El problema no es Rubalcaba

¿Recuerdan lo del dedo y la Luna? pues es inevitable hacerlo al oír a quienes se empeñan en que APR debería dimitir, como si eso sirviese para algo. El problema no es APR, el problema es que la política del PSOE todavía no ha tocado suelo porque nadie se atreve a pensar ni por un minuto en qué debería ser el nuevo PSOE tras el absoluto desastre de Zapatero, pero tendrán que hacerlo, es un favor que se les pide y que nos deben. No irán a ninguna parte mientras se empeñen en llevar la contraria a su historia, olvidándose de que son españoles, a su clase, olvidándose de su origen socialmente humilde, y a su orientación política, sin confundirla con ningún oportunismo. Es difícil que lo consigan, pero yo lo preferiría. 

El parto de los montes

Sin que se sepa muy bien por qué, seguramente habrán sido muchos los que han respirado tras el final del riguroso suspense con el que se clausuró el conclave socialista, una reunión en la que lo único  que ha habido, por más que se le llame Congreso, ha sido la elección entre dos formas agónicas y artificiosamente enfrentadas del mismo zapaterismo, el  continuismo matizado por las devociones hacia el pasado anterior a Zapatero, representado por Rubalcaba, y la ridícula pretensión de renovar el zapaterismo que representaba Carmen Chacón.  Lo único positivo de este espectáculo tan insustancial ha sido que las votaciones se hayan hecho como debe ser, en secreto y no brazo en alto, norma elemental que debiera ser de obligado cumplimiento para los partidos pero que, una y otra vez, se saltan las cúpulas directivas para mejor controlar a quienes supuestamente les controlan a ellos, y que, a no dudar, Rubalcaba volverá a saltarse de nuevo en cuanto pueda.  La división en el seno del millar de delegados era de tal porte que no ha habido otro remedio que tomarse en serio  el derecho al  secreto del voto, aunque sea por una vez.
Vista la victoria de Rubalcaba por un margen tan estrecho e insignificante, no hay más remedio que decir que el PSOE no solo está derrotado, sino completamente dividido. Es verdad que los militantes suelen tener un alto sentido de la supervivencia, y acudirán raudos en auxilio del vencedor, pero el partido, obligado a una dolorosa y muy larga travesía del desierto, se ve obligado a empezar la marcha en las peores condiciones posibles. No es fácil hacer profecías ante andadura tan arriscada como la que les espera, pero no es difícil suponer que la unidad que tanto se proclama vaya a brillar por su ausencia, y que las facturas que unos y otros se van a girar tras esta escaramuza tan reñida no van a cesar en el corto plazo, ni mucho menos. No se trata de integrar a una minoría, sino de  acomodar a una buena mitad de dirigentes convencidos de que este triunfo de la vieja guardia va a suponer un retroceso aún más grave que el recientemente registrado en las urnas.
Aun sin mediar argumentos ni ideas, la lucha por el liderazgo ha sido un enfrentamiento radical de dos facciones que ahora mismo, y la situación se agravará con toda probabilidad después del 25 de marzo, no tienen un poder que compartir y que, en consecuencia, van a seguir luchando cuerpo a cuerpo en las innumerables escaramuzas que jalonan el desarrollo de la vida del partido, especialmente cuando la política se pretende hacer sin grandeza, sin ideas, sin generosidad y sin otro fin que mantenerse en el poder.
La división socialista es consecuencia de la derrota, desde luego, pero los socialistas deberán, cuanto antes, empezar a preguntarse en serio por sus causas, por las razones por las que más de un cuarenta por ciento de sus electores han preferido otra cosa. No lo harán, porque ello supone poner en serio riesgo toda la tramoya ideológica en la que se ha venido fundando el opíparo negocio político del PSOE, abrirse a una renovación que supondría, para empezar, la jubilación de la casi totalidad del personal político del PSOE, que en el caso de Griñán o de Rubalcaba apenas podría llamarse anticipada. El hecho de que ni siquiera se haya dejado adivinar la posibilidad de una tercera vía, es realmente dramático, por cuanto significa que Zapatero ha triunfado aniquilando por completo a las personas que hubieran podido encabezar una renovación. Es un sarcasmo que Chacón haya pretendido  enarbolar esa bandera en un partido que ha se ha sometido con impavidez y talante gallináceo a las ocurrencias del líder, contemplando cómo una política demente y absolutamente irresponsable iba arruinándonos a todos, aumentando las cifras del paro y dejando a la sociedad española en la peor situación desde hace décadas, sin esperanza, sin horizontes.
Que la solución que los socialistas proponen a los españoles consista en dar un cheque en blanco a uno de los políticos más gastados y desprestigiados de la democracia, indica la profundidad de la crisis socialista, su absoluta carencia de recambios, su incapacidad para la renovación, su ceguera a las realidades políticas y a los deseos de los ciudadanos. Todo indica que este Congreso se ha decantado finalmente merced a las habilidades secretas de personajes como Blanco o Zarrías, gentes sin ideas, sin un mínimo atractivo, pero que dominan eficazmente el arte de hacer propuestas que no se pueden rechazar a personas que se lo deben todo.
Este Congreso ha sido decepcionante porque en él no se han escuchado ni las razones de los votantes socialistas para  dejar de serlo, ni las disculpas de los responsables de ese inmensa e inaudito abandono por parte de los votantes. Todo se ha resuelto entre bambalinas, en secreto, sin razones, casi sin eslóganes, porque los dos candidatos han competido en decir idénticas vaguedades, en no dar ni una mínima muestra de razón política, en despreciar, en el fondo, aquello que no pueden controlar, la inteligencia y la voluntad de los electores  que no les deben nada. El horizonte socialista es casi tan sombrío como la biografía política de su nuevo líder. El futuro nos dirá si ese partido convulso y deshecho es capaz de renovarse y rehacerse por el bien de la democracia y de los españoles, pero, si no lo hacen, otros ocuparán el papel que ellos han desempeñado, y es muy posible que eso sea lo mejor para todos. 
La barbarie crece

Del GAL al Faisán y tiro porque me toca

Ayer, las abatidas huestes socialistas recibieron la visita del abuelo Cebolleta, como lo calificó un indiscreto micrófono, del propio Felipe González, que tuvo a bien sacar una de sus más viejas cazadoras del armario para demostrar el enorme aprecio que le une a su amigo Rubalcaba, pese a que Felipe vuela ya ingrávido por el edén que todos sueñan, porque, aunque no se trate exactamente del paraíso socialista, el deseo no tiene límites. 
No es rara la presencia de Felipe cuando el negocio amenaza quiebra. Su figura produce tanto entusiasmo como estímulo, porque todo socialista lleva en su mochila el bastón que le pueda convertir en titular indiscutible de la jet set global, y en asesor áulico del mayor millonario del planeta, pero es que además, Felipe no puede perderse un aquelarre en el que se anuncien medidas para poner en su sitio a los levantiscos, más impuestos a la clase media, nuevas tasas sobre el alcohol y el tabaco, y una imaginativa eliminación de las deducciones a las empresas por los gastos en cubrir los  seguros de enfermedad de sus empleados. Todo para el pueblo, como se dijo en la primera gran incautación de la democracia, a las semanas de tomar Felipe los mandos del país.
Como hay poco de lo que presumir en estos ocho años de pesadilla, Felipe se atuvo a los principios, a lo básico. Les exhortó a pasar al ataque, a presumir de lo que han hecho, como si hubieran hecho algo que fuese digno de loa.
El PSOE de 2011 se refunda sobre una síntesis entre la guerra sucia del GAL, y la colaboración con banda armada que supone la chivatada del Bar Faisán, de manera que no se diga que los socialistas no tienen soluciones. Lo malo de sus soluciones es que siempre coinciden en violar la ley, en colocarse por encima del bien y del mal, en parapetarse más allá de cualquier control haciendo una peculiar e interesadísima interpretación de lo que es la soberanía, que queda convertida, en sus manos, a que se haga su caprichosa voluntad más allá de cualquier clase de controles.
Los gobiernos socialistas han sofocado sistemáticamente la poliarquía,  algo esencial a cualquier democracia, sometiendo sin miramiento alguno a las instituciones que tratan de cumplir con su papel constitucional, para que la Justicia no pueda tocarles, para que la Prensa permanezca callada, para que nadie se atreva a imputarles nada de lo que han hecho porque consiguen que el disimulo y la ocultación lo tape todo, o casi todo, que los tribunales, en los que se han introducido con las peores mañas, amplíen enormemente el rango de la presunción de inocencia cuando se trata de uno de los suyos.
Esa enorme dedicación a la martingala y el oscurecimiento de lo que realmente hacen les permite seguir defendiendo sus retóricas habituales, afirmar que su política consiste en acrecentar los derechos sociales, incluso cuando recortan las pensiones, bajan el sueldo de los funcionarios, cosa de la que no había registros en los anales de la vieja España, o suben alegremente la edad de jubilación para evitar los malos pensamientos que siempre trae consigo el ocio.
La presencia de Felipe González y el ungimiento de Rubalcaba como nuevo líder y como candidato pone fin a una etapa de socialismo que no ha sido mejor porque ha sido todavía más cutre y ruin, más incompetente, pero sería un error pensar que al liberarnos de Zapatero y su corte milagrera el socialismo español vaya a parar en nuevas manos, en alguien que pudiera hacer que España contase con una izquierda creativa, decente, patriótica y responsable. El relevo del ayer lo toma el anteayer. El único consuelo es que, de momento, no parece que vayan a tener mucho que hacer en el mañana, pero que lo intentarán, como siempre, por las buenas o por las malas.
 Publicaciones digitales, propiamente dicho

Madrid, ¿un socialismo emergente?

La victoria de Tomás Gómez frente a la candidata explícita del zapaterismo muestra, desde luego, que el entusiasmo de los socialistas madrileños con el inquilino de la Moncloa no es precisamente indescriptible. Los Rasputines que se disputan la administración de las exequias, y la herencia del PSOE, tienen desde el domingo un panorama más complicado que el que tendrían si la victoria hubiese sonreído a la compañera Jiménez. Sin embargo, más allá de esta lectura inmediata, bien pudiera ocurrir que la victoria de Gómez signifique algo más hondo que un revés mediano para los actuales mandamases del partido.
La Comunidad de Madrid representa, por muy diversas razones, una singularidad muy notable en el panorama político español. Una de las consecuencias de esa anomalía es la escasa significación política nacional de las organizaciones partidarias madrileñas. Basta con reparar en que, desde 1977 hasta hoy, los líderes de los grandes partidos han sido de cualquier parte, salvo de Madrid. Este sesgo estadístico es especialmente llamativo en el PSOE cuyos orígenes históricos no están precisamente en la periferia. Desde 1977, en el PSOE han mandado andaluces, catalanes, gallegos y castellanos, pero ningún madrileño ha ocupado nunca una responsabilidad importante en el partido. Tomás Gómez puede romper esa tradición. Su insumisión ha sido muy significativa, y el apoyo mayoritario de los militantes, un público muy proclive a obedecer en el que abundan los funcionarios del partido, lo ha sido todavía más. Ahora bien, ¿qué puede significar esa rebeldía de las bases, más allá del desagrado de los militantes con el actual estado de cosas en el PSOE?
El PSOE lleva en Madrid 16 años fuera del poder. ¿Por qué el PSOE sigue siendo tan fuerte a nivel nacional, pese a su debilidad madrileña? Creo que la mejor manera de responder a esta cuestión es la siguiente: el PSOE no puede conseguir en Madrid lo que logra con tanta facilidad en el conjunto de España, porque en Madrid no tiene venta fácil el tipo de política territorial e institucional que el PSOE ha venido haciendo suya, y que Zapatero ha exacerbado. Sin políticas que alteren las reglas del juego, sin agitar sentimientos de desestima o de emulación, sin prometer estatutos en el filo de la navaja, es decir, a solas con la economía, la gestión y los aleluyas ideológicos, el socialismo ha venido naufragando en Madrid.
Además de la necesidad de imaginar una política socialista capaz de conseguir una mayoría de madrileños, la posibilidad más interesante que se abre tras el triunfo de Gómez es que el socialismo madrileño empiece a recuperar la influencia perdida, a dejar de ser una paradójica sucursal de una extraña confederación de fuerzas. Lo que ahora se percibe a primera vista representa una peripecia menor, pero, por detrás de las obligadas carantoñas hacia los vencidos, y de la retórica mentirosa tan habitual en los partidos, la realidad es que Gómez es uno de los escasos líderes políticos con capital propio, y alguien con el que se habrá de contar en el futuro del socialismo. Otra cosa es que Gómez no se atreva con la que se le ha venido encima: ni a ser el primer líder del postzapaterismo, ni a empeñarse en buscar y formular una línea política original y de gran fuste, aunque parece que ni le faltan ganas, ni escasearán las oportunidades.
Tomás Gómez se ha de enfrentar, a plazo muy corto, con una dificultad de apariencia formidable, como es la de vencer a Esperanza Aguirre, probablemente sin contar con el apoyo entusiasta de los vencidos, por más que ahora entonen toda clase de salmodias de unidad, y de que “todo el mundo es bueno”. De cómo afronte Gómez esa cita tan problemática puede depender no solo su futuro, sino el futuro del partido. Si Gómez lo cifra todo en la victoria, puede quedar destrozado con facilidad, mientras que si acertare a plantear su estrategia con un horizonte más largo y con mayor calado ideológico, una derrota cantada podría convertirse en otro escalón hacia el protagonismo nacional.

Tomás Gómez es un hombre de izquierdas y, más allá de algunas anécdotas no muy afortunadas, está inédito, es decir, tiene la posibilidad de liderar una nueva política, algo que el socialismo viene necesitando desde el declive de Felipe González, y que la herencia inasumible de Zapatero pondrá de manifiesto de manera dramática. Es verdad que el socialismo es una fuerza electoral formidable, y que podría vivir de las inercias durante bastante tiempo, pero hay que ser muy ciego para no ver que la orfandad en que quedará tras la más que probable derrota de Zapatero, y/o de sus herederos, exigirá la aparición de un nuevo liderazgo político, de un personaje de largo recorrido. No es Tomás Gómez el único candidato con condiciones para cumplir esa función, pero si será, seguramente, el que vaya a quedar menos afectado por la debacle que se adivina. Si acierta a moverse, Gómez podría ser un arma cargada de futuro.
[Publicado en El Confidencial]

Una década ominosa

Hace ya diez años que ZP decide la política de los socialistas españoles y a él le ha parecido que es algo que se habría de celebrar. Es un caso claro de que, como decía Espinosa y me gusta repetir, la política es la simpatía que el poder siente por sí mismo. Visto desde fuera, el fasto no lo es tanto, o no lo es en absoluto.
En la historiografía del siglo XIX es corriente contraponer el trienio liberal a la década ominosa, los buenos y escasos años en que rigió la Constitución de Cádiz, a los años oscuros y penosos en que quien había sido “El deseado” ejecutó a su antojo una política extremadamente funesta. Al cumplirse esta aniversario zapateril es inevitable comparar estos diez años de su liderazgo, con ese período tan nefasto de nuestra historia.
ZP ha llevado a España a una situación tan negativa que es difícil encontrar precedentes para el caso, lo que es especialmente grave si se piensa que heredó una economía en crecimiento y un país en plena confianza en sus posibilidades. Desde 1996, bajo los gobiernos del PP, España había alcanzado tales cotas de bienestar y crecimiento que a muchos parecía que hubiésemos entrado para siempre en una nueva etapa de nuestra historia. Todo eso comenzó a truncarse en 2004: tras unos días de terror y de espanto, en los que el PSOE dio buena muestra de lo que entiende por solidarizarse con la política antiterrorista del gobierno cuando él está en la oposición, los españoles se encontraron, por sorpresa, con un político bisoño y sonriente al que, como había sucedido con Fernando VII, prestaron una acogida benevolente y esperanzada.
El recién llegado dio pronto muestras de lo que iba a ser una de las constantes de su gestión: la política de gestos. Como para confirmar la buena impresión que de él se tenía tras no haberse levantado a saludar la bandera americana en el desfile de las Fuerzas Armadas, retiró a toda prisa nuestras tropas de apoyo a la pacificación del Irak sin importarle ni poco ni mucho los costes del desaire a nuestros aliados. Es necesario reconocer que en esto no ha cambiado: nuestro presiente se muere por una imagen, por una cita, por un retruécano. Como dicen quienes le conocen bien, no hará nunca un mal gesto ni una buena acción.
Durante su primera legislatura, Zapatero ha podido creerse, como la mosca posada en la cabeza de un elefante, que controlaba la situación. Una economía lanzada, pero gravemente necesitada de ajustes y medidas de prevención, le permitió iniciar una alocada carrera de gasto para comprar adhesiones y sugerir a los electores que todas las carencias y los problemas eran, únicamente, consecuencia de la tacañería y la avaricia de la derecha. Se dedicó a vaciar la despensa, convencido de que alguien volvería a llenarla a tiempo, lo que, como es obvio, no ha sido el caso, y, al tiempo, puso todos sus esfuerzos en inventar una España en la que la derecha ya no pudiese gobernar jamás. El Pacto del Tinell fue el anuncio de esa política sectaria y diametralmente opuesta a las bases de nuestro sistema constitucional. Sus dos grandes realizaciones fueron el mal llamado proceso de paz con ETA, que ahora pudiera estar conociendo una segunda oportunidad, y el Estatuto de Cataluña. El intento con ETA acabó con la voladura de la T4, crimen que ZP consideró como un mero accidente. La farsa del Estatuto está dando estos días sus últimos coletazos, pero no hay que descartar que un presidente tan obstinado como obtuso trate de convertir el fuerte palmetazo que le ha propinado el Tribunal Constitucional en una nueva fuente de dádivas para sus bienamados nacionalistas.
Convencido de que los gestos, y las palabras hueras, lo son todo, negó persistentemente la existencia de una crisis económica, trató de evadir cualquier responsabilidad, e intentó, incluso, pasar por ser el autor de las medidas que los mandatarios internacionales decidieron poner en práctica, mientras nuestro poeta seguía gastando el dinero que no tiene en reparar los bordillos en inútiles esquinas. En sus manos, hubiéramos ido a la ruina total, y solo la insólita intervención de Obama y de Merkel han conseguido que sea capaz de enfrentarse mínimamente a la espantosa situación de crisis y de deuda que ha generado su frivolidad y su ignorancia.
Zapatero no solo ha conseguido destruir una situación económica muy sólida, sino que ha vaciado por completo de contenido político al PSOE, y ha condenado al PSC a ser una caricatura nacionalista de lo que siempre ha sido. Aunque sus acciones parezcan apuntar diversos objetivos, la permanencia en el poder es y será su única estrella. Ahora trata de oficiar de patriota dispuesto al sacrificio, de líder que se inmola por la salud de todos: es únicamente la penúltima careta de un líder astuto, inmisericorde, cínico, vacío y peligroso.

El PP baja en las encuestas

Con la que está cayendo, como decimos los castizos, resulta que el CIS ha desvelado que el PSOE sube en las encuestas, y el PP baja. Muchos se han apresurado a hablar de la cocina del CIS, y hay que reconocer que algunos datos de la encuesta resultan sumamente sospechosos. Yo creo, sin embargo, que el PP haría mal desatendiendo esta clase de signos, pero últimamente me equivoco bastante cuando opino sobre lo que le conviene al PP, para no hablar de lo que al respecto creen sus dirigentes.
Lo que yo veo es que el descontento de los electores del PP con Zapatero es mayúsculo, y también el de otros muchos que tuvieron la debilidad de votarle. También veo que esos mismos electores no acaban de estar encantados de las cosas que dicen, y hacen, Rajoy y el resto de portavoces del PP. En esta situación, bien pudiera pasar que la crisis dejase de agravarse, que ZP pasase por el aro de lo que le impongan Merkel y Sarkozy, y que el PP se quede casi sin discurso. Sé que ZP tiene casi tanto carácter como el escorpión que viajaba con la rana, pero también recuerdo sus contorsiones. En fin, que no las tengo todas conmigo, y temo que el declive de las encuestas pueda ser algo más que un efecto escénico, pero a lo mejor lo pienso porque me dejo convencer por los que creen que no servirá de nada votar al PP de Rajoy. Espero, por el bien de todos, que las cosas cambien.

Tocado pero no hundido

Napoleón decía que las batallas las ganaban siempre los soldados cansados; no es mucho decir, sobre todo porque resulta inverosímil que las batallas las ganen los soldados que no se hayan esforzado. Viene esto a cuento del estado de ánimo que se adivina en muchos de los dirigentes del PP, sometidos durante los últimos meses a un intenso fuego, del que han salido, y se adivina que seguirán saliendo, con bastante buen píe. El cansancio no debería verse como un motivo para la dejadez, sino como una condición necesaria de la victoria. A poco que reflexionen, verán que parte de los sufrimientos de los últimos meses se habrán debido a un exceso de laxitud de conciencia en lo que se refiere a las menudencias, olvidando que sus adversarios tienen siempre a punto las correspondientes lentes de aumento. Laxitud, bisoñez y algo de cobardía, han sido las causas de los errores cometidos, pero la batalla ya está vencida, y solo resta aprender. Seguramente habrá muchos que piensen que, sin esas menudencias, la política no merece la pena y no estaría mal irles enseñando, sin pausa alguna, el camino del abandono para que puedan retornar a sus rutilantes vidas privadas.

Magullados por algunos disparos muy mal intencionados, pero menores y chapuceramente dirigidos (recuerden la cacería y a sus protagonistas), las huestes del PP está en perfectas condiciones para iniciar su singladura definitiva camino de la mayoría política.

El PSOE, por su parte, va a lamentar haberse empeñado en una batalla de desgaste para obtener unos objetivos tan notoriamente escasos. Es asombrosa la absoluta carencia de autocrítica con la que se despachan, y lo poco que calculan las derivadas de sus acciones; tal vez su error haya consistido en sobrestimar su capacidad de dictar sentencia a partir de los titulares de lo que en otro momento pudo considerarse prensa de prestigio.

Sea como sea, a partir de septiembre, la política tendrá que tener otro argumento, porque esta cacería contra el PP ha terminado en desbandada. El Gobierno pudiera intentar seguir con el maquillaje estadístico, y con esos juegos de palabras que tanto entusiasman a su parroquia, pero, desgraciadamente, las malas noticias económicas españolas se van a intensificar de manera casi insoportable. Será pues Rajoy quien haya de esforzarse para que la política gire en torno a sus propuestas y, presumiblemente, para encontrar una fórmula parlamentaria que nos pueda liberar del largo resto de legislatura: todo lo que haga en ese sentido, especialmente si consigue el objetivo de apartar a Zapatero de la presidencia, será muy de agradecer, no solo por los españoles de ahora sino por los del futuro, puesto que podríamos disponer de un ejemplo notorio del carácter parlamentario de la monarquía española.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Si a ERC le va bien, a los españoles nos irá muy mal

Deben ser muy pocos, si es que hubiera alguno, los países que puedan presumir de tener un enemigo interior de la categoría de ERC instalado en el quicio del sistema político. Nosotros somos tan peculiares que no solo tenemos uno, sino varios, es decir, que en caso de desmayo de ERC, tendríamos dónde escoger.

Resulta que el mayor enemigo del reino, el que abomina de nuestra Constitución, el que se mofa de sus símbolos e instituciones, el que niega las evidencias de una historia común, el que más se empeña, creo que vanamente, en combatir nuestra poderosa lengua, el que más obscenamente nos desprecia, el que no pierde ocasión de zaherirnos y manifiesta de manera continuada su deseo y su determinación de apartarse definitivamente de nosotros en cuanto se vea con fuerza para hacerlo, es quien determina en última instancia las decisiones del Gobierno y, para mayor recochineo, se lleva la parte del león cuando se trata de repartir fondos comunes. Los 300.000 votos de ERC han valido más que todos los demás juntos, y ERC no solo no se ha avergonzado de sus chapucerías, sino que ha presumido a voz en cuello de su mando en plaza.

¿Tiene esto remedio? Difícil mientras ZP siga siendo líder del PSOE, consiguiendo algo que pareciera imposible: gobernar contra los más con el auxilio de sus enemigos.

¿Hasta cuándo consentirán los españoles semejante burla? Como nunca he sido “progre”, me puedo permitir un comentario que pudiera parecerlo: no hay que olvidar que, con ligeros cambios demográficos, estos españoles que consienten tal cosa aguantaron impertérritos cuarenta años de Franco y, en su inmensa mayoría, no movieron un dedo contra las instituciones que le heredaron. Entre nosotros, se teme al que manda, aunque se cisque en nuestros intereses.

La izquierda ha sabido utilizar mejor que la derecha este carácter mansueto de los españoles, y se está permitiendo el lujo de someter a contraste la parábola del rey desnudo, sin que uno solo de los suyos alce la voz para reconocer que el personaje está en pelota picada. Disciplina, ignorancia o interés, o una hábil mezcla de las tres cosas. La situación es digna de Valle Inclán porque todo un pueblo puede ir a la ruina, estamos yendo a marchas forzadas, para que los señoritos de ERC puedan catalanear por el mundo y gastar suntuosidades sin cuento, a costa, sobre todo, del esfuerzo agónico de su burguesía, que está haciendo en esta historia un papel especialmente indigno del que no tardarán en arrepentirse. Pero a costa, también, de quienes se sientan plenamente españoles, catalanes o no, pero no se atreven a despedir por incompetente y desleal a ZP. Los síntomas evidentes de que vamos a un desastre de difícil arreglo empiezan a estar ya absolutamente claros. Los sindicalistas temen perder sus gabelas, pero, a este paso, perderán mucho más.

Un panorama interesante

Tras los resultados de las elecciones europeas, el paisaje político se ha hecho más abierto, de manera que, ahora mismo, cualquier hipótesis tiene su valor. Si esto condujese a una mejora de la calidad de la política, sería una gran noticia, aunque también pudiera suceder que los grandes partidos persistan en su terca querella, vista, como se ha visto, una vez más, la fidelidad de sus respectivos electores, aunque con matices.

Estos días han menudeado los pronósticos basados en la hipótesis cíclica y en un entusiasmo, en parte fingido, de los partidarios del PP o, mejor aún, del PP de Valencia, como lo calificó Rajoy. No es sensato pedir a los protagonistas que sean suavemente escépticos, pero es ridículo tomarse estos pronósticos en serio. Al PP le queda, mucho trecho por delante, y al PSOE no le queda menos.

El PP, por lo pronto, debería pensar en que lo que le queda no es precisamente más fácil que lo que ha hecho hasta ahora. Es el PSOE quien ha logrado su desgaste, y el PP se ha limitado a no hacer todos los disparates que se le hubieran podido ocurrir. Ahora no va a bastar con eso, porque no es sensato suponer que un político tan imaginativo y poco escrupuloso como ZP vaya a asistir impávido a la demolición de su fortín. Es evidente que la ingeniería defensiva y los ataques selectivos sobre su enemigo, que han menudeado, no le han dado ni un pequeño porcentaje de los frutos que esperaba. Que una operación largamente meditada como la de Gürtel haya resultado un fiasco se debe, me parece, a la espectacular cacería de Jaén (esa que el ministro creía que había sido en Ciudad Real), de manera que ZP tendrá que vigilar más de cerca las veleidades de los suyos para que no se le escape el botín por boquetes tan enormes. Es posible que esta precaución se le convierta al presidente en una tarea realmente agotadora, porque suele suceder que, cuando se perciben amenazas a medio plazo, se incrementen las tentaciones sobrecogedoras. No es que este vaya a ser el único problema del PSOE, pero el descuido ha impedido la eficacia de sus ataques, y podría hacerlo en el futuro.

Suele decirse que las elecciones no se ganan, sino que se pierden, lo aunque también puede perderlas la oposición. El PP de Valencia deberá empeñarse en no perder, si es que no se atreve a intentar directamente el asalto a la fortaleza. En cualquier caso, el PP solo puede intentarlo si actúa entero, no dividido. Quienes crean que Rajoy no posee las cualidades que necesita un ganador, y no son ni pocos ni insignificantes, deberán poner a buen recaudo sus reticencias, porque nada será peor que perder por falta de unidad interna. Pero el responsable máximo de garantizar esa unidad, y el que más se juega con ella, es el presidente del partido. Rajoy deberá acentuar sus perfiles más abiertos y no practicar ninguna afinidad selectiva que pueda resultar dolorosa a sectores significativos e importantes de su partido. No es malo que el PP gane en pluralidad y en diversidad, y sería realmente absurdo no saber manejar esa riqueza. El valor más fuerte del PP es su electorado, que no distingue ni Valencias, ni Sevillas. El siguiente valor es la buena impresión de austeridad y buen sentido que suelen dejar sus gobiernos, y en eso también hay de todo. Solo los muy necios confunden la política con la trifulca interna.

El PP no debería confundirse de enemigo, tampoco hacia fuera, y el nuevo partido de Rosa Díez, cuyo éxito es absurdo minimizar, no debería ser visto como un obstáculo por el PP, en ningún caso. Será un obstáculo, sin embargo, si el PP se pierde indebidamente en particularismos o en vaguedades e incoherencias. UPyD ha realizado una etapa fundacional realmente brillante que ahora deberá confirmar con una serie de aciertos sucesivos. Solo se le recuerda un borrón en su actuación en el País Vasco, afortunadamente rectificada a tiempo, y, si se evita la sensación de apuntarse a un bombardeo que puede dar una líder tan activa como Rosa Díez, puede granar un partido muy importante para el bien de todos. Las últimas elecciones muestran claramente que UPyD es un factor muy positivo porque obliga al PP y al PSOE a pensar que hay vida más allá de sus cansinas invectivas.

El PP debería dejar de vivir a costa del Falcon o de las memeces de Bibiana y ponerse en serio a articular una propuesta de fondo para la sociedad española, algo que vaya más allá de un programa de ocasión encomendado al redactor de turno. Si el PP acierta a desplegar la energía y el pluralismo que supo desarrollar entre 1993 y 1996, la Moncloa estará en sus manos, pero no deberá olvidar que, incluso entonces, estuvo a punto de quedarse con la miel en los labios. Pese a lo que pasa en Europa, la izquierda española es todavía muy poderosa, se cree posesora de una moral superior y son legión los que siguen esa estela con devoción religiosa. Este es el panorama al que tendría que atenerse un líder con ganas, y es también el mapa en el que no debieran perderse quienes tengan ganas pero no lleven el timón.

[Publicado en El Confidencial]

Sexo, mentiras y cintas de video

El título de la estupenda película de Soderbergh me ha venido a la cabeza con motivo del último discurso del presidente del Gobierno ante el Congreso. El tema principal es la mentira, mucho empeño en crear una realidad paralela para seguir tirando, lo demás fuegos de artificio, otra maniobra de distracción en la que picarán coroneles torpes. El Gobierno ha superado hace ya tiempo la normalidad para convertirse en un auténtico caso: la explicación tendrá que ver con tuertos y ciegos, pero no voy a entrar en eso. 

 

Los españoles no parecen ser  plenamente conscientes de que la política del PSOE nos lleva, por emplear otra expresión cinéfila, a la tormenta perfecta, al desastre total. Una de las pocas virtudes del presidente es la audacia, pero la audacia sin prudencia se llama temeridad, y puede llamarse crimen. En una situación tan mala como la española, Zapatero persiste en errores que le son advertidos con alarma hasta por los suyos que conservan un adarme de buen sentido.

 

El uso orwelliano del lenguaje está quedando convertido en un juego de niños en comparación con el cuajo del Gobierno para cambiar el nombre de las cosas: Aznar es el causante de la crisis, la economía reverdece, los niños catalanes aventajan al resto de niños españoles en el conocimiento de la lengua común, vamos a superar la crisis con más gasto, y un sinfín de etcéteras que podrían argüirse y que harían patente que Humpty Dumpty era un mero aficionado en comparación con Zapatero a la hora de hacer que las palabras signifiquen lo que a él le pueda convenir.

 

Pero no solo las palabras se retuercen. Deberíamos ser muy conscientes de que el retorcimiento de las leyes es, ahora mismo, la técnica de gobierno más efectiva de la izquierda de que gozamos de manera aparentemente tan inmerecida. Bastará con recordar las ideas, por llamarlo de algún modo,  de Zapatero sobre el significado del término nación o los trabalenguas con los trasvases y las reconducciones. Tal vez el caso más notable y reciente sea el de la reforma de la financiación de la televisión pública, y el apoyo consiguiente para la fusión de las cadenas amigas, al tiempo que se tapa la boca de los tibios. Se modifica lo que haga falta de la legislación y las condiciones de los concursos de adjudicación, de manera que el resultado sea el que convenga al Presidente y a su partido. De esta manera se obtiene dinero de todos para el disfrute del clan gobernante, sin que los suyos se le escandalicen porque se lo impide el estado de feliz inconsciencia en que les ha hecho caer el arrobo. Si Zapatero no tuviese que ganar elecciones, podría hacer suyo lo que dijo el presidente de la SGAE, que no estaban aquí “para ser simpáticos”.

 

Es muy evidente que esta izquierda que nos gobierna no cree en nada, pero, a cambio, es audaz, es decir, cree en sí misma, lucha denodadamente por su intereses sin que nada se interponga en su camino, ni leyes, ni diccionarios, ni lógicas. Tiene un método de explotación política que funciona bien, y lo aplica sin rebozo porque posee reservas de buena conciencia y de hipocresía literalmente inagotables. El apoyo incondicional de los suyos, a los que, además de halagar el oído, riega con abundantes regalías, no parece flojear, por el momento, de modo que no hay motivos para cambiar de catecismo. La izquierda es, además, previsora y ya se ha dado cuenta de la cobardía y sumisión de la derecha, de que el pacto con los happy few, siempre al servicio del que manda a ver qué se saca, le resulta suficiente para tener a la derecha en una suerte de impotencia crónica.  Pero, por si acaso, la izquierda está empezando a practicar también la acción directa, como lo pone de manifiesto el reciente asedio a la Asamblea de Madrid. Si le salió a pedir de boca el cerco de Génova en plena jornada de reflexión (¡aquí no hay nada que pensar!), es lógico que ensayen diversas medidas de intimidación, si ven que algo se mueve: tienen para ello suficiente ejército de reserva en esa nueva clerigalla que vive de la sopa boba sindical.

 

¿Cuánto puede durar este sainete? Si de ellos dependiese, la temporada sería eterna. ¿Puede acabar con esta clase de espectáculos la oposición? Parece que Zapatero no tiene mucho miedo por esa parte, pero tal vez se equivoque. Lo que debiera ser  evidente es que, en buena lógica, el electorado tendría que movilizarse en una gran operación de rechazo hacia esta superchería continua e irresponsable, pero, hasta ahora, no lo ha hecho. No hay que descartar que la cosa acabe haciendo realidad las teorías acerca de la cólera del español sentado, aunque para eso puede faltar todavía más tiempo del disponible. En medio de estas incógnitas, una democracia demediada y sin vitalidad se desangra. Como los conejos de la fábula, agonizamos discutiendo sobre galgos y podencos, en lugar de movernos en todas direcciones para que los cuentistas de este chapucero retablo de las maravillas tengan que salir por piernas del escenario.


[Publicado en El Confidencial]