Ministros boquirrotos

Un amigo suele decir que la mayor diferencia que existe entre una persona inteligente y un necio es que el primero se puede recuperar de los fracasos, mientras que los segundos jamás se recuperan de un éxito. A veces pienso que eso les pasa a algunos ministros que se dedican a decir bobadas y generalidades sin haber leído nunca la fábula de la zorra y el cuervo
En España hay un cierto vicio de hablar de reformas sin estudiar a fondo el caso, y sin que nunca quede claro de qué se habla, lo que constituye el primer mandamiento de lo que muchos llaman arriolismo, aunque tenga nombres mucho más viejos: debe ser cosa del predominio de los economistas, con una ideología más o menos  prêt-à-porter, sobre los políticos. Los impuestos, en particular, no son algo que pueda bajarse sin límite o subirse sin freno, además de que siempre se alteran pro-tempore,  por lo que al afirmar que se quieren subir o bajar habría que decir para qué, y no vale sólo lo de el equilibrio fiscal, porque el mejor equilibrio fiscal se dará cuando todos estemos muertos. Sin decir qué educación se quiere, o qué sanidad, es bastante demagógico hablar de pagar más…, o de pagar menos. 
Google+ y el buscador

El gobierno no vacila

Rajoy ha tomado medidas rápidas y valientes, aunque siempre discutibles. Lo de los impuestos puede acogerse a la cláusula de «no hay más remedio», pero caben dudas de que resulte una medida eficaz para reactivar la economía, además de que debería acompañarse de mayores esfuerzos en el gasto. Seguramente debieran haberse suprimido las subvenciones, en concreto, a partidos, sindicatos y patronal, que suponen un gasto muy discutible y plenamente insolidario: ni siquiera los afectados se atreverían a protestar, tal como está el patio. Las medidas van acompañadas de un calendario, lo que indica que no gustan al gobierno, pero le gustarán menos si no funcionan. Es cómico que los socialistas critiquen que otros hagan lo que ellos no se atrevieron a hacer; lo peor es que se suponga que estas cosas son para que las hagan los socialistas, no, precisamente, el gobierno del PP, pero ya se sabe que es un gobierno magmático, aunque, de momento, no parece indeciso.

Democracia e impuestos


Los que pensamos que hay ocasiones en que la derecha no pone demasiado empeño en ganar las elecciones tenemos razones para hacerlo, fundamentalmente, en la medida en que no se combaten las causas que facilitan un predominio cultural de esa mezcla pringosa de socialdemocracia y populismo con la que suelen conseguir sus éxitos   tanto la izquierda como los nacionalismos.
En cierta ocasión explicaba a mis alumnos las indudables ventajas del modelo universitario americano sobre el europeo, y, por supuesto, sobre el español. Un alumno se atrevió a llevarme la contraria, en un gesto de atrevimiento inaudito, porque, al margen de cualquier retórica, solemos educar a los alumnos en la sumisión repetitiva de lo que diga el profesor, y me dijo que el modelo universitario americano era claramente inaplicable en España; le pregunte por qué y me contestó que por ser carísimo. Aproveche la oportunidad para hacer un cálculo, junto con ellos, de lo que realmente costaba que estuviésemos mantenido esa clase, y de cómo ellos apenas pagaban un pequeño porcentaje de esos costos, es decir que pagan las clases universitarias, sobre todo los que no disfrutan de ellas. Me parece que comprendió el argumento: una enseñanza falsamente gratuita puede ser realmente mediocre, casi enteramente inútil, como desgraciadamente tiende a serlo. Si los alumnos pagasen las clases en lo que valen, la Universidad sería muy de otro modo. Así se explica, por ejemplo, que tengamos las mejores, no es exageración, escuelas privadas de negocios, y unas universidades públicas, en general, de muy baja calidad.
Generalizaré el diagnóstico: los ciudadanos no son conscientes de que ellos pagan cuanto los gobernantes parecen darles, que les sale bastante caro el mecanismo redistribuidor de rentas en que se han convertido los estados del bienestar, sobre todo cuando se dedican a quitar rentas a los modestos y a aumentarlas a los plutócratas, es decir, cuando, por ejemplo, sube sin control la factura de la luz, del gas, del teléfono o de los carburantes, mientras los consejos de administración de esas beneméritas empresas se suben los bonus, de apenas unas decenas de millones de euros, con una alegría contagiosa. No creo que nadie medianamente decente se atreva a negar que algo, más bien mucho, de esto está pasando aquí y ahora.
La derecha podría pensar en algo muy simple, en imitar el modelo americano y obligar a que se separen los precios de los impuestos, de manera que al pagar cien euros por la compra de algo sepamos  con claridad que el objeto cuesta sesenta y que los otros cuarenta se los llevan, los gobiernos, los ayuntamientos, la SGAE y cualesquiera otros beneficiarios de nuestra anónima, involuntaria e ilimitada generosidad. La gente aprendería, por ejemplo, que tiene que ser forzosamente mucho más caro vivir en Madrid, donde el alcalde ha conseguido acumular una deuda sideral, que tendrá que pasarnos al cobro a los sufridos madrileños, que en Valladolid, una ciudad que apenas tiene déficit por lo bien administrada que está. También habría que modificar el IRPF, porque sería esencial que la gente supiese lo que gana de verdad, lo que le cuesta su trabajo al empleador, y no lo que de hecho se lleva a casa, tras ser debidamente sableado por la hacienda y la seguridad social, esas beneméritas instituciones que nos tratan a palos a la que nos descuidemos. Es posible que con medidas de ese tipo subsistieran los masoquistas que prefieren que su dinero lo administren gentes de probada moralidad y eficiencia, como los políticos, y no miro a nadie, pero es seguro que muchos otros empezarían a mirar los servicios públicos con otra cara, y no simplemente a admirarse de lo bueno que es el Estado cuando concede a sus funcionarios tantas ventajas sociales y un régimen laboral que concita las envidias del que tiene que ganarse los euros en un ambiente ligeramente menos estable y más competitivo.
Es una genialidad del estado paternalista que los impuestos sean opacos, que los ciudadanos no caigan en la cuenta de lo que le cuestan las dádivas de los políticos, la cúpula de Barceló en Ginebra,  la aventura olímpica de Gallardón, el teatro del Liceo en Barcelona que pagamos también los de aquí abajo, los puñeteros carteles del plan E de Zapatero, el fiestorro de los  cineastas, a punto de dejar de ser ceja-adictos de avispados que son, o los aviones para que se desplace la Pajín, que siempre tiene prisa porque es muy galáctica.
Muchos siguen pensando que eso son gastos que ellos nos pagan, que el gobierno tiene una máquina de hacer dinero que nos sale gratis, y si que tiene máquina, y la maneja con soltura, pero nos sale carísima, casi cinco millones de parados y  una deuda pública que es alucinante. El cambio de la cultura política imperante, lo que permitirá que haya una democracia real y algo más competida, llegará cuando muchos comprendan que esos excesos no tienen otra finalidad que seguir comprando su credulidad, su inocencia, su voto.
[Publicado en La Gaceta]

Los españoles y el tren


La lectora Nenuca Daganzo remite a La Vanguardia esta imagen en la que se puede ver un tramo de vía en Arenys de Mar que no dispone de ningún tipo de protección para impedir el acceso a las vías del tren. A la lectora le parece que esta situación es un despropósito y se pregunta si se habrá de esperar a que haya una desgracia para que se instalen las oportunas vallas protectoras.
El temor de la lectora es un caso paradigmático de un error de apreciación muy común entre nosotros; los españoles creen que lo público es gratuito, y le tienen miedo al tren, paradójicamente, el transporte público por excelencia. Vayamos primero a lo segundo. La verdad es que la necesidad de separar los trenes del resto de la trama urbana deriva, principalmente, del vandalismo, busca evitar la agresión a los vehículos ferroviarios. En EEUU, donde los vándalos no abundan y, cuando los hay, son severamente castigados, los trenes circulan sin protección alguna y sin que el número de accidentes por cruce de vía le llame la atención a nadie. Parece absurdo negar que es infinitamente más peligrosa cualquier calle que una doble vía ferroviaria, y solo a un orate se le ocurriría pedir protecciones frente a los automóviles en todas las calles. Los trenes son mucho más grandes y visibles que los automóviles, su cadencia de paso es menor y es bastante regular, y, además, circulan por vías exclusivas perfectamente reconocibles y a las que no hay que acceder por ninguna razón. Cualquier riesgo con el tren es miles de veces más alto con los automóviles, pero así están las cosas.
Vayamos al gasto público. Muchos españoles creen que el dinero público es inagotable y que, por mucho que se gaste no se perjudica a nadie. Los españoles no relacionan el gasto público con los impuestos, porque aquí nos las hemos arreglado para que los impuestos sean imperceptibles, forman parte del precio de las cosas y están incluidos en lo que ganamos, de manera que casi nadie paga nada. Una medida de salud pública realmente profunda sería separar los precios de los impuestos y retirar las retenciones de los salarios. Si así fuera es posible que la lectora de La Vanguardia fuese menos exigente demandando unas vallas innecesarias en Arenys de Mar, uno de los ferrocarriles más antiguos de España, cuyo número de accidentes seguramente sea miles de veces inferior a los de cualquiera de las carreteras de las inmediaciones, esas que la lectora de Arenys utiliza cada día sin ningún susto.

La gallina de los huevos de oro

Casi todo el mundo sabe que no conviene matar a la gallina de los huevos de oro, pero muchos políticos no se han enterado todavía. Me acordé de la fábula, imagino que esopiana, al intentar almorzar esta mañana en una de las poblaciones cercanas a Madrid, un lugar con fama de próspero y, en otro tiempo, muy placentero de visitar. No diré el nombre, por no perjudicar, pero sobre todo, porque me temo que el caso sea muy común. Independientemente de su riqueza agrícola, la localidad tiene un considerable atractivo turístico; el municipio ha seguido una política de conservación y urbanística exigente y rigurosa, de manera que, hasta hace poco, daba gusto pasear por sus calles, visitar su plaza y comer en alguno de sus numerosos restaurantes, cosa que ahora se ha convertido en un imposible. El caso es que hoy, domingo, he visto las calles vacías, los restaurantes de la plaza cerrados; la crisis, pensé, pero inmediatamente vino a sacarme de mi error la presencia de unos amenazantes policías que, al ver que intentaba aparcar en un lugar absurdamente prohibido, tuvieron la amabilidad de impedírmelo, eso sí, a voces, no se vaya a pensar que esté en riesgo el macizo de la raza, para seguirme luego a cierta distancia, supongo que para evitar que cometiese una infracción o, más probablemente, para tratar de multarme si la cometía. Un exceso de cuidado y de protección ha matado la vida turística del municipio en el que, entre otras cosas, no hay manera de aparcar: tal vez pretendan que los turistas vayamos a la villa en los medios públicos de transporte que, como se sabe, son más ecológicos y solidarios que el cochecito burgués.

El resultado fue que me fui a comer a otra parte. Comenté el caso con el camarero que me atendió; me dijo que era un problema muy conocido, que el municipio tenía la deuda mayor de toda la Comunidad de Madrid (pace, Gallardón, claro), a lo que seguramente no será ajeno el pretencioso mamotreto que hace de sede del ayuntamiento, y que, a base de cuidados ambientales, ornamentales, urbanísticos y de todo tipo estaban matando la vida turística del municipio.

Cuando las administraciones públicas no se dan cuenta de que sus impuestos, sus prohibiciones, y sus pretenciosas mejoras de todo tipo, pueden acabar con la vida económica de sus ciudades, el desastre es seguro. Lo que me sorprende de este caso es que el responsable no es, según me dijeron, un político socialista, sino, al parecer, un alcalde que milita en un partido que se pretende liberal, pero que actúa de una manera insensata y dictatorial, y que se dedica a gastar lo que no tiene. Me parece que su partido debiera controlar a esta clase de socialistas de derechas, que tanto abundan, y que no tienen nada que envidiar a la política de ZP en lo que se refiere a gastar y gastar, mientras los negocios privados, aunque no, ciertamente, los de sus amigos, se van a pique mientras ellos están construyendo un mundo perfecto.

Europeana se despide a la francesa

La inauguración de Europeana ha sido un éxito, aunque no un éxito indescriptible. Ha tenido que cerrar por exceso de demanda. Qué pena. Con lo bien pensado que estaba todo y el público insolente lo ha echado abajo con sus prisas y sus malas maneras. Yo me malicio que la culpa ha sido de los españoles que han acudido presurosos a compensar con su presencia la escasez de documentos hispanos. En Francia seguro que ni se han molestado en entrar porque como tienen casi un sesenta por ciento del total (han pecado, como suelen, de modestos calculando el porcentaje) ya tendrán tiempo de recrearse con sus clásicos.

Bien pensado, quizá la causa esté en que se ha inaugurado Europeana sin el Quaero, ese buscador que iba a dejar al anglosajón y perverso Google en mantillas. Este tipo de renuncias son muy dolorosas para la cultura europea y además traen estos desajustes.  A ver si aprenden los funcionarios galos a hacer las cosas con más calma y con el salero, la amabilidad y la amplitud de miras por los que son universalmente envidiados. Además, ya de paso, cuando funcione bien que la llamen con un nombre con más esprit porque esto de Europeana suena raro, la verdad.

En cualquier caso, gran día para los defensores de la cultura y los debeladores del mercado. Seguro que la lectura de estos documentos no tiene la clase de problemas (verticalidad y esas cosas) que afecta a los documentos de redes privadas y mercantiles. Y sin publicidad y con cargo a los impuestos, es decir, gratis: ¿se puede pedir más? 

Conciencia ciudadana

De la crisis actual, venga de donde viniere, cabe esperar un nuevo despertar de la conciencia ciudadana, al menos en lo que se refiere al empleo de los dineros públicos. En la actualidad, se podría decir que hay una línea roja que une dos cosas, a primera vista, totalmente contrarias, la retórica democrática (somos un país sin apenas experiencia pero queremos dar lecciones a todo el mundo, debe ser un resto de nuestro pasado imperial) y la práctica de un despotismo, más posmoderno que ilustrado, que deja al respetable bastante sorprendido en muchas ocasiones.

Los ciudadanos empiezan a hacer cuentas con sus impuestos y el resultado es bastante más que decepcionante. Por ejemplo, una encuesta on-line de un periódico de Barcelona muestra que más del 80% de los lectores creen que la enseñanza universitaria está anticuada y, también en Barcelona, los vecinos se muestran descontentos de cómo se están llevando a cabo las obras de Lesseps, mientras el Ayuntamiento  considera que esas obras son ejemplo de participación ciudadana.  

La misma idea de participación muestra que algo anda mal con la representación: si los concejales y los diputados se ocupasen de verdad de sus representados, tal vez no fuera necesaria tanta participación. En Madrid, las quejas de los vecinos por los aumentos de impuestos claman al cielo (más van a clamar cuando reciban el IBI), y el estupor se apodera del público cuando se entera de que la discoteca en la que han matado a un chaval por un “quítame allá esas pajas” tenía cerca de medio centenar de denuncias sin que, aparentemente, nadie hubiese hecho nada al respecto.

Los ayuntamientos reclaman más dinero para poder un sinfín de actividades, que ellos mismos califican de “impropias”, y que se pueden llevar a cabo más o menos pacíficamente porque nadie puede calcular los costos de estos gastos que son, en realidad, gastos puramente electorales. Y luego dicen que lo público es más trasparente. 

[publicado en Gaceta de los negocios]

Sin multas no hay Paraíso

En Barcelona, como en casi todas partes, el tráfico disminuye pero las multas crecen. Esta relación anti-simétrica debería hacernos pensar. Los ayuntamientos son ingeniosos y desafían de continuo al buen sentido que, como ha demostrado la historia de la ciencia, conduce a muchos errores, es decir que los ayuntamientos parecen proceder conforme al método científico. Me temo, no obstante, que no sea el caso. Los ayuntamientos crecen cuando la ciudad crece, pero cuando las cosas decrecen, los ayuntamientos, que son un gran invento, tienen que seguir creciendo.  Así, por ejemplo, a menos tráfico, más multas, a menos actividad, más impuestos, a menos empleo, más funcionarios, a menos productividad, más controles. Se trata de la misma lógica perversa que explica la insensibilidad de los políticos hacia el gasto suntuario: cuando los ciudadanos se tienen que apretar el cinturón, los políticos contratan un decorador más caro o mejoran el blindaje de sus autos. Así, dan ejemplo de optimismo que ya se sabe que es la mejor manera de salir de la crisis.

Los ayuntamientos no pueden cejar en su lógica porque se acabarían derrumbando. Su misión es hacernos más felices y no van a vacilar por una dificultad pasajera en su incesante aumento del gasto. La limitación de los impuestos es que son proporcionales a lo que gravan (un fallo imperdonable en su diseño), mientras que las multas, a Dios gracias, presentan un amplísimo margen para la creatividad de los diligentes funcionarios municipales.

No conozco los datos de Madrid al respecto, pero me temo que no sean muy distintos. Sí puedo apuntar un detalle interesante: los tipos de interés que se pagan por los retrasos en las multas son realmente espectaculares, si se comparan con otros municipios menos imaginativos. Me parece lógico: no se puede cobrar a lo chico cuando se es una ciudad grande. Además, ahora que Obama nos acaba de birlar la Olimpiada para dársela a Chicago, algo habrá que inventar para no renunciar al Paraíso. 

[Publicado en Gaceta de los Negocios]

Garantiza que algo queda

Los gobiernos han descubierto que lo suyo es garantizar y se han puesto a ello en una curiosa carrera por ver quién garantiza más. Nuestro simpar líder no se ha quedado corto y ha puesto el listón en los 100.000 euritos que no están mal, para empezar. A mí, que ni soy economista ni, para mi desgracia, necesito que me garanticen esos depósitos, se me ocurre preguntar en porqué no garantizan más, a ver qué pasa. En realidad los gobiernos siempre se dedican a garantizar y lo que siempre garantizan es que les vamos a pagar en la medida en que nos lo pidan. No hay competencia que valga en cuanto se trata de Hacienda, cosa que se trata de disimular con aquel lema piadoso que dice que Hacienda somos todos. Pues menos mal, porque si solo llegan a ser unos pocos, vaya un negocio que tendrían montado.

Me temo, por tanto, que lo que están garantizando estos garantes es que nos van a sacar el dinero con la rara eficacia que suelen emplear en esta tarea. Es curioso que el mundo respire tranquilo con esta clase de promesas.  El paso siguiente podría ser poner una renta universal, que es una cosa que hace mucho tilín a los progres porque suena a muy justa y muy equitativa. Que nadie se quede sin renta, del mismo modo que nadie se va a quedar sin garantías y el que salga el último que apague la luz. 

Da gusto ver a los gobiernos entregados a cuidar de su grey, sin reparar en gastos. Queda mucha gente que sigue creyendo que esto de los poderes públicos consiste en darle a la manivela de la maquinita del dinero y no acaban de entender las razones para ser tan rácanos. Es gente beatífica que lo mismo te ayuda si te ve tumbado, sufriendo y solo a la vera de un camino, o sea que no hay que molestarse en criticar sus sentimientos, porque de ellos va a ser el reino de los cielos, mientras que los que andamos preocupados del dinero de bolsillo podemos tener problemas con San Pedro, al menos eso dicen los de la teología de la liberación. 

¡Qué fácil sería conseguir el Paraíso en la tierra a nada que los gobiernos dejaran de ser rácanos y garantizasen lo que es debido! Menos mal que el nuestro ha puesto manos a la tarea con la alianza de civilizaciones y las leyes progresistas que garantizan casi todo. El que se queje es un bicho raro y tiene un poquito de mala sangre. 

Esta situación de emergencia es ideal para la buena gente de izquierda: la culpa la tienen los malos, o sea Bush y los despiadados capitalistas, la solución está en las manos de los gobiernos amigos del gasto, que son los que más dejan a la parroquia, y el público tiene miedo y tiene que refugiarse en quién sea, en el mismísimo Pepiño si la cosa se sigue poniendo gris. ¡Ya era hora de que se les cayera el antifaz a los liberales! Esto está en el bote.