Homenaje al Barcelona C. F.

Un cinco a cero del Barcelona al Real Madrid no es la primera vez que se produce, pero soy de los que creen que el de ayer ha sido el más merecido, el más justo… y el más preocupante para los que somos madridistas. Vayamos por partes. El Barcelona ha jugado uno de los mejores partidos de su vida: su superioridad sobre el Real Madrid ha sido absoluta, descorazonadora, aplastante. Los jugadores del Real Madrid parecían pollos sin cabeza, no sabían ni qué hacer ni a dónde mirar, lo que es explicable porque siendo este Real Madrid un buen equipo no le llega ni a la suela del zapato a un equipo como el actual Barcelona que no solo es el mejor equipo del mundo en la actualidad, sino uno de los mejores de todos los tiempos. Menos mal que no todos los días juega con la calidad, la intensidad y el acierto que lo ha hecho hoy.
Parte de la culpa del excelente juego del Barcelona está en la rabia de sus jugadores contra un equipo que se obstina en ser prepotente, en considerarse a la altura de su rival cuando está varios grados por debajo y a años luz cuando pierde el sentido, como lo hizo la noche del lunes 29, una de las más negras en los anales blancos. Hay que recordar las derrotas históricas ante el Milán, o el humillante partido de hace un par de temporadas ante el Liverpool, para encontrar un precedente tan humillante, tan desolador. Ni siquiera el seis a dos de hace un par de temporadas en el Bernabéu supuso un varapalo tan grande como el de ayer.
Las grandes estrellas blancas sufren un proceso de miniaturización cuando se enfrentan al Barcelona. Si Cristiano vale cien millones de euros, ¿puede alguien decir cuánto valen Xavi, Iniesta, Messi o Villa por no citar sino a los más obvios? No quiero cebarme en la mala noche general, pero sí quiero demostrar mi indignación por la conducta chulesca e infantil de algunos jugadores como el citado Cristiano, el archisobrevalorado Ramos o, incluso, el habitualmente excelente Casillas, que tampoco tuvo su noche.
Los errores del Real Madrid son muy de fondo, y aunque conserve alguna esperanza de que Mourinho pueda enderezarlos, al menos en parte, no se puede olvidar de qué provienen. ¿Qué pasaría si Villa estuviese ahora en el Real Madrid en lugar de ese desastre llamado Benzema? La superioridad del Barcelona sería algo menos acusada. Estamos pagando los errores deportivos y de todo tipo del florentinismo, de esa especie de zapaterismo del fútbol que consiste en invertir en imagen y en propaganda a través de una prensa madridista absurdamente dedicada a engañar a los socios y a cantar las virtudes imaginarias de auténticas mediocridades, si los comparamos con la plantilla del Barcelona.
Los socios del Real Madrid somos responsables por respaldar sin rechistar la política del pelotazo aplicada al fútbol, comprar carísimo y al buen tuntún, cambiar de entrenador varias veces por año, presumir de historial, cada vez más lejano, y dedicarse a generar beneficios atípicos a base de la mitología de nuestros galácticos que, llegada la hora de la verdad, no son capaces ni de perder por uno a cero, como hizo el Sporting de Gijón, tan criticado por Mourinho en uno de sus días más tontos.
El fútbol, como la vida, es largo y da muchas vueltas, pero no cabe esperar grandes frutos de principios equivocados, de políticas de imagen, del fulanismo y del cultivo desmesurado de los egos de supuestos galácticos. Veremos si Mourinho se hace con el control de una nave que hoy ha quedado casi desguazada, pero no olvidemos nunca de qué polvos vienen estos lodos: de una política deportiva demencialmente equivocada, de un orgullo sin motivo, de creerse las mentiras que inventan los periodistas pagados por la casa.

Y, para terminar, una pregunta: ¿es que Mourinho no sabía el riesgo que adoptaba saliendo a enfrentarse al Barcelona de igual a igual? Si no lo sabía, es que no es tan bueno como se dice, de manera que cabe pensar que sí lo supiera. ¿Qué ha intentado, entonces, actuando de una manera aparentemente tan valiente? Pudiera ser, pero es una conjetura sin mucha base, que fuese una manera de decirle al propietario del club: “mira, con esta plantilla no vamos a ninguna parte, cuando se trate de jugar con el Barcelona”, porque, en efecto, enfrentarse, por ejemplo, a Busquets, Xavi e Iniesta con Xabi, Ozil y Khedira, son ganas de perder. Claro es que se trata de una inferioridad que se extiende al conjunto de la plantilla, casi sin excepciones, y así el Barcelona ha podido dominar al Real Madrid en todos los terrenos, en el pase, en la inteligencia del juego, en el contraataque, en la contención, en todas y cada una de las mil dimensiones que tiene este juego maravilloso que es el fútbol y que el Barcelona practica, para mi dolor y envidia, de manera absolutamente inmejorable.

El fútbol y la pasión de los comentaristas

Ayer el Real Madrid ganó al Atlético de Madrid con tan solo veinte minutos de juego intenso; luego le dejó al contrario el manejo del balón, pero a mi entender, sin que nunca estuviese realmente en riesgo el resultado del partido, pese a lo cual algunos comentaristas trataron de estirar de manera inaudita la responsabilidad del árbitro en el triunfo merengue.
Me parece lamentable que no se haga entre los comentaristas un mayor esfuerzo por la objetividad, que para una buena mayoría de ellos el comentario futbolístico se reduzca a tratar de ganar las batallas perdidas por otros medios. Creo que este proceder, además de ser cansadísimo, estimula lo peor que hay en el fútbol, a mi entender aquello que el fútbol mejor podría combatir, esto es, la pasión ciega, la rabia, el desatino. Está claro que muchos ven y van al fútbol por pasión interpuesta, y eso no es malo, lo malo es que las pasiones sean tan elementales, tan necias.
Lo peor que tiene ese tipo de comentarios es que se olvida de analizar lo que el fútbol es realmente, su técnica, sus azares, su dinámica para sustituirlo por una pelea tan imaginaria como inútil en la que el protagonista ya no es el fútbol real sino esa sombra pasional informe y lela con la que tantos lo confunden.

Un partido con todo

El enfrentamiento entre el Milán y el Real Madrid proporcionó ayer a los aficionados, especialmente a los madridistas, un encuentro de esos que no se olvidan fácilmente. Hubo de todo, buen fútbol, especialmente por parte del equipo de Mourinho, jugadas preciosas, como el gol de Higuaín y el desmarque final de Pedro León, con gol entre las piernas del portero, fallos de Casillas, lo que es una rareza, desgracias como el resbalón y fallo de Pepe que dio lugar al gol legítimo del Milán, acciones típicas de Gattuso o de Inzaghi, el fútbol como picardía alevosa, en fin, hasta un cierto final feliz porque no hubiese sido justa la victoria de los milaneses.
El segundo de sus goles se produjo en uno de los más clamorosos fueras de juego de la historia, y el árbitro señor Webb cometió algunos deslices y errores de apreciación realmente graves, pese a ser un colegiado de gran fama y de apariencia irreprochable.
Ronaldo no tuvo ninguna razón en sus tarascadas con los defensas y se perdió en un partido que hubiera podido consagrarle. No es la primera vez que le pasa y esperemos se le corrija.
El fútbol, en suma en su máxima expresión, rivalidad, astucia, inteligencia, brillantez, picardía, azar, injusticia, consuelo. No se puede pedir más, o, mejor dicho, no se debiera.

Del azar y la pasión

Tal es el hermoso marbete tras el que la portada del número de julio y agosto de Revista de Occidente ofrece una suculenta mercancía literaria que se dedica a analizar el fútbol, tan de actualidad no solo estos días sino ya siempre. He leído todos los artículos con placer y de un tirón en esta calurosa mañana de julio. Hay textos de Vicente Verdú, que le dedicó al tema un conocido libro ya hace treinta años, de Juan José de Armas Marcelo, de Enrique Murillo, de Manuel Arias Maldonado, y de un servidor de ustedes. Se trata de discursos muy diversos como corresponde a algo tan ubicuo y duradero, pero todos ellos comparten el asombro frente a un deporte tan complejo, y frente a un fenómeno social tan abigarrado. Los novelistas, Armas y Murillo, se dejan mecer por el recuerdo y la autobiografía y los más ensayistas, Verdú, González Quirós y Arias Maldonado, se las ven con aspectos más conceptuales, tratan de explicar lo que hay tras el entusiasmo y el desbordamiento mundial de la afición al fútbol, conscientes de la derrota que esta deporte tan popular ha infligido a sus críticos más severos.
Mi artículo («De la vida un traslado: el fútbol en la cultura global») ha sido, en parte, anticipado en este blog, y fue discutido con pasión y ampliamente en una larga sobremesa con colegas de la Escuela Contemporánea de Humanidades, con Alejandro Gándara, Jorge Lago, Antonio Nieto, José Antonio Millán, Pilar Martín Gila, Juan Manuel Rodríguez Parrondo, Emmanuel Lizcano y Ramón Rodríguez, creo recordar a todos. También podrán encontrar en él ecos de sus ideas, e incluso expresiones literales, mis corresponsales en este blog, Karim Gherab Martín, David Pardo, y mis hijos Manuel y Juan. Los cito a todos porque todos me ayudaron a afilar un trabajo del que estoy particularmente contento, ya dirán los lectores si con motivo. De cualquier manera, me doy cuenta de que he tratado de devolverle al fútbol una parte siquiera sea pequeña de los abundantísimos ratos de gozo y de dolor que me ha dado y que, espero, me siga dando. Por supuesto, tiraría todo el texto y sus recuerdos por la borda si ello supusiera que España fuere a ganar el Mundial, faltaría más. Mi esperanza es que lo gane en cualquier caso, sin necesidad de que yo haga sacrificio, ni de mi memoria, ni de mi entusiasmo.

El fútbol deporte y espectáculo

Cuando escribo estas observaciones ya conozco el magro resultado obtenido por España frente a la selección hondureña, pero no quiero hablar de fútbol como aficionado, sino de la forma tan peculiar en que este deporte, en particular, se va adueñando de las pasiones de buena parte del público.

Creo que es extraordinariamente razonable que quienes no hayan sufrido la pasión y la frustración de jugar a la pelota, sientan una enorme indiferencia ante el fútbol espectáculo, ante un juego que puede parecer brutal, ordinario y monótono, lo que de ninguna manera quiere decir que no existan forofos que jamás han jugado a la pelota; existen y son abundantes porque el fútbol tiene una gran capacidad de exportar los atractivos y el peculiar agonismo de este deporte grupal. Hay una manera clara de distinguir ambos tipos de aficionado: el que ve fútbol porque ya no puede jugarlo, es capaz de ver cualquier partido con interés, y experimentar una pasión pura y no maniquea ante cualquier buena jugada que anuncie su culminación en un gol, o que proporcione un lance de belleza perfecta, a su entender; los espectadores del segundo tipo necesitan del catalizador externo para gozar del fútbol: van al fútbol en sustitución, o en continuación, de otras guerras, lo que no es necesariamente malo.

No es fácil la distinción entre el deporte y el espectáculo, pero éste no habría podido darse sin las extraordinarias propiedades del primero. El primero es, digamos, un drama grupal, el segundo es un espectáculo público, pero ambos coinciden en su naturaleza visual, y en que dan mucho que hablar. porque el fútbol reside, sobre todo, en la imaginación, tanto en la de quienes lo juegan, así sea bien o mal, como en la de quienes lo contemplan con interés y entendimiento. Lo más notable del fútbol, y creo que es clave en su éxito como espectáculo, es que cada jugada es una de las centenares de jugadas posibles en cada momento, de modo que, si se me permite la pedantería, cada acción representa el colapso de una posibilidad en mero pasado indeformable. En eso es como la vida, y por eso la gente le echa tanta pasión, porque, además, la vida no se repite y nos agota, mientras que en fútbol siempre hay una nueva oportunidad, nunca se repite nada.

Una lección

El señor Mourinho ha dado ayer una lección, de fútbol, por supuesto, pero una lección que vale para algo más que para ganar partidos. Tal vez me equivoque, pero me parece que lo que hace Mourinho es lo siguiente:

1. 1. Adaptarse a lo que tiene

2. 2. Simplificar los objetivos: ir a ganar

3. 3. Mejorar el rendimiento de su equipo con ideas originales, pero sujetas a los principios 1 y 2

4. 4. Convencer a sus jugadores de que eso es lo que hay que hacer, y tratarlos con rigor y afecto

Como es fácil de ver, se trata de un vademécum que también podría aplicarse a la política, por ejemplo.

El resultado es que ha ganado cuatro títulos en dos años con una plantilla que no envidiarían ninguno de los grandes equipos españoles, que ha conseguido el triplete con el Inter, eso que hizo el Barça el año pasado y que parecía imposible, y que ha ganado dos copas de Europa con equipos que no eran claros favoritos.

Ahora parece que podría venir al Real Madrid. La pregunta es si le van a dejar hacer lo que sabe hacer, o si le tenderán trampas escasamente sutiles. Es posible que el Real Madrid quiera seguir viviendo de la retórica valdanesca, de la inflación florentiniana, del poder de la marca: en ese caso Mourinho no podrá hacer nada y acabará, más o menos, como el segundo Camacho, pero dudo que se deje.

El fútbol profesional es pasto de memeces, pero también la ciencia sufre de esa plaga, por ejemplo; quiero decir que, más allá de las bobadas que se oyen a hora y a deshora, el fútbol profesional es una realidad muy compleja y que hay quien sabe entenderla y manejarla, y quienes no. Mourinho, como Capello, por ejemplo, sabe de esto, y si le dejan trabajar con una plantilla, mejorable pero excelente, como la del Real Madrid, llegará lejos. Al tiempo.

Más dura será la caída

Algunas de las reacciones de los jugadores y el entrenador del Barça después de la derrota frente al Inter, han puesto de manifiesto algo evidente, el temor a que, casi en el último minuto, se les estropee una temporada magnífica. Aunque soy descaradamente madridista, confieso que este Barça es un equipo descomunal, seguramente el mejor, no sólo de ahora mismo, sino de muchos años. Pero el fútbol es como es, y se ha hecho muy difícil mantener la hegemonía. Los del Barça deberían hacernos el favor de no excederse en la pataleta ante el caso, que tengo por poco probable, de que caigan, finalmente, ante el Inter, y/o no ganen la Liga. El fútbol es tan maravilloso como imprevisible, y bien puede pasar que un equipo mediocre, como lo es el Inter comparado con el Barça, deje fuera de juego a los que pensaban ganarlo todo. ¿Acaso no se acuerdan de lo que le pasó a su rival de siempre con un equipo de la periferia madrileña? Puede pasarles, y mejor será que se acostumbren a la idea de que alguna vez les pasará, porque esto de ser los mejores, no sirve para ganar todas las competiciones, puede llegar a no servir, incluso, para ganar ninguna.

Un adiós a Cappa

Me acabo de enterar de que Ángel Cappa se hará cargo del River Plate, un equipo muy importante pero que se encuentra en un estado lamentable, tras una racha realmente mala. Siento que Cappa deje de andar por Madrid, porque verle algunas noches hablando de fútbol era todo un placer, pero me alegro de que pueda cumplir un trabajo que seguro le entusiasma. Cappa sabe de fútbol, pero sobre todo, es un hombre caballeroso y razonable al que da gusto oír, especialmente cuando dice cosas que no te gusten. Con tipos como él es más fácil ser objetivo, aprender que lo que menos importa es nuestra opinión, llena de prejuicios y de ideas equivocadas, y abrirse a comprender algo tan grande y tan apasionante como lo es el fútbol, con cabeza y corazón. ¡Ojalá que triunfe! Pero, tanto si triunfa, como si no acierta, me encantará verle de nuevo por aquí haciendo del fútbol algo de verdad interesante.

El fútbol como sorpresa

Suponer que hay algo sorprendente en el fútbol debe sonar a chunga a cuantos están más que hartos de no oír hablar de otra cosa. Esto es así entre nosotros y no dejan de subrayarlo los que nos ven desde fuera: recuerdo una especie de road-movie, creo que de Tanner, en que su protagonista, al pasar por España camino de Lisboa, trataba de oír la radio desde el coche y no conseguía oír otra cosa que “¡goool!… ¡goool!” Hace unos días vi un excelente documental sobre España en un YouTube de un periódico y, en efecto, la primera imagen era también un balón rodando (¿por cierto lo recuerda algún amable lector?, me gustaría volver a verlo y no he sabido localizarlo). No me refiero, pues, a ninguna sorpresa de un fútbol raramente ausente, sino a la sorpresa que deparará, para cuantos gustemos del fútbol, y no necesariamente de sus abusos mediáticos, el resultado del próximo Real Madrid-Barça el sábado que viene.
Habrá sorpresa porque se dirán tantas cosas, que apenas podrá uno imaginar algo indecible. Pero habrá sorpresa también porque, una vez más, hay que esperar que el resultado de un lance derribe la mayoría de las teorías previas, que esta es una de las grandezas de este juego tan insoportable para quienes no lo aman.
Se pueden derribar, como mínimo, un par de mitos antagónicos, la perfección del Barça, el adefesio del Madrid; pero también pueden fortalecerse. Se puede terminar con ditirambos y con alegatos críticos, pero también pueden reforzarse. Nadie puede saber qué va a pasar, aunque todos lo sospechen y muchos lo teman. Resplandecerá así, aunque por poco, alguna de las enseñanzas más hondas de este deporte, que nada es previsible, que hay cosas que no pueden ser, que el tiempo se agota, que, al final, la verdad se nos impone, y que mañana ya no será nunca como ayer. Para quienes crean que el pasado es inmodificable recomiendo como ejercicio meditar sobre el fútbol y, para quienes no acierten a hacerlo, les puede ayudar la lectura de Jorge Manrique:
¿Qué se hizo el Rey don Joan?
Los Infantes d’Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
¿qué de tanta invención
que truxeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
e çimeras?
Por si el ejercicio les resultase extremadamente doloroso, prueben con esta descripción, y consejo, de Louis Aragon: La vie est un voyageur qui laisse traîner son manteau derrière lui, pour effacer ses traces. No olviden que, mientras vivamos, mañana será siempre otro día.

El fútbol no es lo que cree Florentino

¿Cuáles son las razones del estrepitoso fracaso del Madrid al ser eliminado, por sexta vez consecutiva, en los octavos de la Champions y por un equipo apenas normalito? El fútbol no es una ciencia exacta, y en eso consiste parte de su atractivo y su grandeza, en que siempre se puede perder, en que no siempre puedan ganar los mejores. Eso es lo que hubiese habido que decir si la eliminación del Madrid hubiera respondido a alguna de esas cosas que pasan en el fútbol y que no son evitables, pero no es ese el problema. El Madrid pudo haber ganado ayer de casualidad, por ejemplo, si hubiese entrado alguno de los balones de Higuaín o alguna de las faltas de Ronaldo, pero no fue así, de manera que, al no ganar por casualidad, perdió la eliminatoria por necesidad. ¿Cuál es la causa? El Madrid actual, pese al espejismo del partido contra el Sevilla, ni es un equipo sólido y fiable, ni tiene un entrenador que lo potencie: los jugadores lo saben, y se vinieron abajo al comienzo de la segunda parte porque estuvieron ciertos de su impotencia.

La razón de ese fracaso hay que ponerla en una plantilla no bien configurada (las ausencias de Xavi Alonso y de Marcelo debilitaron al primer equipo), en la que se han invertido cantidades millonarias, en jugadores de discutible utilidad (Benzema o Kaká, por ejemplo), en la que se han fichado a jugadores medianos (como Arbeloa) sin que se sepan bien las razones, en la que se ha prescindido por razones presumiblemente mezquinas de jugadores de calidad (como Robben o Sneijder), y en la que han permanecido jugadores que, por unas u otras razones, no aportan nada (como Raúl o Drenthe, incluso Guti que no es capaz de jugar con el nivel físico exigible en este equipo).

La filosofía que ha inspirado estas contrataciones es la de Florentino, aunque levemente escaldada por el anterior fracaso galáctico, y empeorada por las vaciedades de un charlatán oportunista a quien no nombro para que el lector se ejercite en las artes adivinatorias.

No se puede negar el madridismo de Florentino, ni su ambición. Pero su filosofía ya ha demostrado ser desastrosa en la anterior ocasión que presidió el club y es la verdadera responsable de estos años en que el Madrid solo ha conseguido dos ligas, bajo la presidencia, por cierto, de Calderón, una de sus bestias negras, pero una de sus criaturas. Quienquiera enterarse de lo que piensa Florentino hará bien en leer Los ángeles blancos, un excelente libro de John Carlin en el que, pese a su manifiesta intención de loar la etapa dorada del florentinismo, quedan expuestas de manera muy obvia las limitaciones de su concepción del fútbol.

Florentino piensa que el fútbol consiste en contratar a los mejores, y en jugar al ataque. En ambos casos se equivoca. Por los mejores se acaba entendiendo a los más caros (cree de hecho que los más caros son los más baratos), y el Madrid de Florentino (lo que heredaron Fernando Martín y Calderón ha sido siempre el Madrid de Florentino que ahora acaba de recuperar tras un paseo militar sin elecciones) lleva años gastando dinero inútilmente sin salir de la mediocridad europea en la que se ha instalado. En seis años ha tenido siete entrenadores y ha contratado a más de treinta jugadores con el resultado que está a la vista de todos.

Parodiando a Shakespeare, y mal que le pese a Florentino, hay entre el cielo y la tierra del fútbol más cosas de las que sospecha su filosofía. Hay que hacer un equipo y eso sólo se puede hacer desde abajo, apostando a largo plazo por un entrenador de categoría, justo esos que no quieren venir para que Florentino los ningunee, al que hay que dejar que diseñe un equipo en el que se pueden incrustar figuras de relumbrón, jugadores espectaculares, pero no puede hacerse un equipo a base de talonario y supuesto señorío. Eso es muy antiguo y se ha demostrado absolutamente estéril.

Hay que echar a la calle al charlatán para que vuelva a largar sus ingeniosidades y su sabiduría progre por las radios. Hay que buscar un entrenador serio y prometerle con garantías una década de trabajo, como poco. Tiene que terminar esa situación que hace que entrenadores de verdadera categoría (con un valor demostrado) no quieran venir al Real Madrid, al reino del capricho presidencial. Hay que dejar que un nuevo entrenador con auténtica categoría reajuste esta plantilla, en la que hay elementos muy valiosos, de antes y de ahora, y hay que ser más humildes, más exigentes con los jugadores, y más profesionales y serios. Y hay que hacerlo ya, sin consolarnos con una Liga que no está claro que este equipo pueda ganar, aunque en el fútbol todo sea posible, incluso que le metamos una paliza en el Bernabéu al Barcelona. Pero no se puede vivir del azar cuando se quiere ser el mejor equipo del mundo, lo que ha sido el Madrid y lo que Florentino tiene que intentar en serio… o marcharse cuanto antes para no volver jamás.