zapatero y lo dejan todo atado y bien atado y de manera discreta, para que la gente pueda dormir tranquila y ponerse ordenadamente a la cola de petición de favores. Estamos dando grandes pasos en la dirección de una nueva democracia orgánica, eso sí, muy avanzada. Zapatero en su lugar reservado con la batuta en la mano. María Teresa muy atenta, los ministros calladitos, los parlamentarios aplaudiendo y un elenco escogido de protagonistas ejecutando las composiciones del propio maestro, por ejemplo “América es el problema y la UE la solución” que se ejecutará primero con un ritmo lento y en tono solemne para ir luego in crescendo hasta la apoteosis final que da paso a los aplausos universales.

Y a los jueces, como María Antonieta: “que les den pasteles”.

Publicado en Gaceta de los necocios 

Esperanza para un partido a la deriva

La administración de los tiempos es esencial en política, especialmente cuando se sabe a dónde se quiere ir y cuando se tiene voluntad de hacerlo, cuando cada mañana se pone el pie en el camino con voluntad de avanzar. La administración de los tiempos es, por el contrario, una ciencia inútil cuando ni se sabe a dónde habría que ir, ni se conoce el camino, ni se está dispuesto a arrostrar los riesgos de la empresa. El PP, con la actual dirección, se está convirtiendo en un partido a la deriva, en una especie de estafermo que Zapatero y los suyos golpean a placer provocando las risas, cada vez más descaradas, del público.

 

Rajoy ha declarado recientemente que la política del agua del PP es la misma de siempre, lo que es casi lo mismo que decir que no es ninguna. También debe ser la de siempre la relación con UPN, la posición respecto a la ampliación del aborto y, por supuesto, la gran solución que guarda en el baúl de los recuerdos sobre la manera de promover el bienestar económico de los españoles. Con tantas soluciones en la recámara, es normal que el gallego se apreste a endosar las medidas de Zapatero, a reñir a sus diputados díscolos y a madrugar para ir al desfile. Rajoy está sentado a la espera de que pase el cadáver de su enemigo que, mientas tanto, se dedica, un día sí y otro también, a hacer política, algo que Rajoy considera también un poco coñazo aunque a Zapatero parece gustarle.

 

La oposición es un trabajo pesado, exige mucho más convicción, más entusiasmo y más energía que el Gobierno; es, también, un trabajo más solitario y mucho más arriesgado, que no puede ejercerse de una manera funcionarial. En un sistema como el español, el líder de la oposición debe estar siempre pendiente de cómo quebrar el paso de su antagonista, de manera que lo último que puede hacer es convertirse en parte de su séquito, en una especie de gran refrendo de la legitimidad del que manda. ¿Sabe hacer eso Rajoy?

 

Quién sí parece saber lo que tiene que hacer es Zapatero. Ha conseguido convencer a los españoles de que la culpa de sus males la tienen Bush y los liberales, y se atreve a decir que domina la escena internacional con sus ideas.  Pero, en el frente interior, no deja de matar moscas con el rabo. Hace falta ser muy torpe para no ver de qué manera está intentando arrinconar a Esperanza Aguirre para conseguir derrotarla en su terreno y evitar así que se le pueda enfrentar en unas elecciones no muy lejanas. Le retiene trasferencias para crearle problemas y obtiene de sus muchos adláteres las correspondientes críticas inventadas a la sanidad madrileña o a cualquier otro tema que pueda hacerle daño.

 

Los datos de inversión pública del Estado en Madrid son patéticos (las obras de la Nacional II llevan cuatro años paradas en las inmediaciones de Barajas, y las de Sol siguen el ritmo egipcíaco que les impone la siempre eficaz Magdalena) mientras los ágiles periodistas vuelven a contar por enésima vez el plan de cercanías que ZP nos reserva para cuando seamos buenos. Es una política maquiavélica porque, si Esperanza Aguirre protesta, se le imputará  madrileñismo agudo para  acentuar cuanto se pueda su perfil local en perjuicio de su imagen nacional; de esta manera, con Rajoy reducido a dulce comparsa, el astuto leonés se dedica a prepararse un futuro facilito.

 

Esperanza Aguirre puede ser lo que necesita el PP por más que, por sus convicciones, se dedique a prorrogar las oportunidades que Rajoy está malbaratando. La otra alternativa podría ser el astuto alcalde madrileño, pero si el partido tiene algo que decir al respecto, sus oportunidades son muy pequeñas. Otra cosa es que el PP se pliegue a más altos designios, y no sería la primera vez que eso ocurriera en beneficio de los socialistas.

 

La presidenta madrileña tiene casi todo lo que parece faltarle al presidente nacional del PP. En primer lugar, tiene convicciones y sabe pelear por ellas con buenas razones y sin apartar la cara. En segundo lugar, es una política incansable, capaz de sacarle a cada día bastantes más horas de las que el reloj deja al común de los mortales. Incluso sabe inglés, lo que sería toda una novedad en la Moncloa. No lo tiene nada fácil, sin embargo. La dinámica interna del partido trabaja en su contra, porque una extraña propensión al suicidio colectivo suele apoderarse de los dirigentes que no aciertan a hacer sus deberes con un mínimo decoro. Se les podría hablar de patriotismo, pero me temo que eso sonaría a coña a los más cínicos, que suelen ser los más despabilados. El PP ha sido, hasta ahora, un partido hereditario: los que tienen la sartén por el mango van a procurar que el reparto les favorezca, y muchos temen que con Esperanza no tendrían gran cosa que hacer.

 

El PP no debería seguir por más tiempo en manos de quienes confunden la realidad con los éxitos de imagen de la izquierda. El tiempo político vuela y lo menos que podemos pedir los españoles de a pie es que cada cual sepa cumplir con su deber.


(artículo publicado en www.elconfidencial.com)