Descartes y la máquina del mundo

Cuando Descartes concibió su sistema del mundo cayó en la cuenta de que el universo, como si fuese una vieja motocicleta, tendería a desvencijarse y a perder el equilibrio, a derrumbarse, de manera que se le ocurrió pensar que resultaba necesario  que el Buen Dios le diese, de vez en cuando, un papirotazo a la máquina del mundo para que siguiese girando sin mayores problemas, es decir, como aparentemente lo hace. 

Las máquinas de la economía y de la política  también tienden a desvencijarse, pero como no estamos en el siglo XVII, a casi nadie se le ocurre que haga falta un papirotazo divinal para que la cosa se encarrile. Muchos, sin embargo, rezan en silencio, aunque, como la mecánica es ahora más compleja que la de Descartes, no hay forma de saber si Dios nos echa o no una mano. 

La máquina económica parece tener un roto descomunal y, mientras  los expertos discuten sobre galgos y podencos, la prosperidad se ahúma en una gigantesca pira, de manera que nadie sabe a ciencia cierta, bueno, tal vez lo sepa Zapatero, cómo y cuándo habrá que empezar a reconstruir un mundo medianamente razonable. 

En España el desvencijamiento del tinglado es cuádruple del común, porque, además de nuestro peor diagnóstico económico, nos encontramos ante una crisis política realmente grave. También en este terreno necesitaríamos un auténtico papirotazo y no habría que esperarlo de las alturas sino del buen sentido de los ciudadanos.  No nos merecemos espectáculos como los que ofrece el circo político y mediático. 

La desfachatez se adueña del escenario y todo lo contagia. El director de pista está muy lejos de poseer el buen sentido necesario y se dedica a apagar el fuego con sustancias etéreas y explosivas. Ahora afirma que no está dispuesto a que se amenace a jueces, fiscales y policías, aunque también podría haber dicho que no va a tolerar que se dude de la buena intención de un ministro que es un calco de las caricaturas del franquismo, de la chulería más repulsiva que se ve  insólitamente jaleada desde la bancada socialista. 

Se necesita de una amplia mayoría para lograr un cambio del sistema, para acabar con tanta desfachatez y con tan evidente falta de buen sentido en las instituciones básicas del Estado. Es obvio que  hace falta una reforma constitucional, devolver su absoluta independencia y autonomía al poder judicial, revisar el marco competencial del sistema autonómico, propiciar un auténtico sistema de libertades que permita a la sociedad civil dialogar con los partidos sin necesidad de someterse a ellos, reformar a fondo la educación y la universidad, disminuir de manera eficaz el peso de las administraciones públicas, los únicos que no parecen haberse enterado de que la economía no aguanta, y un largo etcétera. 

En mi opinión esa es la tarea histórica que debiera plantarse el PP, sin pretender fagocitar a UP y D,  que será necesaria para forzar el consenso con lo que pueda quedar del PSOE si se acierta a hacer  una política valiente y se deja de seguir, por una vez,   con la inercia de un sistema que está a pocas jornadas del colapso, sin un Descartes que lo diagnostique y sin que hagamos nada de lo que hay que hacer para merecer la discreta providencia del Buen Dios.   

Vigía de Occidente

El halago de los poderosos es un fenómeno intemporal, porque siempre han abundado los tipos como Suso de Toro dispuestos a cargar con tan duro menester. En el caso de Franco, no escasearon, como se puede imaginar, los elogios espontáneos. Uno de los títulos más ridículos que se le adjudicaron fue, sin duda alguna, el de Vigía de Occidente. Con todos los respetos, me parece que ese es también un epíteto que le cuadra admirablemente a nuestro ZP. La labor esencial del vigía es advertir de los riesgos antes de que estos se conviertan en amenaza y eso es lo que se supone que hacía Franco, aunque en Occidente no se acababan de enterar, y lo que, sin duda, hace nuestro esclarecido líder. 

El presidente del gobierno de España sabe muy bien a dónde hay que ir: a la paz; conoce perfectamente cuál es el rumbo: la alianza de las civilizaciones;  no tiene dudas sobre cómo lograrlo: vender a los israelíes pistolas que no maten a los palestinos; es muy consciente, por fin, de quiénes se oponen a ese magno proyecto, aunque tras la salida de Bush el asunto está un poco más confuso. ZP ha llegado mucho más lejos que Franco en su benéfica influencia previsora y ahí está, como símbolo inmarcesible, la barcelonesca cúpula de Ginebra que será pasmo de los siglos, pese al reconcome de los envidiosos.

Una vez que la situación internacional estuvo bien diagnosticada, ZP ha podido volver su mirada al patio interior que se ha puesto repentinamente crítico desde el punto de vista económico, debido en exclusiva a la torpísima labor de los observadores y agencias internacionales que, como todo el mundo sabe, preveían para nuestro país un horizonte de pleno empleo en función, sobre todo, de la solidísima condición que el sistema financiero había conseguido bajo la sabia batuta del vigía.

Desde ese mismo momento, ZP se ha dedicado, sin desmayo ni descanso, a hacer lo que sabe, a diagnosticar la crisis y a pronosticar su inmediato final. ZP se ha puesto manos a la obra sin prejuicios, dispuesto siempre a decir las verdades, aunque duelan. Hasta el mínimo observador se habrá dado cuenta de la enorme agilidad intelectual con la que ZP ha pasado de considerar que la Banca  era una de nuestras fortalezas a advertir, sin favoritismos ni temores, que la Banca es la causa del agravamiento de la situación. Es una virtud muy característica del pensamiento dialéctico, en el que ZP se ha preparado a fondo en su largo período de formación,  el poder pasar, aunque solo si las circunstancias lo requieren, de una tesis a la que, aparentemente, es su contraria, sin perder el control ni dar el menor pábulo al desconcierto.  El origen de la crisis financiera ha estado en dar dinero sin ton ni son pero, ahora, la causa del agravamiento reside en el insólito proceder de unos señores que no quieren dejar su dinero a quien es evidente que no se lo va a devolver.  Dialéctica de lo concreto en vena. Yo no sé en qué están pensando los Bancos, pero parece obvio que el vigía los ha calado y los vigila estrechamente desde el momento mismo en que ha comprendido que, como dijo Brecht, que era de los suyos, fundar un Banco es un delito muchísimo más grave que asaltarlo.

Resulta muy tranquilizador poder beneficiarse de la sombra protectora de un vigía sin prejuicios ni intereses inconfesables que nos advierta a cada paso de las dificultades del momento. Al pueblo puede resultarle difícil seguir al vigía, pero para eso están los pedagogos: cualquiera puede entender que es inmoral (además de anticristiano, a ver si se entera Rouco) no dar crédito a los pobres, mientras Botín se forra con diez mil millones de beneficios, ahora que, según se le ha advertido, no es el momento. También hay que contar con los expertos en imagen: no es ningún secreto que la próxima vez que los banqueros vuelvan a Moncloa, lo harán acompañados de la guardia civil, continuando así con la progresión icónica que ya les ha levantado de los cómodos sillones para ponerlos en una mesa de colegio, a recibir lecciones del vigía. 

ZP no piensa ni por un momento que él, el vigía, tenga responsabilidad de ningún tipo en nada de lo que está ocurriendo, y nadie de buen corazón debería pensar una cosa tan absurda. Lo que nos asegura es que nunca va a quitarse de en medio, que siempre va a dar la cara, aunque, como es lógico, se dosifique un poco para evitar un desgaste completamente inoportuno; así, por ejemplo, ha fijado, con toda diligencia, su presencia en el Congreso para mediados de este mes, un poco antes de que lleguemos, por culpa de la Banca y de los consumidores desconfiados y antipatriotas, a los tres millones y medio de parados. Por lo demás, las noticias empiezan a ser buenas, en especial las que controla el gobierno; el crecimiento del paro se está desacelerando y ni siquiera ha llegado a 200.000 los nuevos parados. Lo dicho, a nada que la Banca afloje la chequera, la cosa se arreglará de inmediato y, como no lo hagan, se van a enterar. 

El país de charanga y pandereta

Tras unos años en que los españoles parecíamos poder contar con una imagen renovada de nosotros mismos, con haber alcanzado, por fin, el sueño de una normalidad pacífica y dinámica, se vuelven a multiplicar los síntomas de que en estas últimas décadas hemos cometido algún error de fondo. 

Con la democracia los españoles aprendimos idiomas, empezamos a estudiar fuera y a trabajar en multinacionales; empezamos a tener motivos de orgullo distintos a las victorias del Madrid, del Barça o de los sucesivos éxitos de Santana, Ballesteros u Alonso. Teníamos alguna multinacional importante, nuestra Banca parecía hacerlo muy bien y nuestras escuelas de negocios competían con las mejores. Habíamos entrado en la Unión Europea y Felipe González parecía haber hecho un gran trabajo modernizando la izquierda española. Aznar, con sus luces y sus sombras, trató de escenificar ese estado de ánimo colectivo tratando de tú a tú al presidente americano, pero su intento se saldó con un doloroso fracaso.  En pleno debate sobre si abrirse al mundo o recogerse en torno al campanario,  recibimos un golpe brutal: los atentados de Madrid, el suceso más trágico que nunca haya vivido la capital española, fue leído subliminalmente como el Stop definitivo a cualquier intento de asomarse al exterior.

Como el nivel de vida alcanzado parecía suficiente, España se retiró psicológicamente de cualquier escenario y nos dedicamos, con Zapatero a la cabeza, a dispensar buena conciencia, que es barato y no implica ningún riesgo porque nadie te toma en serio. Es decir, tratamos de asumir el papel de Quijote con la valentía y la oratoria de Sancho, una trayectoria que nos ha llevado a varios ridículos espantosos que se pueden simbolizar bien en el esperpento de la cúpula de Barceló, con sus grietas y todo. Y entonces apareció la crisis, esa debacle tan anunciada como postergada, pero que empezó sirviendo como telón de fondo para mostrar la insaciable maldad de la derecha que pretendía hablar de ella en la campaña electoral pretendiendo mancillar los cuatro años triunfales del talante.

¿Qué nos dice nuestro Gobierno? Que la crisis pasará, que no nos preocupemos y que sigamos gastando sin miedo, que pongamos las bombillas de Sebastián y que compremos productos nacionales, tan españoles como Pepiño, por ejemplo.

La receta política de esta izquierda es para llorar y debería avergonzar especialmente a los que se identificaron con Felipe González, que supo fajarse con circunstancias bien adversas. Como no saben si apuntarse del todo al fin del capitalismo, que al fin y al cabo no les trata demasiado mal, se refugian en el íntimo jardín de su moralidad y se dedican a tronar contra la avaricia y el despilfarro de los demás, mientras, como buenas hormigas, siguen trabajando por su futuro y consiguen que el número de los funcionarios supere los tres millones, y eso sin contar a los que viven del maná de diversas empresas públicas, tan abundantes como ineficientes o a los que van a lucrarse con los 8.000 millones que han espolvoreado por los municipios  a ver qué pasa.

Nadie parece darse cuenta de que no podemos seguir viviendo exclusivamente de la abundancia ajena, de que algo tendremos que ofrecer a los demás en el mercado del mundo porque nuestros productos tradicionales dan muestra de agotamiento. La solución tampoco puede ser hacernos a todos funcionarios, aunque en Extremadura ya han superado con largueza la cuota del treinta por ciento. 

El personal, mientras tanto, se refugia en los placeres domésticos  porque aún queda algo de gasolina, y prosigue incansable  su proceso de formación continua a través de los magníficos espacios educativos que todas las teles dedican a alimentar su espíritu crítico de la manera más adecuada y generosa, bien sea discutiendo moderadamente de fútbol o asistiendo en directo a sesiones de antropología sexo-cultural, versión jóvenes de buen ver. Los jueces se dedican a juzgar la maldad de Israel mientras las industrias de armamento les venden armas que no perjudican a los palestinos; los del Supremo anuncian chapuceramente sentencias que todavía no han escrito, aunque tienen la delicadeza de adelantárselo a la ministra del ramo para que no se inquiete, y algunos periódicos se dedican a pasar publicidad pagada sobre diversos escándalos como si fueran noticias.

El sistema nos invita a vivir en una orgía de moralidad y desapego de lo material, aunque siempre encontramos que la culpa de todo está en otra parte. La terapia nos recomienda el quietismo, el convencimiento de que nada de lo que se haga será útil porque la solución, como dicen que ha pasado con el problema, nos tendrá que venir de fuera.

Esta es la España de charanga y pandereta de 2009, con un bajísimo nivel de autocrítica, con un déficit cultural y educativo cada vez más alarmante, con una gran cantidad de gente  que actúa sin criterio, sin iniciativa y sin interés, con un número exageradamente alto de personas dispuestas a que se les resuelva su problema sin hacer nada por su parte, con un distanciamiento cada vez mayor entre la realidad,  la política y un elemental buen sentido. Tal vez sea necesario que volvamos a pasar hambre e inseguridad en grandes dosis para que nos demos cuenta de que se puede soportar alguna mentira, pero que es imposible vivir en un país en que casi todo está montado sobre la ficción, en que nada es lo que debiera ser. 

Todavía estamos a tiempo de tirar la pandereta por la ventana y de ponernos a trabajar: a muchos nos gusta.  Aún estamos a tiempo de jubilar a los políticos que nos engañan de manera miserable, y están por todas partes. No es imposible desmontar muchas de las mafias y mentiras que se han adueñado de instituciones que merecerían respeto. Decía el poeta que hoy es siempre todavía. Basta ya de querer parecerse a Obama, pongámonos simplemente a ser mejores, a ser más valientes, a decir con tranquilidad lo que pensamos. 

[publicado en El estado del derecho]

El país hipócrita

Una de las claves de la situación española es el excelente nivel de aceptación que tiene la hipocresía. Aquí ya no se considera como el homenaje que el vicio le rinde a la virtud, sino como la virtud misma. Preferimos olvidarnos de la realidad para venerar sus máscaras.

Los ejemplos son infinitos. El presidente declara ante millones de españoles que él puede equivocarse pero no puede mentir (¡nada menos que no poder mentir!) y se supone que millones de españoles se deleitan con la sublimidad presidencial. Afirma que las armas vendidas a Israel no son para matar palestinos, y muchos dejan escapar una lágrima furtiva de la emoción que les embarga por tan previsora limitación al vil comercio de las armas.

Estos días algunos periódicos andan a la greña con supuestas revelaciones sobre las actividades de algunos políticos y la información da a entender que algunos pudieran haberse interesado en ayudar al éxito de los negocios de sus amigos. ¡Crimen horrible!, ¡eso aquí no lo hace nadie! Tan no lo hace nadie, que el lobby está expresamente prohibido y ya se sabe que aquí todos cumplimos las leyes a rajatabla.

Los españoles se han acostumbrado a seguir a la letra los mínimos mandatos de toda una industria de la buena conciencia (una afortunada expresión de Paul Theroux para definir el papel de las ONG en África, con sus Toyotas de un blanco inmaculado y su ropa de moda) destinada no a que las cosas vayan bien, sino a que lo parezca, no a promover buenas conductas sino a blanquear y consolidar las famas. Por eso nuestros soldados no están en guerra sino en misiones de paz y si un helicóptero es derribado es cosa del viento.

Los mayores escándalos nacionales se reservan apara los grandes delitos: vehículos a 200 por hora o prebostes que se fuman un puro en el despacho haciéndole una higa a la legislación vigente. Uno de los casos recientemente atribuidos al ex presidente del Real Madrid es que una empresa sacaba a la venta (con facturas que se mostraban a los telespectadores como prueba de la ilicitud del caso) entradas que “no se podían vender” y se quedaba con el 10% de comisión. ¡Qué escándalo, por Dios! ¡Aquí que nadie paga por nada, ni se cobra nunca una  success fee!

A cambio de esa especie de rijosidad hipócrita, miramos para otro lado cuando los asuntos son de verdad gordos o cuando los protagonizan ese raro plantel de personajes que tienen bula, esos seres excepcionales, Zapatero es el modelo, que nadie jamás podría ni siquiera imaginar que pudieran hacer algo que no sea perfecto.

Necesitamos un empape de realidad y dejarnos de escándalos farisaicos,  de estrecheces mojigatas, aunque la mojigatería tenga ahora que ver no con las faldas y las blusas sino con los nuevos mandamientos de la hipocresía imperante. 
[Publicado en Gaceta de los negocios]

La realidad y el deseo

El hermoso título de Luis Cernuda puede servirnos para analizar el momento extraordinariamente equívoco que está viviendo la política española. La cobardía de los líderes políticos y la irresponsabilidad cósmica del presidente están evitando que se afronte con la debida profundidad la inaplazable reflexión sobre nuestro futuro común. Antes, según se nos cuenta, esperábamos que la Virgen del Pilar arreglase el panorama, ahora ZP tiene los ojos puestos en Obama, pero, en cualquier caso, no salimos de milagreros. La verdad es que no nos faltan motivos para serlo porque no deja de ser un milagro cotidiano que algunas cosas sigan funcionando medianamente bien visto el nivel de los responsables.

Tendríamos que ponernos a discutir seriamente sobre el futuro económico de España, sobre qué queremos ofrecer al mundo, a un mercado cada vez más abierto, más cambiante  y más competitivo, dándonos cuenta de que se nos han acabado ya las ayudas que venían de nuestro bajo nivel de desarrollo y de costes salariales, que el modelo de crecimiento del ladrillo ha colapsado y que nuestro nivel de dependencia energético y tecnológico es altísimo, además de que otras formas de ingreso, como el turismo, están seriamente en entredicho. No lo hacemos y las consecuencias de no hacerlo a tiempo serán peores, brutales, dramáticas.

Tendríamos que ponernos a discutir seriamente nuestro sistema político. Tal como vamos, nos acercamos de manera alarmante a un régimen de partido único, con un bipartidismo más aparente que real, porque la oposición se quedaría en una situación subordinada, como cuando Fraga, para que nos entendamos, sin ninguna posibilidad seria de cambiar el Gobierno ni, menos aún, de introducir nuevos aires de libertad y de cambio en un sistema oligárquico y coronado. Los que gozan de sus beneficios no están dispuestos a ponerlo en entredicho y nos llenan cada día la cabeza de grandes palabras, de enormes mentiras para seguir tirando, para tratar de escapar de forma milagrosa al desastre de una democracia desvitalizada.

Tendríamos que ponernos a discutir seriamente la viabilidad del sistema autonómico sometido a una revolución estatutaria permanente inducida por la loca carrera de todos contra todos que se desata inevitablemente entre el “yo más” y el “para mi lo mismo”. No vamos a poder soportar el coste de unas administraciones que crecen sin control y sin sentido. No lo hacemos porque preferimos pensar que no hay límite a la locura identitaria que nos arrebata, al agudísimo síndrome de paletismo, miopía e ignorancia con el que se encuentran a su pleno gusto y se reconfortan cada vez más españoles.

Tendríamos que caer en la cuenta de que no hay manera de sostener el gasto sanitario y de frenar la dilapidación de recursos en educación con los resultados que están a la vista de todos. Tenemos más de setenta universidades perfectamente insignificantes;  Madrid tiene catorce y Cataluña doce, pero la calidad brilla por su ausencia.

Tendríamos que pensar en que lo de la Justicia no admite ya más remiendos y que nuestra partitocracia es, a todas luces, excesiva y un sinfín de cosas más. Pero no lo hacemos y, sobre todo, no lo hacen quienes más obligación tienen de hacerlo, los partidos políticos dedicados a la pesca del voto, unos con más eficacia otros con mayor desgana, olvidándose por completo de su misión constitucional y desatendiendo sus obligaciones patrióticas más elementales: decir a los españoles lo que de verdad está pasando y qué creen que se puede y se debe hacer para arreglarlo.

La política española está hundida en la inanidad, víctima de un absoluto irresponsable y de unos adversarios incapaces de hacer ver a los votantes los riesgos en que incurre y las barbaridades que perpetra. Zapatero se inventa fondos de solidaridad o de diversidad o de lo que fuere con cargo a un déficit que va a acabar siendo colosal, pero es porque los ciudadanos siguen creyendo en la gratuidad del maná presupuestario, porque nadie les ha explicado que tendremos que pagar esas deudas a un costo altísimo y durante muchísimos años, aunque eso no le importe nada al temerario presidente.

No conozco ningún caso, pero es posible que haya españoles tranquilos y esperanzados porque Zapatero tiene un faro, un horizonte, una esperanza. Hace solo unas horas, ha deslumbrado al mundo con unos análisis de lo de Obama que deberían ser de obligada lectura en las escuelas. Fíjense como remata con su brillante dialéctica de lo concreto: “La victoria de Obama ha traído fuerzas nuevas al bando (sic) de la política. Aún a sabiendas de la frágil textura de las ilusiones humanas, sólo se puede hacer política con ilusión. El mismo representa el triunfo de la ilusión. Su victoria es una parte importante de la victoria. Y si la política ha producido cambio, ahora le toca al cambio producir política. No es fácil, nunca lo es, pero se puede”. Todavía habrá algunos, cenizos, antipatriotas y antiguos, que digan que ZP improvisa.  

[publicado en El Confidencial]

La ronda de los inocentes

Tras descubrirse la entrevista secreta de Montilla y Zapatero, éste ha creído oportuno recibir al resto de presidentes, empezando por la Comunidad de Madrid. Este gesto delicado y previsor de ZP no ha disimulado las diferencias de categoría entre autonomías: Extremadura y Asturias, han ido juntas, tal vez para mostrar la solidaridad de las tierras de España cuando se trata de pedir árnica, aunque nadie podría imaginar, por ejemplo, que Cataluña compareciese con Aragón. Zapatero se dispone a zurcir a base de dádivas aparentes el gigantesco roto que perpetró al añadir Cataluña a las excepciones de Navarra y el País Vasco que no tienen que comparecer porque disponen plenamente de lo suyo y apenas pagan una pequeña cuota de afiliación a la empresa común que, casi siempre, acaba saliendo negativa; unas excepciones, dicho sea de paso, difícilmente justificables de cara a un futuro tan negro como el que se nos avecina, en especial cuando se agravan con pactos tan siniestros como el de la cesión del presupuesto de I+D a los vascos para que sus científicos puedan tener acceso a tartas más amplias que las del resto de los investigadores españoles que no son tan “finos y resalaos”.

Si Zapatero consigue que todos salgan con una sonrisa habrá que reconocer que es extraordinariamente hábil, aunque habría que admitir la duda metódica que todos le hayan concedido una mora hasta que se vean las cuentas efectivas. Sin embargo, no resulta difícil profetizar lo que va a suceder: esas cuentas serán misteriosas y, digamos, dialécticas, resultarán lo suficientemente oscuras como para que muchos crean que salen ganando y a otros les convenga fingir que lo hacen.

De la mano de ZP, el sistema de financiación autonómica español va claramente camino del milagro: el todo va a ser menor que la suma de las partes y cada parte va a presumir de ser la más brillante del sistema. Como eso, es imposible del todo, la pregunta que hay que hacerse es ¿quiénes serán los inocentes de esta ronda?  ¿cuánto tardarán algunos en descubrir que ha habido trile, por ejemplo no cumpliendo luego con las trasferencias ahora ofrecidas? Habrá habido, con seguridad, presidentes que se hayan llevado la clave del enigma, y el bolsillo caliente, y habrá habido otros que se tengan que conformar con un aumento nominal… y luego ya veremos. Zapatero es como Madoff: el que pregunte más de la cuenta se queda sin lo suyo y, como Madoff, también parece creer que le queda cuerda para rato.

El tinglado autonómico, con su disparate de gasto, ha sido disfuncional en épocas de crecimiento económico, pero será absolutamente insoportable en los años de depresión que se avecinan, aunque el astuto Zapatero finja no saberlo.  

[publicado en Gaceta de los negocios]

La crisis de Zapatero

A ZP, finalmente, le ha gustado lo de las crisis porque, como todos los grandes líderes, ha sabido ver una oportunidad donde los más sólo saben ver unas dificultades. Lo lleva en la sangre.

A ZP lo que de verdad le gustaría es poder tomar posesión como Obama el 20 de enero y descansar con comodidad en el colchón de las responsabilidades de la coalición Aznar-Bush, que nos trajo el  Prestige, la guerra y finalmente, como ya advirtió él en su día, esta crisis. Pero, claro, unas pequeñas diferencias de calendario no le permiten enmarcarse a sus anchas en tan cómodas referencias. El problema parece de fuste, pero nada se resiste a la fértil imaginación de ZP y la solución se le ha aparecido bajo la forma de crisis creativa de gobierno. No se trata de reconocer un fracaso, que sería inoportuno y antipatriótico, sino de  hacer que la crisis sea parte de la solución. En primer lugar se busca lo que haya habido de bueno y se crea un Ministerio para que pueda lucirlo. En el deporte hemos ido muy bien y es muy útil unir esos éxitos al esfuerzo del Gobierno, creando un Ministerio para que se note quién ha estado detrás del gol a Alemania o de los raquetazos de Nadal.

Además, una crisis bien hecha es una oportunidad para el empleo. Los ministros cesantes no tendrán problema porque dado su valor y el bagaje que han adquirido al lado del líder se colocarán, sin duda, de modo ventajoso en cualquier franquicia de las muchas que ofrece el sistema. Además, los nuevos darán lugar a numerosos puestos de trabajo con sus cargos de confianza, sus asesores y sus gabinetes de lo uno y lo otro; así se muestra la manera como los socialistas encaran la escasez, esto es, gastando sin temor. 

Hay otro aspecto creativo en una crisis planteada de este modo, a saber, la cantidad de inversión inducida que puede traer consigo. Desde el cambio de los letreros en los ministerios afectados al cambio de papelería, de mobiliario y de habitación, servicios todos que se prestarán por empresas privadas en un esfuerzo adicional para mover el mercado y animar el consumo. 

Los nuevos ministerios acometerán con mayor brío, si cabe, las tareas encomendadas y, lo más importante, las que sean capaces de inventar. Atentos a la nomenclatura porque Zapatero dará a entender parte de sus planes estratégicos con la forma de denominar a los nuevos departamentos.   Se podría crear un Ministerio de la diversidad para complementar la tarea del Ministerio de la Igualdad que tal vez cambie de nombre para llamarse de la Equidad, lo que dará lugar a grandes debates filosóficos que aumenten la tirada de los periódicos, al tiempo que se incrementa la publicidad institucional sin la que estas novedades se verían privadas de su brillo. 

[publicado en Gaceta de los negocios]

El método Ponzi de gobierno

Se mire como se mire debería causarnos extrañeza que una buena mayoría de ciudadanos consideren que las reglas lógicas y morales que se deben aplicar a las conductas de cualquiera no se apliquen a las acciones de gobierno. Pongamos la estafa piramidal o de Ponzi que casi todo el mundo considera un método ridículo de engaño, además de una canallada. El señor Madoff ha dejado a mucho rico descompuesto y en ridículo, de manera que es posible que nunca sepamos cuánto han perdido algunos de los avispados españoles  que, el pasado domingo, hubieron de dejar apresuradamente la escopeta al secretario, según narraba Cacho, para comprobar la magnitud del agujero y recomponer el gesto a toda prisa.

Pues bien, el caso es que los Gobiernos parecen no tener ninguna clase de miedo al método de la pirámide y lo aplican con singular salero sin que el respetable tuerza el gesto; se considera incluso una exageración hacer cálculos sobre lo que nos toca a cada cual del montante que ZP destina al dispendio. A Madoff se le agotaban los rendimientos pero seguía habiendo ingenuos suficientes para cubrir el expediente y que no cundiese el pánico; a Zapatero no se le agota el crédito y sigue poniendo miles de millones encima de la mesa  de una manera que haría palidecer de envidia   a cualquier Ponzi.

¿Cómo es posible sostener que siempre habrá dinero suficiente en las arcas públicas como para que ninguna de las  grandes columnas que sostienen el tinglado se tambalee? Es, además de una estafa, el mundo al revés. Los estados viven de los impuestos y, si arruinan al país, se van a pique: no sería la primera vez que pasase. La España de Felipe II se desangró tras años de gasto desmedido, insostenible e inútil con  las tropas de Flandés y ahí empezó su ruina. Islandia ha quebrado y hay varios países, como Argentina, en los que nadie entra con un duro por miedo a que se lo quede el insaciable de turno.

Es algo así como  el movimiento perpetuo que es imposible en física pero que goza de buena fama en economía política: se le quita el dinero al ciudadano futuro engrosando el déficit y la deuda pública y se le devuelve luego al votante inmediato en forma de subvenciones, retrayendo, eso sí, un pequeño porcentaje para que puedan vivir dignamente los que mantienen el cotarro y para que la Banca no pase aprietos.

Zapatero tiene un buen sistema montado sobre tres pivotes que definen un plano perfecto: los financieros, que son muy finos y siempre tienen ocurrencias y dinero de bolsillo para lo que sea menester, los funcionarios que se dedican a las pompas y a mantener la ilusión de un estado de derecho, y los sindicatos que se encargan de que el personal de abajo no se ponga levantisco e impertinente. Esto de los triángulos siempre da mucho juego, como se ve perfectamente cuando se examinan a fondo las habilidades del trilero. Si no eres ni funcionario, ni financiero, ni sindicalista, es que no vales gran cosa, de manera que tampoco te quejes y procura no desmandarte, porque el panorama puede empeorar. No me olvido de los nacionalistas, pero a estos efectos los considero incluido en las categorías anteriores, aunque siempre en cabeza de las respectivas clases.

Aquí no había crisis, y cuando la ha habido fuera y nos contagia pues a gastar dinero público. A los funcionarios se les sube el sueldo porque están un poco desanimados con el panorama. A la Banca créditos a mogollón de manera que no tengan que pujar en las subastas que se considera poco adecuado a gentes tan sutiles. A los sindicatos más jabón, más liberados y más consultas: el caso es que se queden quietos y que aquí no se entere nadie de lo que realmente hacemos.

Hacia 1872 decía un personaje de Galdós que “Todos los españoles adquirimos con el nacimiento el derecho a que el Estado nos mantenga, o por lo menos nos dé para ayuda de un cocido”. Los españoles somos tan generosos que agradecemos las dádivas del poderoso sin reparar en que nuestro bolsillo tal vez esté vacío por sus excesos. Claro que quienes más reciben no son precisamente quienes más trabajan, de manera que para ellos el negocio es pingüe y los demás no podemos protestar porque sería insolidario.

Tenemos un país que se desmorona y el gobierno parece creer que esto se arregla gastando. No se va a ninguna parte por ahí, pero cuando el público se dé cuenta ya inventarán a quién echarle la culpa del desaguisado, aunque ya se nos advierte con claridad que la culpa es del liberalismo que hay que combatir con una unión más estrecha entre las grandes familias del régimen: más control de las finanzas, más gasto público y algo de movilización social para que no se nos caigan los palos del sombrajo.

Este gobierno tiene puestas sus grandes esperanzas en que la crisis que vino de fuera se vaya a tiempo por donde ha venido, que la bonanza exterior nos resuelva el caso para poder seguir gastando mientras el cuerpo aguante. Es lo que dijo Madoff, qué lástima que la crisis me haya arruinado el invento.

[publicado en elconfidencial.com]

La economía de Münchhausen

El barón de Münchhausen fue un auténtico fanfarrón que dio píe, con sus hazañas inverosímiles,  a la creación de un personaje literario al que muchos filósofos han prestado atención. La hazaña más comentada del personaje fue la forma en que consiguió salvarse de morir ahogado en un pantano: no teniendo ningún otro medio a su alcance, tiró fuertemente de su coleta y logró salvarse de la ciénaga. Me viene a la memoria el personaje al contemplar los denodados esfuerzos de los políticos por arreglar la crisis económica inspirándose en los mismos principios del barón.

Cuando Zapatero reparte miles de millones de euros se está tirando del pelo para salvarse e ignora principios elementales de la física económica. A parte de que el oficio de los políticos consista largamente en las artes del engaño, ZP puede sufrir una alucinación al ver que, efectivamente, sube o se mantiene en las encuestas mientras, a su lado, todo se hunde en el precipicio sin fondo de la crisis, menos los Bancos, que no son culpables de nada a ojos del líder socialista. Tres millones de parados en cinco años pueden producir una sensación de vértigo ascendente a quien compruebe que aún queda algún dinero en la caja para continuar haciendo mercedes y que los buenos amigos reparten dividendos como si tal cosa, de manera que no se olvidarán de un político tan dadivoso si las cosas se ponen definitivamente mal. Nuestro Münchhausen no es menos crédulo que el baroncito alemán y confía ciegamente en que antes de que se le acabe el crédito llegue el séptimo de caballería con Obama al frente y arregle la economía internacional y, por ende, la española que es un mero reflejo de cómo marcha el mundo en estas cosas aburridas de la contabilidad, las amortizaciones y el interés compuesto. El nombramiento de Paul Volcker ha podido extrañarle un poco, pero seguro que Moratinos, mientras le pasaba a la firma cualquier iniciativa de nuevo rico que ignora su ruina, le ha tranquilizado diciendo que le suena que Volcker es amigo de Solbes, de cuando estaba en Europa.

Los Estados viven de los impuestos y los impuestos se obtiene de las actividades y los sudores  de los ciudadanos; cuando estas entran en una fase de paralización es literalmente absurdo seguir llenando la caja de los que más tienen, los Bancos, y de los que más gastan sin sentido, los municipios (véase cómo está dejando Gallardón la calle de Serrano ante el pasmo universal) con el dinero que se supone van a seguir generando los ciudadanos que están sin horizonte y sin empleo. Pero estos son argumentos sin gracia para nuestro Münchhausen que es un tipo al que le puede fallar todo menos la imaginación. De la misma manera que el baroncito teutón presumió de viajar sobre una bala de cañón, o de haber estado en la Luna, el nuestro ha adelantado unos gastos de nada para celebrar la inminente alianza de civilizaciones o presume, lo hacen sus adláteres porque su innata modestia no le deja excederse en el autoelogio, de ser el orientador de las grandes reformas que el capitalismo necesita, eso sí, sin tocar a los Bancos.

Con estas esperanzas y un manejo sistemático de la máquina de despistar, el barón de la Moncloa pretende pasar indemne por una crisis que, si las cosas le van bien,  nunca habrá existido. Pero no se dará el caso. No puede ser que el haber pasado, en horas veinticuatro, del superávit presupuestario a la amenaza cierta de superar el déficit previsto en el pacto de estabilidad de la Unión Europea, sea un pequeño paréntesis en la marcha imparable de nuestra economía; no puede ser que la producción diaria de miles de parados pase inadvertida; no puede ser que la falta de iniciativa para lo que no sea disparar en todas direcciones con pólvora del rey se quede en un espectáculo más cercano al circo que a cualquier política mínimamente seria; no puede ser que malbaratar una gran compañía española poniéndola en manos del Kremlin, para que no sufra un grupito selecto de amigos de ocasión, se quede sin su justo castigo. Bueno, o sí podría ser, pero no sería como para alegrarse.

Tiemblo pensando en lo que se le puede ocurrir a Zapatero si este conjunto de actuaciones empieza a pasarle la factura debida. A día de hoy tenemos un gobierno muy débil, un gobierno sin otros planes que los de su continuidad (que es algo que deja fríos a la inmensa mayoría de españoles) y que está a merced de cualquier amenaza ingeniosa: ha bastado que un grupo de turistas españoles con problemas en Thailandia hayan gritado “Sarkozy sácame de aquí”, para que la siempre eficaz maquinaria de Moratinos y Chacón se ponga en marcha y flete los aviones oportunos.  A día de hoy, la incógnita es si los españoles van a seguir disfrutando con las fantásticas hazañas de nuestro imaginativo Münchhausen, o se van a cabrear porque comprueben que, mientras el barón da que reír, se están quedando fríos y sin blanca. Sería deseable que, llegado el momento, tuviesen a quién mirar.

[publicado en elconfidencial.com]

Nuevos Ministerios

El Presidente del Gobierno ha utilizado su capacidad de crear Ministerios de un modo esencialmente mágico. Me refiero a que, cuando decide aumentar a su antojo el número de asientos del Consejo de Ministros, da a entender que con ello se logra la solución de un problema largamente soportado por los ciudadanos, como él dice con singular  donosura. Su generosidad es tanta que incluso crea Ministerios para resolver problemas que no sabíamos que existiesen.

Más de uno habrá sentido, por cierto, un respingo al anunciarse la creación de un Ministerio del Deporte y habrá pensado, malignamente, que la racha de buenas noticias (Alonso, el mundial de baloncesto y la plata de Pekin, el Barça campeón de Europa, Nadal, Contador, Sastre, la Eurocopa de fútbol, la Copa Davis y un buen número más de alegrías españolas) corre serio peligro. Zapatero ha debido de pensar, por el contrario, si todo esto se ha conseguido sin Ministerio… imaginen lo que lograremos cuando lo haya.

Con este punto de vista, la verdad es que Zapatero está siendo bastante cicatero. Por ejemplo, es verdad que ha creado un Ministerio de la Igualdad, pero no ha creado el Ministerio de la Solidaridad ni, menos aún, el de la Diferencia, aunque me temo que esto podría sonarles algo liberal y no es cosa de hacer que la gente se confunda. En cualquier caso, Zapatero podría crear una plétora de nuevos Ministerios hasta ahora vilmente desatendidos. No tenemos, por ejemplo, un Ministerio de la Ciudadanía, y mira que la cosa es importante, ni tenemos un Ministerio del Talante, un tema que empieza a estar peligrosamente desatendido en las preocupaciones oficiales, aunque tal vez se deba a que los de la oposición se han aprendido el catecismo correspondiente. Carecemos de un Ministerio de la Moda, de Ministerio de la Alimentación y la Dietética, de Ministerio del Diálogo (con al menos una secretaría de Estado para lo de las civilizaciones), de Ministerio de la Circulación (capaz de conseguir que, finalmente, el Gobierno pueda conducir por nosotros con el consiguiente ahorro de vidas y primas de seguro) y ni se oye hablar, por ejemplo, de un necesarísimo Ministerio de la Laicidad. Seguimos sin tener un Ministerio de Inversiones en el que habría que incluir la correspondiente Secretaría de Estado de Tergiversaciones (que, obviamente, se llamaría de otra manera) en la que habría de recaer la inmensa tarea desarrollada por la oficina económica de Presidencia, apenas sin medios. De este modo se podrían llevar a cabo con más facilidades las delicadas tareas de dirección del gran capitalismo a través de acciones hábilmente concertadas con amigos de ocasión; de cualquier manera en este terreno se han conseguido éxitos muy notables, por ejemplo, que estemos hablando del caso Repsol sin darnos cuenta de que el verdadero caso es el de Sacyr, pero por algo se empieza.

No veo, sin embargo, a Zapatero muy lanzado en esta dirección, para mí que se está aburguesando y se le pone cara de Felipe, un producto muy duradero, como se ha podido comprobar. Aviso a mis lectores de la peligrosa conversión al atlantismo que se ha operado en nuestro líder con solo sentarse en una silla prestada en una cumbre estrafalaria presidida por un cesante de muy bajo coeficiente intelectual, como aquí todos sabemos. Zapatero se ha hecho peligrosamente liberal de puertas afuera, aunque conserva su lado cálido y socialdemócrata cuando habla a sus fieles a los que hay que ir atlantizando poco a poco (pueden bastar 14 años, como paso con Felipe). Lo importante no es el número de Ministerios sino que el gato cace infelices.

[Publicado en elestadodelderecho.com]